Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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jueves, 1 de agosto de 2013

El método narrativo

Al ser humano no le basta vivir la vida, ha de asumirla reflexiva y críticamente. "Una vida que no es examinada no es digna del hombre", decía Sócrates. Uno de los objetivos de la filosofía es conocer al ser humano desde su carácter personal, pero no sólo movido por un afán teórico, sino para ayudarle a encontrarse consigo mismo y vivir más humanamente, pues la filosofía es un esfuerzo de humanidad. Para ello necesita un método válido: el método narrativo. Se trata de un método filosófico que parte del análisis e interpretación de las narraciones para acceder a diferentes problemáticas filosóficas: religiosas, éticas, políticas, antropológicas, etc. Es una de las formas que puede adoptar actualmente el método hermenéutico. Encontramos importantes desarrollos en filósofos como M. Nussbaum, J. Ortega y Gasset, P. Ricouer o M. Eliade.

1. Vivir para contarlo: método narrativo y biográfico
Si queremos aproximarnos al devenir vital del ser humano y dar cuenta así de su identidad, hemos de hacerlo con un método adecuado; no nos puede servir un método que haya sido válido para otras tareas como, por ejemplo, el método científico.
El objeto de estudio que queremos comprender, la vida humana, se nos presenta como una realidad ambigua y equívoca. Así, para aprehenderla en toda su riqueza, tendremos que hacer uso de un método que respete sus características y no la distorsione. El método más adecuado para ello es pues el método narrativo, el cual nos proporciona una forma de leer la vida desde su complejidad, respetándola en lo que es.
Las narraciones son un buen medio para acercarnos a la complejidad del vivir humano. Nos permite hacer de la vida biológica una vida biográfica. Además, nos ayudan a aclararnos, pues contando historias nos contamos a nosotros mismos y damos sentido a todo: a nosotros mismos y al mundo. De aquí surge la fascinación intemporal por la narración, ya sea bajo la forma de leyendas, cuentos, novelas o las más actuales aventuras cinematográficas.
Por medio de las narraciones que contamos y nos cuentan, aclaramos nuestra propia vida. Es, por tanto, un buen método, pues no solo nos ayuda a conocernos, sino que responde a la estructura esencialmente narrativa de la vida humana.

Para comprender algo humano es preciso contar una historia. Este hombre, esta nación, hace tal cosa y es así porque antes hizo otra y fue de otro modo. La vida sólo se vuelve un poco transparente ante la razón histórica.
Ortega y Gasset, Historia como sistema

2. Narradores de nosotros mismos
No sólo somos narradores del mundo, también somos narradores de nosotros mismos. Una vida es un fenómeno biológico mientras no sea interpretada; por eso, en esa interpretación, la ficción desempeña un papel fundamental de mediación. Tenemos la tarea de tramar la vida, de construir nuestra biografía y de perfilar el personaje que somos en nuestra narración.
El elemento fundamental de toda narración es la trama (la intriga). La trama es una síntesis llevada a cabo en la narración en la que se agrupan acontecimientos e incidentes múltiples formando una historia completa, con un principio, un desarrollo y un fin. La trama narrativa organiza componentes muy diversos: circunstancias, personajes, deseos, etc. Gracias a ella, obtenemos orden del desorden. De igual manera, nuestra vida ha de ser tramada; hemos de narrarla y, sobre todo, narrárnosla a nosotros mismos. Narrando la vida, la examinamos y la hacemos vida humana. La identidad humana es así, de principio a fin, de nacimiento a muerte, identidad narrativa.

3. El poder de la narración
Contando y narrando podemos comprender mejor nuestro mundo y comprendernos a nosotros mismos. La narración es un buen recurso para sentirnos libres y para dejar volar nuestra imaginación. Así, podemos soñar posibilidades y, al mismo tiempo, soñarnos a nosotros mismos.


Luis Landero
Todos somos narradores y todos somos más o menos sabios en este arte. ¿Y cómo no habríamos de serlo si casi todo el tiempo que dedicamos a comunicarnos con el prójimo se nos va en contar lo que nos ha sucedido o lo que hemos soñado, imaginado o escuchado? Espontáneamente, instintivamente, el hombre es un narrador.
Todos somos Simbad, ese pacífico mercader que un día se embarca, sufre un naufragio y corre aventuras magníficas. Luego, pasados los años, regresa para siempre a Bagdad, retoma su vida ociosa y se dedica a referir sus andanzas a un selecto auditorio de amigos. "Vivir para contarlo" se dice, y no otra cosa hace esa mujer que vuelve del mercado y le cuenta a la vecina lo que le acaba de ocurrir en la frutería. Ignoro por qué, pero nos complace narrar, recrear con palabras nuestras diarias peripecias. Recrear: es decir, que nunca contamos fielmente los hechos, sino que siempre inventamos o modificamos; o si se quiere: a la experiencia real le añadimos la imaginaria, y quizá sea eso lo que nos produce placer: el placer de agregar un cuerno al caballo y de que nos salga un unicornio. De ese modo vivimos dos veces el mismo episodio: cuando lo vivimos y cuando, al contarlo, nos adueñamos de él y nos convertimos fugazmente en demiurgos. Somos narradores por instinto de libertad, porque nos repugna la servidumbre de la propia condición humana en un mundo donde no suele haber sitio para nuestros deseos y nuestros afanes de verdad, de salvación y de plenitud.
Luis Landero, "¡A aprender al asilo!", en EL PAÍS (3-Enero-1991)

Todos, de una manera balbuciente o articulada, nos vamos contando, cada día, la vida. La conciencia no es sino reflexión, re-flexión, vuelta y consideración de lo que hemos hecho, relato (re-latum, re-fero) a nosotros mismos de lo que hemos hecho, autonarración, memoria viva. Todos consistimos en "textos vivos". Contar es como vivir y vivir es como contar(se), de tal modo que se da un perfecto recubrimiento del mundo de la experiencia por el mundo narrativo: somos o, al menos, nos figuramos ser nuestra novela, la "narración narrante" de nuestra vida.
José Luis López Aranguren, Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa (adaptado)

4. Textos biográficos
La filosofía no solo elabora teorías sobre la vida o la identidad personal, hablando sobre ella como si se tratara de un objeto o de un tema más. La filosofía es una actividad vital, que aspira en muchas ocasiones a cambiar la vida; de ahí que recurra a la biografía como forma de expresión. Cuando las biografías se escriben en primera persona -autobiografías-, dejan de ser un retrato para convertirse en una tarea de recuerdo y de narración personal.
En las biografías encontramos muchas veces temas filosóficos planteados desde la propia vida, lo cual les confiere gran vivacidad y frescura. De esta manera, las biografías se convierten en un camino adecuado para estudiar filosofía, comprender los problemas filosóficos y hacer nosotros mismos filosofía. Esto es así siempre y cuando no confundamos la biografía con las anécdotas o las opiniones. Toda biografía filosófica bien hecha, también las literarias, tiene el enorme valor de presentar cuestiones intemporales y universales desde una perspectiva temporal y singular. La elaboración filosófica de la propia biografía tiene que mostrar este proceso por el cual una historia humana personal es una historia humana universal.
Vamos a ver este proceso con un texto autobiográfico de San Agustín:

Durante aquellos años en que por primera vez empecé a enseñar en mi ciudad natal, di con un amigo muy querido. Los dos teníamos la misma edad, los dos en la flor de la juventud y compañeros de estudios. Juntos nos habíamos criado de niños, juntos habíamos asistido a la escuela y juntos habíamos jugado. Pero entonces no teníamos tan estrecha amistad como la tuvimos después. Aquella amistad era muy dulce para mí, pues estaba sazonada por intereses comunes de estudio. Había logrado apartarle de la verdadera fe -todavía no muy bien arraigada en su alma de adolescente- para arrastrarle hacia aquellas fábulas supersticiosas y perniciosas, por las cuales me lloraba mi madre. Ahora, hecho un hombre, era mi compañero en el error, y mi alma no podía vivir sin él.
Pero, antes de terminar el primer año de amistad -más dulce para mí que todas mis alegrías vividas hasta entonces- te lo llevaste de repente de este mundo. Mi corazón quedó ensombrecido por tanto dolor, y, dondequiera que miraba, no veía más que muerte. Mi patria me daba pena, mi casa me parecía un infierno y todo lo que había tratado con él, cuando me acordaba de ello, era para mí un cruelísimo suplicio. Mis ojos le buscaban por todas partes, pero no estaba allí. Todas las cosas me eran amargas y aborrecibles sin él.
San Agustín, Confesiones (adaptado)

San Agustín (354-430) 
San Agustín es uno de los primeros filósofos cristianos, que vivió en los comienzos de la Edad Media; intenta elaborar una síntesis entre la perspectiva cristiana y la filosofía griega, en particular, la platónica. Su vida está marcada por su conversión al cristianismo, lo cual le hizo cambiar radicalmente sus creencias y actitudes. Su punto de partida en la reflexión filosófica es la experiencia personal (la interioridad). Sobre su época y contexto podemos decir que se trata de un periodo de cambios y transformaciones sociales, pues desaparece el mundo antiguo (mundo griego y romano) y aparece una nueva época, caracterizada por la presencia del cristianismo.
En el texto anterior, el tema fundamental es la amistad: haber encontrado un alma gemela que comparte intereses intelectuales y que incurre en los mismos errores de creencia, según el propio autor, que él... Relata pues su propia vida y sus relaciones de amistad, pero en el fondo late la preocupación por la creencia en Dios y el sentido de la existencia. Será muy importante en su vida esta amistad, porque verá en la contradicciones de su amigo las suyas.
El tratamiento de la amistad en el texto tiene un carácter universal: nos dice que la amistad es una de las experiencias vitales más importantes porque nos permite compartir la vida, las creencias, las expectativas, las dudas y nuestro personal proceso de búsqueda y madurez.

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