Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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jueves, 29 de noviembre de 2012

La actitud filosófica

Para los niños, el mundo y todo lo que hay en él es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y misterioso. Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
J. Gaarder, El mundo de Sofía

El origen de la actitud filosófica: la extrañeza
El comienzo de la filosofía no es sólo histórico, como un hecho cultural, sino también personal. ¿Qué es la filosofía? ¿Por qué resulta tan radical y necesaria en la vida humana? ¿Cómo puede defenderse la actitud filosófica en un mundo cambiante y multiforme como el nuestro? Son temas que se han planteado desde el mismo momento en que el hombre, consciente de su propia capacidad de pensar, comenzó a preguntarse por su misma naturaleza humana.
El ser humano tiene un deseo irreprimible de saber (ya Aristóteles se dio cuenta de ello). Pero ese deseo arranca de un modo de mirar: de la extrañeza ante las cosas. El mundo, las cosas y las personas se nos presentan ante nuestros ojos y no nos pasan desapercibidos. Despiertan en nosotros la curiosidad, la admiración, la extrañeza. Y de ahí surge el deseo de saber y conocer utilizando la razón. Por tanto, no es una mera contemplación admirada de lo que vemos, sino un movimiento real de búsqueda de respuestas, una insatisfacción en la ignorancia, un ímpetu que nos mueve a pensar: a pensar más y de otro modo.

La filosofía como actitud
La actitud filosófica consiste, pues, en ese "vivir despierto", en un constante inconformismo que nos lleva a plantear preguntas. Quien tiene actitud filosófica no se habitúa al mundo, porque ese ámbito en el que desarrolla su vida le produce una extrañeza tal, que buscar explicaciones y respuestas se convierte en la tarea de una vida. No puede vivir dormido, ocupado en el discurrir tranquilo del tiempo, sino en alerta, despierto y mirando en derredor en continua situación de admiración.
Así pues, esa actitud vital que es la actitud filosófica se distingue de la "actitud natural", que es aquella que no se cuestiona y que desarrolla la vida respondiendo tan solo a la urgencia de la supervivencia. La actitud filosófica plantea interrogantes radicales y últimos, busca el sentido de la existencia y desborda las dimensiones humanas pragmáticas, intentando alcanzar lo que está más allá, lo cual, en ocasiones, obliga a recogerse en lo más íntimo y a mirar en el interior.

La filosofía como quehacer
Todos tenemos una actitud filosófica: los niños, con su insistente preguntar, están mostrando su interés por descubrir un mundo que les admira y asombra, que les produce extrañeza y que les interroga manteniéndonos despiertos. Sin embargo, poco a poco vamos olvidando esa capacidad, interpretamos la admiración como ignorancia y dejamos de asombrarnos. Nos "dormimos" y nos instalamos en la actitud natural.
La filosofía es un quehacer: se va haciendo. Cada ser humano la hace día a día, con un esfuerzo gratificado y compensado por estar realizando lo que nos vuelve más radicalmente humanos. Es un modo de "humanizarse". Quien no se admira, busca, pregunta y reflexiona, probablemente está empezando a deshumanizarse.
Ese quehacer, esa labor dinámica y a veces dolorosa que es la filosofía la han ido haciendo los seres humanos de todas las épocas. Por eso, aunque cada uno de nosotros hace filosofía y se plantea sus propias preguntas -que, en el fondo, son siempre las mismas-, no parte de la nada: dispone de una tradición y de una historia. La humanidad hace filosofía históricamente, lo cual permite compartir un patrimonio común de conocimientos y preguntas.
La historia de la filosofía ya es filosofía, porque constituye un modo de pensar problemático sobre la misma esencia del pensar y sobre los cambios que ha sufrido a lo largo del tiempo. Las demás ciencias y saberes tienen un objeto externo a ellas mismas y no han de hacer un ejercicio de "volver la vista sobre quien está mirando". Por ejemplo, la física no reflexiona sobre su propia tarea y, si lo hace, es desde el exterior de la misma (no está haciendo física quien hace historia de la física). Pero la filosofía es una reflexión constante sobre sí misma; es decir, es un volver a "doblarse" sobre sí. Ese volver sobre sí misma para encontrar respuestas no es arbitrario. Aunque todos y cada uno de nosotros podemos tener actitud filosófica, la filosofía es una tarea rigurosa que exige un método y unas herramientas que nos permiten canalizar adecuadamente nuestra búsqueda de respuestas. De ahí que sea tan importante conocer cómo, desde la actitud filosófica, se puede hacer filosofía.

Saber y sabor filosófico
La actitud filosófico es, pues, una forma de mirar. Consiste en un "estar despierto" ante el mundo y ante el mismo ser humano. Es aquello que nos obliga a interrogarnos, a buscar un sentido y a ser más humanos. Por eso tiene dos dimensiones: el saber, el conocimiento, y el sabor, la experiencia personal y radical de la vida, el gusto por las cosas y el disfrute ante el mundo.
Esas dos dimensiones no son ajenas la una a la otra, porque la filosofía es también poder disfrutar del conocimiento. La experiencia personal y única es un saber práctico que permite saborear el sentido y el discurrir vital, consiguiendo que el saber sea un saborear la realidad en su comprensión.

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