1. Conocer: qué y cómo
A la hora de estudiar el conocimiento humano, debemos tener en cuenta cuáles son los diversos modos de conocer y en qué consiste el conocimiento mismo. Se trata, por tanto, de dos dimensiones distintas: lo que podemos conocer, es decir, el objeto de conocimiento (¿qué conocemos?) y la propia capacidad de conocer, el sujeto que conoce (¿cómo conocemos?).
La diversificación de los saberes ha hecho que cada uno de ellos se especialice en una parte concreta del conocimiento humano. Así, entre las disciplinas que estudian cómo conocemos nos encontramos con:
- La neurobiología, que estudia el funcionamiento del cerebro, órgano del conocimiento por excelencia.
- La psicología, que estudia los procesos cognitivos y su relación con el psiquismo.
- La filosofía, que se pregunta en qué consiste el conocimiento, qué es conocer. Dentro de la filosofía está la epistemología, dedicada especialmente al problema del conocimiento, cuya tarea es preguntarse sobre su posibilidad y validez. Y también la metafísica, que se pregunta por la realidad que conocemos, por el significado, límites y alcance último del conocimiento.
Aquí analizaremos la pregunta ¿cómo conocemos?, es decir, nos referiremos al sujeto que conoce. Desde una perspectiva antropológica, tras saber quién y cómo es el ser humano biocultural, queremos saber ahora cómo tiene experiencia y cómo reflexiona sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea.
La filosofía estudia el conocimiento humano y el acto de reflexión (re-flexión: volver a doblarse sobre sí), es decir, la posibilidad de pensar que estoy pensando. A lo largo de la historia se han propuesto numerosas teorías que intentan explicar este fenómeno. Esta tarea es fundamental porque no podemos realizar nuestra vida sin preguntarnos por la realidad y por nosotros mismos para "saber a qué atenernos". Para "hacernos cargo" de nuestra situación tenemos que conocer; por tanto, no es una cuestión de mera curiosidad, en ello "nos va la vida". Por eso la filosofía no es un añadido superficial que adorna nuestro pensamiento, sino la pregunta más radical sobre la existencia humana.
3. Platón: el conocimiento de las ideas
Platón considera que a través de los sentidos no podemos llegar a alcanzar un verdadero conocimiento. Éstos sólo nos permiten acceder a la "apariencia" de las cosas, pero no a su realidad, es decir, a las ideas, que no pueden ser percibidas. Las ideas son el modelo al cual imitan todas las imágenes que nosotros vemos. Por ejemplo, no podemos ver la idea de belleza, pero sí percibimos cosas bellas a nuestro alrededor. De las cosas que vemos sólo podemos tener creencias, pero el verdadero conocimiento sólo se obtiene si es referido a las ideas.
La alegoría de la caverna
Imagina una especie de caverna vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en lo alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
Ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materiales; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
El mito de la caverna de Platón |
- ¡Qué extraña escena describes -dijo-, y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros -dije-, porque, en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
Entonces no hay duda de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
Examina pues qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándose a contestar sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
Platón, La República (adaptado)
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