Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 23 de marzo de 2013

Identidades asesinas

La primera vez que me encuentro con este texto de Maalouf fue en 2008 en la asignatura de Ética con mis alumnos de 4º ESO, donde debatimos acerca de si lo que determina nuestra identidad son los rasgos hereditarios con los que nacemos, o si es la educación y los valores que recibimos. Posteriormente, vuelvo a encontrarme con este autor en 2010, cuando Maalouf recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y recientemente, a finales de 2012, aparece en castellano una novela suya con bastante difusión en los círculos comerciales del libro: "Los desorientados". Como andamos escasos de recursos, en lugar de comprarme en el FNAC esta novela, me conformo con los nueve euros de Identidades asesinas. Y ha sido un acierto.
Me lo he leído un par de veces, he tomado notas y me he hecho mi propia recesión. Es un libro pequeño con una clara finalidad y un argumento sólido, en el que se denuncian las consecuencias negativas que a lo largo de la historia de la humanidad han tenido los enfrentamientos étnicos, raciales y religiosos entre los pueblos. Las propias vivencias del autor son el punto de partida, por lo que en un principio me interesé por conocerle buscando información en la web. Luego me emocionaron sus ideas acerca de cómo podemos lograr un futuro pacífico donde culturas diversas puedan convivir juntas; de qué manera los pueblos deben reconocer las múltiples identidades que los forman, de manera que las minorías puedan sentirse identificadas dentro de otros patrones culturales mayoritarios, gracias a la defensa de una pluralidad de lenguas, ideologías, símbolos o creencias.
Sólo si las minorías se sienten respetadas, podrán interesarse por conocer la cultura mayoritaria en la que están inmersas y sentirse parte de un proyecto común. La democracia pues requiere una protección social de todas las identidades y una defensa de los derechos humanos y de la dignidad de todos los individuos, de manera que no quede sustentada en los números mayoritarios de las corrientes ideológicas, estéticas, religiosas o raciales de una parte de la sociedad, aunque fueran éstas las predominantes. Ahora bien, tampoco hay que olvidar que cada país tiene unas connotaciones culturales que prevalecen sobre otras, por cuestiones históricas, sociales, políticas y económicas; y tampoco deben seguirse todas las tradiciones por el simple hecho de que forman parte del bagaje cultural de un pueblo, y así estaremos vigilantes ante aquellas costumbres que pudieran ir en contra de los derechos humanos.
La tendencia de que todos formamos parte de un mismo grupo, la humanidad, debe sustentarse simultáneamente en los elementos que identifican a cada uno de los pueblos. La homogeneidad no debe ser entendida como la hegemonía de una lengua y de un único sistema socioeconómico, ya que esto no lleva a una sola identidad y a un futuro en paz, sino todo lo contrario, a un empobrecimiento cultural y a un fortalecimiento, a veces violento y muy peligroso, de las identidades que se sienten amenazadas.
La lectura de este ensayo de Maalouf es más que recomendable, me atrevo a decir que hasta necesaria, para aquellos interesados en cuestiones éticas y sociológicas. Sólo por terminar, os dejo este párrafo ilustrativo sobre el destino:


El destino es como el viento para el velero. El que está al timón no puede decidir de dónde sopla el viento, ni con qué fuerza, pero sí puede orientar la vela. Y eso supone a veces una enorme diferencia. El mismo viento que hará naufragar a un marino poco experimentado, o imprudente, o mal inspirado, llevará a otro a buen puerto. 

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