Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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viernes, 13 de septiembre de 2019

¿De verdad somos libres?

1. Determinismo y libertad
Elegir, comprometerse, tomar decisiones: todas ellas son acciones que dan por supuesto que las personas somos libres y que podemos organizar nuestra vida de acuerdo con los criterios que vayamos considerando más adecuados. Pero, ¿es esto verdad? ¿No es cierto que, desde que nacemos, estamos sometidos a las normas que la sociedad y el Estado nos imponen? ¿No es cierto que nacemos ya con unas características físicas y psicológicas determinadas?
Quienes contestan afirmativamente a las preguntas anteriores son deterministas, es decir, defienden que el ser humano no es libre, sino que está determinado en sus elecciones: hace lo único que puede hacer en cada momento. Determinismos hay de muchos tipos:

Cosmológico: Lo defienden quienes creen que hay una ley que rige el universo y que se impone sobre la naturaleza y los seres humanos, de modo que el futuro resulta previsible. En este determinismo se apoyan todas las consultas acerca del futuro a través de cartas, horóscopos y las muy variadas formas de anticipar los acontecimientos que han de venir.
Teológico: Lo sostienen quienes piensan que, como Dios lo sabe y domina todo, es también causa de todas las acciones humanas, que están predeterminadas por él.
Científico: Consiste en explicar la conducta humana desde una sola de sus dimensiones: la que es observable empíricamente. Dentro de él se inscriben muchas corrientes, según donde pongan el énfasis para explicar la conducta humana: la dotación genética con la que nacemos, la concepción de la mente como un ordenador, el papel del inconsciente, la economía y su incidencia en la clase social a la que pertenecemos, la atracción irresistible que un motivo ejerce sobre nosotros para llevarnos a actuar, etc.

Sin embargo, y a pesar de lo que hemos dicho hasta ahora, el determinismo no explica por qué tenemos la convicción de que somos libres, ni justifica por qué nos hacemos y sentimos responsables de nuestros actos, ni da razón de por qué alabamos unas conductas y reprobamos otras, ni mucho menos da una respuesta a la pregunta sobre por qué existen la moral, el derecho, la religión y la política.

2. Una libertad condicionada
Dada la insuficiencia del determinismo, y aceptada la conciencia de libertad que acompaña a muchos de nuestros actos, parece necesario ocuparnos de la naturaleza de nuestra libertad. Lo primero que salta a la vista es que la conducta humana no es mecánica, es decir, no es un conjunto de respuestas uniformes a los estímulos que el medio le proporciona.
Mientras que los animales se comportan de la misma manera en las mismas situaciones de acuerdo con su especie, el ser humano presenta una variedad de comportamientos que sobrepasa la previsión, hasta el punto de que, por muy bien que conozcamos a una persona, no podemos predecir con exactitud qué va a hacer en una situación determinada.
Está claro que la nuestra no es una libertad sin límites: no elegimos en cada situación entre todas las posibilidades, sino sólo entre una porción de ellas. Lo que nos lleva a pensar que nuestra libertad está condicionada, y lo está por algunos de los factores que señalan los deterministas: la dotación genética, la sociedad en la que vivimos, la educación que recibimos, el momento histórico y la cultura a los que pertenecemos, nuestras creencias religiosas y otros factores.
Sin embargo, condicionamiento no es determinación. El que nuestra libertad tenga límites no significa que no exista. Todos los factores que acabamos de nombrar y aun otros no anulan nuestra capacidad de tomar decisiones y de plantearnos posibilidades. Podremos realizar unas y otras o no, pero nada nos impide pensarlas y, sobre todo, nada nos puede impedir adoptar, ante los hechos de nuestro entorno y ante nuestras propias vivencias, las actitudes que creamos más oportunas. En muchas ocasiones no tenemos control sobre lo que sucede, pero sí tenemos sobre cómo vivir eso que sucede. Y ésta es una dimensión de nuestra libertad que nada ni nadie puede arrebatarnos.

3. Libertad y responsabilidad
Son muchos los ámbitos y las ocasiones en la vida en los que tenemos conciencia de actuar libremente. Vamos a aclarar ahora las formas de libertad:

Libertad externa: Consiste en poder actuar como creamos conveniente, respetando las leyes de nuestro país y las costumbres sociales, sin que haya ningún obstáculo que, desde fuera de nosotros, nos lo impida. Este tiempo de libertad lo pierde la persona que es detenida o la que vive en estados dictatoriales que suprimen la libertad de expresión, manifestación, reunión, etc.
Libertad interna: Consiste en poder tomar las decisiones que estimemos oportunas sobre los asuntos que nos afectan. Ésta es la auténtica libertad moral, pues nadie nos puede privar de ella, si bien para ejercerla plenamente es necesario desarrollar nuestra creatividad y profundizar en nuestra formación, pues de una y otra depende nuestra capacidad de manejar más y mejores posibilidades de elección.

Expuestas las dos formas de libertad de las que disponemos, conviene que nos detengamos ahora en un concepto que está unido a aquélla: la responsabilidad. Porque somos libres, somos también responsables.
En una primer aproximación, podemos decir que la responsabilidad es la capacidad de responder a la pregunta por la razón de lo que hacemos. En efecto, las personas, dado que actuamos después de haber valorado diversas posibilidades, podemos responder a la pregunta sobre por qué hemos elegido una de esas posibilidades y no otras.
Pero nuestra responsabilidad no se reduce sólo a esto, sino que se extiende también a la capacidad de responder de las personas con las que nos relacionamos y de las que se encuentran en situación de necesidad, puesto que nos es posible ponernos en su lugar. No nos podemos desentender de los demás, puesto que sólo con ellos es posible realizar nuestra vida.
No es bueno para nuestra vida, ni para la de los demás, ni para el conjunto de la sociedad, que huyamos de nuestras responsabilidades personales. No podemos asumir la de todos: si lo hacemos, su peso nos aplastará. Pero no debemos abandonar las nuestras: hacerlo significa renunciar a vivir una vida auténticamente personal, por no mencionar los daños que ello nos acarrearía. De hecho, ya lo vivimos en gran medida, porque es bastante frecuente en nuestra sociedad intentar descargar las responsabilidades personales en otros, en las instituciones, y en lo primero que nos pasa por delante con tal de no asumirlas nosotros mismos.
Por eso oímos expresiones como "fracaso escolar", cuando la realidad es que muchos alumnos no estudian lo que deberían, ni bastantes familias se ocupan de que lo hagan, ni algunos docentes desempeñan sus funciones con el celo que sería necesario. Valga este hecho como ejemplo de otros muchos.

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