Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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viernes, 6 de enero de 2023

El gen depresión

No existe un gen único para la depresión, la esquizofrenia o cualquier otro trastorno psiquiátrico.

La probabilidad de que uno experimente ansiedad, un episodio de depresión mayor o un trastorno del espectro autista está, hasta cierto punto, dictada por la genética. "Tienes un riesgo mucho mayor de padecer una depresión si tienes un hermano o un padre que la padecen. Lo mismo ocurre con la esquizofrenia y, básicamente, con todas las enfermedades psiquiátricas", señala Kevin Mitchell, neurogenetista del Trinity College de Dublín (Irlanda). En consecuencia, desde la década de 1990, los científicos han buscado genes específicos relacionados con el riesgo de padecer trastornos mentales.
Pero no han podido encontrar pruebas confiables de que una sola variante genética sea la culpable. A principios de este año, un equipo de investigación informó que ninguno de los dieciocho genes candidatos para la depresión mayor -genes que estudios anteriores habían sugerido relacionados con el trastorno- mostraba tales asociaciones.
Hoy en día, los genetistas saben que no son uno, ni un puñado de alelos los que predisponen a las personas a determinadas dolencias, sino un mar de ellos. "Puede haber mutaciones raras que pongan a alguien en alto riesgo de sufrir una afección, pero los efectos se modulan por los antecedentes genéticos que tienen las personas", dice Mitchell. Ese trasfondo está compuesto por cientos o miles de variantes genéticas que aparecen ampliamente en la población, aunque en diferentes grados en cada individuo. Cada uno contribuye en una cantidad muy pequeña a la probabilidad de que una persona sufra una enfermedad. Y es que la conexión entre el perfil genético y la vulnerabilidad es muy compleja.
Para hacerlo más complicado, las variantes genéticas específicas se relacionan con una variedad de trastornos diferentes, en lugar de uno solo. "Si tu hermano padece esquizofrenia, tienes más papeletas de sufrirla también, al mismo tiempo que es más probable que sufras TDAH, autismo o depresión. Hay una base genética compartida para todas ellas", asegura.
A medida que se mapea la arquitectura de los trastornos complejos, se ponderan las muchas variantes genéticas asociadas con cada uno para crear puntuaciones de riesgo poligénicas. Algún día, cuando estas se refinen y se utilicen ampliamente, el mito del gen candidato se disipará de una vez por todas.

lunes, 2 de enero de 2023

Mecanismos explicativos e hipótesis generales sobre la motivación

La motivación ha sido explicada en función de tres mecanismos, dos ya clásicos y un tercero más actual. Estos mecanismos constituyen el núcleo de las diversas hipótesis al uso, que podemos encontrar aisladas o combinadas entre sí: la homeostática, la del incentivo, las cognitivas y las humanistas. 

Los mecanismos clásicos a los que se ha recurrido son de naturaleza energética o de naturaleza asociativa, implicando en uno y otro caso el concepto de arco reflejo. Tanto Freud, Lorenz y Tinbergen (ejemplos de representantes de teorías motivacionales energéticas), como Pavlov, Thorndike y Watson (autores ligados a teorías asociacionistas), estuvieron de acuerdo sobre el funcionamiento general del prototipo: la acción de un estímulo aportado por vía aferente se convierte en una respuesta eferente. Ahora bien, los primeros conciben que los “estímulos” de máxima importancia proceden del interior del organismo (pulsiones, instintos), mientras que los segundos los sitúan en el exterior (estímulos del ambiente); por otro lado, psicoanálisis y etólogos destacan que en el organismo tiene lugar un proceso de sobrecarga energética, de tensión, con la subsiguiente pérdida de la homeostasis y la imperiosa necesidad de producir una descarga, a través de un acto motor, mientras que reflexólogos y conductistas entienden que los estímulos ambientales no son fuentes de energía, sino puntos de partida para establecer conexiones o asociaciones entre ellos y determinadas respuestas, aceptando parte de unos y otros que tales hechos funcionarían porque originan placer. 


Más recientemente se ha introducido un tercer mecanismo explicativo de la motivación en términos cognitivos, aunque también suele echarse mano del viejo proceso de la reducción de tensión por medio de los oportunos actos (descarga), que ocasionan placer. Pero los autores que defienden este posicionamiento resaltan, en todo caso, los procesos que ocasionan la recarga motivacional, a expensas de los replanteamientos cognitivos que el sujeto lleva a cabo en su actividad. Ha de recordarse, sin embargo, que Freud y algunos psicólogos de la infancia ya habían señalado que el ser humano, incluso desde sus primeros estadios de desarrollo, no sólo experimenta placer en los actos consumatorios, sino también en el mismo proceso de carga tensional y otros llamaron la atención sobre la posibilidad de que actos de descarga pudieran finalizar con una tensión placentera que facilitaría la persistencia de la actividad: así, las observaciones de Olds mostraron, empleando ratas a las que implantaban unos electrodos en ciertas zonas del cerebro, para su estimulación eléctrica, que los animales eran capaces de apretar una palanca hasta el desfallecimiento, con tal de recibir la mencionada estimulación, al parecer placentera. 


Tras las ideas anteriores podemos pasar a considerar brevemente las hipótesis explicativas antes referidas:


a) Hipótesis de la homeostasis


Una de las primeras hipótesis con pretensiones explicativas de la motivación se fundamentó en una visión fisiologista, cuyas últimas raíces laten en el concepto de “medio interno” de Claude Bernard y más inmediatamente en la formulación que de ello hizo Cannon. 


Para este último, homeostasis denota un estado de equilibrio intraorgánico dado por unas determinadas condiciones fisiológicas. En un estado de necesidad, tales condiciones se alterarían llevando al desequilibrio y a la subsiguiente puesta en marcha de actos para recuperar la homeostasis. En todo caso ha de contarse con ciertas normas de referencia que señalarían cuál es la situación de equilibrio y de desequilibrio, gracias a lo que el organismo tiene acceso al inicio o detenimiento de las acciones. El punto central de esta hipótesis es la prevalencia que se concede a las necesidades innatas o fisiológicas, lo que fue una de las causas de su pérdida de validez. 


La teoría de Hull, en parte la freudiana, de alguna manera la de Lewin y el primer enfoque de Murray, contienen esta explicación de la motivación, aunque quizás sea la teoría de Freeman (1948) la expresión más clara y coherente de esta perspectiva. Otras teorías, como la de Stagner y Karworski también se apoyan en la hipótesis homeostática, aunque extendiendo el concepto más allá de los límites fisiológicos, incluyendo componentes sociales, con lo que este enfoque de la motivación pierde su esencia. 


La hipótesis de la homeostasis entró en decadencia, como única y prevalente explicación de la motivación, a partir de la década de los cincuenta. En ello influyó decisivamente el simposium celebrado en Nebraska en 1953: aquí se hicieron numerosas críticas a esta teoría, no sólo desde el bastión sociotrópico y humanista, sino incluso desde el biotrópico. Así, por ejemplo, Harry F. Harlow calificó esta hipótesis de “estrecha y pobre”, mostrando datos de sus investigaciones con monos que evidenciaban que éstos eran capaces de aprender por el solo gusto de manipular objetos, sin que tras esta actividad pudiera vislumbrarse ninguna necesidad fisiológica. Esto preparó el camino para que apareciesen otras hipótesis explicativas para la motivación, como la del incentivo.


b) Hipótesis del incentivo


Muchos autores mostraron la necesidad de incluir el objeto-meta, hacia el que se dirige la acción del organismo, como un elemento clave de la motivación, llegando incluso a darle primacía sobre los factores pulsionales (necesidades, tendencias, etc.). Una cierta atracción o repulsión del objeto-meta sería el fundamento del proceso motivacional. 


En tal línea, ya P.T. Young había mostrado la evidencia empírica de preferencias alimenticias no basadas en la homeostasis, señalando que tales preferencias estarían sostenidas según el principio hedónico, es decir, elevar al máximo la activación emocional positiva y reducir al mínimo el estado de tensión energética intraorgánica. En efecto, su postulado principal es que los incentivos (como ciertos alimentos) determinan la activación afectiva y subsiguientemente la conducta. Como puede verse, la teoría de Young no niega la hipótesis homeostática, sino que la completa con el principio hedónico, que incluye ideas del principio de placer psicoanalítico y de la ley del efecto de Thorndike, teniendo bastante respaldo experimental. Hay que señalar, sin embargo, que Young no describe otras fuentes de motivación que las emociones hedónicas positivas, resaltándolas incluso en las necesidades y en los estímulos de naturaleza aversiva.


Profundizando algo más en el concepto de incentivo, hay que indicar que puede rastrearse en Freud, en torno a la idea de catexia del objeto, que supone que la adquisición de valor por parte del objeto (meta) está causado por la carga afectiva que al sujeto le produce, al colocar sobre dicho objeto sus energías pulsionales. Asimismo, hay ciertos contenidos en las teorías de Lewin, sobre todo en el concepto de valencia, y de Tolman, con su postulado sobre la conducta intencional, que de alguna manera apuntan al valor de la meta (incentivo). Pero fue en el sistema de Hull, por influencia de su discípulo Kennet W. Spence, cuando se consolida, siendo un camino que posteriormente continuó el propio Spence, Logan y Bolles, entre otros, el último de los cuales también recurrió al concepto de refuerzo skinneriano. En otra línea teórica se sitúan los seguidores de McClelland, como Atkinson, y Atkinson y Feather, con su teoría del valor de expectativa, señalando qué componentes de expectativa, respecto al éxito y al valor concedido a la meta, serían definitivos para explicar la motivación, aceptando igualmente la hipótesis hedonista, que autores de orientación psicofisiologista, como Hebb, Olds y Milner (1954) habían apoyado con sus investigaciones.


Los trabajos clásicos sobre el incentivo provienen, en cualquier caso, de Boldgett, Tolman y Honzik, y Crespi, que demostraron que las características del estímulo (o, dicho de otra manera, su dimensión cualitativa y cuantitativa como refuerzo, en el sentido de reductor de la pulsión) tenían un claro efecto sobre los actos del animal, al margen de otras variables, como la frecuencia de los refuerzos, etc. Hull, en su primer sistema teórico, no incluyó esta variable, lo que hizo en su segundo y último sistema, considerando el incentivo como una variable específica en la producción de las respuestas por parte del organismo. Hull falleció en 1952, cuando se estaba planteando nuevas ideas sobre el incentivo, prosiguiendo sus investigaciones Kennet W. Spence (Hull bautizó la variable incentivo con la letra "K" en homenaje a este discípulo), quien modificó ciertos presupuestos de su maestro, al estudiar las teorías conductistas de la motivación.


c) Hipótesis cognitivas


A partir de algunos de los presupuestos anteriores, las hipótesis cognitivas de la motivación hicieron su aparición, aunque como ha señalado Heider, la "tendencia al cierre" o la tendencia a organizar perceptivamente "figuras buenas", de la Psicología de la Gestalt, pueden entenderse como conceptos motivacionales cognitivos.


Sin embargo, se debe a Tolman, sin duda influido por Lewin, la primera hipótesis motivacional propiamente cognitiva, ya que el papel que le concedió a las intenciones o propósitos (purposives) en la determinación de la conducta suponen un evidente elemento cognoscitivo; según Tolman, ni la reducción de las pulsiones en juego (idea de Hull), ni la asociación E — R por medio de la contigüidad (idea de Thorndike), eran los factores críticos del aprendizaje (y por tanto de la motivación), sino la influencia de ciertas estructuras mentales cognitivas, las intenciones, que actuarían como rectoras de la conducta.


Una versión cognitiva de la motivación que incluye la metáfora del ordenador se debe a Hunt, autor de la teoría de la motivación intrínseca: una motivación inherente a la interacción informativa del organismo con las circunstancias por medio de los receptores de distancia y en sus acciones intencionales de anticipación de la meta. 


La teoría de Hunt asume que los procesos cognitivos rectores de la conducta tienen sus propias fuerzas dinámicas, cuyo fundamento motivador viene dado por la incongruencia que puede darse entre los patrones innatos y adquiridos y la retroalimentación informativa. Para Hunt, el hombre es un ser racional, capaz de procesar información y con posibilidad para decidir, todo lo cual lo acerca ya a los posicionamientos humanistas.


Otros autores que han influido bastante en las teorías cognitivas de la motivación han sido Festinger y Berlyne, el primero con su importante concepto de la disonancia cognitiva y el segundo con sus estudios sobre la curiosidad. 


Festinger definió la disonancia cognitiva como el resultado de la discrepancia entre una expectativa y la correspondiente percepción (o entre conceptos y perceptos), sobre cuya base se pondrían en marcha ciertas acciones, debiéndose tener en cuenta que ello no sólo participa en la conducta motivada propiamente dicha, sino también en otros procesos cognitivos, como algunos de los que integran los mecanismos de defensa y otras variadas actividades. Berlyne, por su parte, resaltó que la actividad, incluso en algunos animales, viene muchas veces sustentada por el deseo de experimentar u observar (curiosidad), sin que se tuviera por qué implicar la satisfacción de una necesidad biológica.


d) Hipótesis humanistas


Un grupo de psicólogos, especialmente centrados en el campo de la conducta humana y con presupuestos filosóficos diversos, más que estrictamente empíricos, insistieron en que el hombre es algo distinto que el animal y que su motivación (y en general, sus actos) no podía ser explicada por los hallazgos de laboratorio de conductistas o similares, ni tampoco con los presupuestos estrictamente psicoanalíticos, especialmente preocupados por el sujeto neurótico. Para los humanistas, el hombre tiene la posibilidad de razonar, sentirse afectado y elegir, no actuando por la mera influencia de agentes más o menos mecánicos o deterministas, ni a partir de conflictivas inconscientes: es decir, situaron como principales factores motivacionales las razones, los intereses y los valores de naturaleza consciente. En esta línea se sitúan G.W. Allport, H.A. Murray, A.H. Maslow y C. Rogers, entre otros, que construyeron hipótesis de naturaleza más comprensiva que propiamente explicativa, creando sistemas teóricos de raíces más o menos fenomenológicas y consiguientemente de imposible validación experimental, aunque sin duda en ocasiones se acercan más a la esencia de la conducta humana que las teorías de autores más positivistas. 


Esta tercera vía psicológica ha tenido duros enfrentamientos con los representantes de otros sistemas, sobre todo con los conductistas, desenvolviéndose generalmente fuera del terreno universitario (o, al menos, sin gran aceptación académica) y en el campo aplicado (psicoterapia, psicología escolar, psicología del trabajo), poseyendo, además de sus indudables valores intrínsecos, el atractivo de lo contestatario.