1. El estructuralismo de Laín
Laín Entralgo es uno de los autores que han abordado con más profundidad este problema, desde una perspectiva antropológica. Sus aportaciones son fundamentales para comprender la cuestión filosófica del problema mente-cerebro en la actualidad.
Propone una teoría emergentista en la que considera que la materia es capaz de "dar de sí", de manera que lo que ella produce es cualitativamente y específicamente diferente de todo lo anterior. Así, el cerebro humano produce la inteligencia humana, que es distinta e irreductible a su origen físico.
Laín denomina a su propia postura estructurismo, pues parte de la concepción del cerebro como estructura parcial dentro de la estructura total del cuerpo humano y, por tanto, como parte de la actividad del organismo humano en su totalidad. No se trata de que el cerebro, por más que sea un órgano importante, actúe como "rector" del resto del cuerpo, sino de que la vida del cuerpo requiere la existencia de un órgano que se haga consciente del mundo y pueda decidir las acciones personales a llevar a cabo. Existe pues una vinculación entre la actividad del cerebro y la de otros órganos, que están en mutua interacción: un cuerpo sin cerebro no es un ser humano, y tampoco lo es un cerebro sin cuerpo.
2. El cuerpo como un todo
Las propiedades del cerebro no son una mera suma y combinación de las partes que lo componen. La estructura del cerebro va constituyéndose paulatinamente en el desarrollo del embrión, y así va enriqueciéndose y diversificándose el conjunto de propiedades. Además, todas esas características y funciones que el cerebro ejecuta constituyen un resultado diferente de lo que cada una de ellas son por separado (es decir, el todo es más que la suma de las partes) y tienen una cierta unidad estructural. Laín explica esto con el ejemplo de una bandada de grullas: la variación en la dirección del vuelo de un grupo de grullas que avanzan en formación triangular responde a una alteración atmosférica percibida por las grullas situadas en la cabecera de la formación, esa información se transmite por medio de ciertas señales al resto de la bandada y el resultado es un cambio de todo el grupo en la dirección más conveniente. Esa posibilidad biológica es propia de la especie y, a pesar de estar inscrita en cada individuo (código genético) y ser modulada de forma individual, da lugar a una conducta colectiva. Algo parecido podría decirse del cerebro: un área cerebral se activa y produce millones de conexiones sinápticas que hacen que el cerebro funcione de modo unitario, como un todo. Esta complejidad estructural y dinámica es lo que permite el pensamiento y la inteligencia humanos, y también la que posibilita percibir la identidad de la existencia propia a lo largo del tiempo, es decir, la autoconciencia.
Por eso puede afirmar Laín que el ser humano lo es con toda su realidad corporal, pero es lo que es y vive como vive por obra de su cerebro.
3. La pregunta por la conciencia
Laín se pregunta por la conciencia en diálogo con la filosofía y con las ciencias. Esta actitud de búsqueda frente al misterio del cuerpo y el alma es, según este autor, una de las peculiaridades del trabajo filosófico.
Tal como la veo, la conciencia humana es una de las actividades propias del nivel alcanzado por una determinada estructura dinámica, la de nuestro cuerpo, dentro de la total evolución del dinamismo cósmico; actividad en cuya virtud esta estructura se percata de su propia realidad y de la realidad del mundo, puede hacer su vida de un modo personal y, dentro de los límites inherentes a su condición finita, poseerse a sí misma y concebir lo que la rebasa. Pienso, por consiguiente, que el sujeto agente de esa actividad es la estructura misma en su totalidad -también los dinamismos muscular, cardíaco y hepático tienen parte en ella, y así lo demuestra el hecho de la cenestesia-, pero centralizada en la particular estructura funcional del cerebro y regida por ella. La actividad del cerebro no es causa instrumental de un alma capaz de autoconciencia, pero no consciente de sí misma, ni causa exigitiva de una instancia ontológicamente superior a ella; la actividad consciente del cerebro -la peculiaridad modal de los actos psicoorgánicos a que damos el nombre de "conscientes"- es la conciencia misma.
P. Laín Entralgo, Ser y conducta del hombre
Cuando se enfrenta con ultimidades, la mente humana se ve forzada a optar entre dos términos: la utópica, irrealizable esperanza en el saber del porvenir, y la atribución de un carácter últimamente enigmático a la realidad, cualquiera que sea el modo en que se nos presente. Que la meta de esa utopía es inalcanzable, claramente lo demuestra el hecho de que haya existido y siga existiendo una historia del pensamiento. Desde los presocráticos hasta hoy vienen persiguiendo los filósofos una respuesta definitiva a la pregunta por lo que la realidad sea, y no parece que tal intento pueda tener fin; con toda explicitud escribió Aristóteles que nunca acabarán los hombres de preguntarse por el ser. "Lo último será siempre incierto, y lo cierto siempre será penúltimo", he dicho más de una vez.
Pero afirmar la radical enigmaticidad de lo real no equivale a declarar inútil el intento de penetrar intelectualmente en ella. La verdadera grandeza intelectual del hombre y una parte esencial de su grandeza ética se la da el esfuerzo de moverse hacia el progresivo conocimiento de lo real y enigmático, crea o no crea en la posibilidad metahistórica de lograr su empeño.
P. Laín Entralgo, Idea del hombre (adaptado)
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