Doríforo de Policleto |
Partenón |
A partir de estos hechos, Nietzsche formula la siguiente interpretación: las artes plásticas están regidas por el racionalismo del orden y de la medida, mientras que las artes narrativas están dominadas por el desorden, las pasiones y la sinrazón.
La interpretación nietzscheana va unida a la importancia que los dioses Apolo y Dionisos tienen en el mundo griego. Apolo, dios del sol, representa la luz, la razón, la sobriedad, la austeridad, el racionalismo griego en todos los órdenes: en la Filosofía, en la Ciencia y en las Artes Plásticas.
Ahora bien, frente a Apolo se sitúa Dionisos, dios del vino, de la fiesta, de las tinieblas, de la locura, de la sinrazón. La tragedia es el arte dramático por antonomasia, en la medida en que en ella se representan las pasiones y las locuras humanas. Es el arte de la sinrazón, de lo irracional, donde se expresan los vicios y miserias de las personas. Este tipo de representaciones generan la catarsis (purificación), tanto de los personajes encarnados por los actores, como de sus espectadores, que salen del teatro muy reforzados anímicamente; la representación trágica sirve para ennoblecer al ser humano.
Además, el arte dionisiaco está muy relacionado con las bacanales, esto es, con esas fiestas que se realizaban en primavera, en las que se buscaba una vuelta del ser humano a la Naturaleza, y en las que el vino era un elemento fundamental.
Mosaico con representación de máscaras teatrales procedente de Villa Adriana (Tívoli), conservado en el Museo Capitolino de Roma |
Por último, lo dionisiaco y lo irracional están estrechamente ligados con el tema de la inspiración, de la creación artística. El poeta es un enviado de los dioses, es un medium (medio) a través del que los dioses hablan. A esta experiencia los griegos la llamaron endiosamiento o manía, ya que en la experiencia artística un dios o musa hablaban a través del poeta.
Se nos presenta así una perspectiva muy interesante del arte griego: el arte no es lo propio del habilidoso, sino del poseído por las musas; el artista no es un ser consciente de su tarea, sino que es un manualista poseído por los dioses. Sólo el filósofo podrá enjuiciar su obra: lo entenderán los sabios, pero no los cuerdos.
Para Platón, la locura de la inspiración nos proporciona un nivel intelectivo muy distinto de los conocimientos artesanales, pero también muy diferente del sabio-filósofo. La simple técnica no llega a la belleza en sí; la sabiduría la alcanza, pero sólo a través de la razón. Únicamenta la locura produce, por inspiración o profecía, los mismos efectos que la sabiduría racional.
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