Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
@blog_trca

lunes, 22 de julio de 2019

No me importa mi vida ni le importa a nadie

¿Por qué puede una persona atentar contra su propia vida y llegar a quitársela? Ésta es una pregunta que nos hacemos cuando nos enteramos de algún suicidio. Inmediatamente pensamos que "algo" le ha pasado en su cabeza al suicida, y respondemos: "No estaría bien, habrá perdido la conciencia". Por desgracia, los casos de suicidio crecen cada año en nuestra sociedad. Y claro que hay personas que se quitan la vida en un momento de enajenación, pero también las hay que lo hacen conscientemente. De estas últimas decimos que habían perdido el gusto por la vida, que ya no tenían una razón para seguir viviendo. Pero, ¿no es posible que esa razón no la tengan porque nadie de quienes están a su alrededor les ha ayudado a encontrarla?
No podemos, si queremos vivir con sentido, desentendernos de los demás ni vivir despreocupados de su sufrimiento. La repetida frase "ése no es mi problema", además de falsa, es cruel: no hay problemas de las personas a las que conocemos que no nos incumban desde el momento en que tenemos noticia de ellos.
Por otra parte, ninguna existencia humana es un completo fracaso, como tampoco es un completo éxito. Siempre hay aspectos de ella buenos, otros regulares, y otros, en efecto, malos. Cuando por uno de estos últimos una persona decide acabar con su vida, es muy probable que lo haga porque sea el único que los demás han estimado y, al fracasar, ya no tiene sentido seguir adelante. Por eso es muy importante aprender a valorar con justicia todos los aspectos de nuestra vida y de la de los demás, para saber compensar la insatisfacción que unos procuran con la satisfacción que otros proporcionan.

El profesor indio Kailash Satyarthi (Premio Nobel de la Paz) ha dedicado su vida a ayudar a los niños a liberarse de la explotación en el trabajo. Cuando alguien se interesa por nosotros y nuestros problemas, nuestra vida cobra un nuevo sentido.
De lo que estamos hablando es de un problema que todos nos planteamos en algunos momentos de nuestra existencia y por muy variadas razones: ¿la vida humana tiene un sentido, o sólo tiene un final, la muerte? A esta pregunta se han dado básicamente tres respuestas a lo largo de la historia de nuestra cultura:

No hay sentido, nuestra vida y el mundo son un absurdo, y de lo que se trata es de soportar la existencia. Esta posición la han defendido algunos autores del siglo XX, como Sartre, Monod, Cioran y Camus.
Hay un sentido hasta llegar a la muerte, que es el límite último de nuestra vida. Enrique Tierno Galván y Ernst Bloch han defendido que la vida tiene sentido y valor, pero que la muerte es el límite absoluto de la misma.
Hay un sentido que va más allá de la muerte, hasta otra vida, que es lo que defienden las distintas religiones. A pesar de las diferencias que podemos encontrar entre ellas, es común al judaísmo y al cristianismo la promesa de la salvación, es decir, de una forma de vivir en la que se haya superado la injusticia y el sufrimiento. Esto no quiere decir que esta vida que tenemos ahora carezca de sentido, sino que continuará más allá de la muerte hasta alcanzar la perfección. Las religiones son lugares para la esperanza de que el bien, la verdad, el amor, la libertad y la alegría serán las últimas palabras de la historia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario