Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 14 de junio de 2014

Lenguaje y sociedad

Las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos. (M. HEIDEGGER)

El lenguaje no es sólo un sistema de signos que refleja la realidad o que encauza nuestro pensamiento. Con el lenguaje hacemos algo: nos expresamos a nosotros mismos, nos comunicamos con los demás y también, en ocasiones, intentamos modificar el pensamiento y el comportamiento de otras personas. El lenguaje es tan central en la vida que tiende a ser controlado y dominado por ciertos grupos sociales. Nuestra labor desde la filosofía es desenmascarar esos usos y abusos del lenguaje.

1. La relación mutua entre lenguaje y sociedad
Cada sociedad tiene su lenguaje, es decir, usa de una determinada manera una lengua. Así, el lenguaje es reflejo del mundo social en el que se inscribe. Éste es el origen de las jergas o argots, que son lenguajes especiales que usan entre sí los distintos grupos sociales, ya sea por su relación profesional o por otro tipo de relaciones sociales.
A su vez, el uso de un determinado lenguaje va a ser el indicador de pertenencia de un individuo a un determinado grupo social. Por eso decimos que el lenguaje "hace algo", pues le debemos nuestra forma de relacionarnos con los demás y de interpretarnos a nosotros mismos. Las consecuencias son importantes, y no sólo desde un punto de vista antropológico, sino también ético y político. Así, en nuestra sociedad occidental la discriminación ya no es sólo económica o social, sino lingüística.
Nuestra sociedad, en términos generales, margina a aquellos que no dominan un determinado lenguaje; esto es lo que sucede con el lenguaje informático o con otros cuyo desconocimiento impide que disfrutemos de todas las ventajas que aparentemente ofrece nuestra sociedad. No se nos exige sólo saber leer, sino también saber leer determinados lenguajes.
Un papel fundamental en la relación entre lenguaje y sociedad es el que juegan los medios de comunicación social, que, si bien tienen una función de información y diversión, en muchas ocasiones se convierten en fuente de manipulación.

2. Los usos del lenguaje: retórica y sofística
La polisemia y la ambigüedad caracterizan nuestro lenguaje. Esto no es una desventaja, pues es lo que va a permitir cierta economía en su uso, ya que si cada palabra tuviera que referirse a una sola y misma cosa, nuestro lenguaje sería infinito y en el límite imposible. Pero también va a propiciar que se pueda usar el lenguaje para engañar, seducir o manipular. El lenguaje es un instrumento tan rico y maravilloso que permite tanto la creación de muchas posibilidades como la aparición de la mentira.

La disciplina que se ha dedicado al análisis del uso del lenguaje es la retórica, que puede ser definida como el arte de hablar bien, de utilizar argumentos para persuadir y convencer a otros. Pero no hay que confundir retórica con sofística; la retórica es la búsqueda de argumentos probables y razonables, más allá del dogmatismo y el escepticismo. Entre "sólo hay una verdad", actitud dogmática, y "no hay verdad", actitud escéptica, la filosofía retórica se lanzará a buscar la verdad con argumentos. La sofística, por su parte, sólo se preocupará de que el interlocutor quede convencido; sólo le preocupa el efecto del discurso, no la verdad que el discurso transmite.

3. El lenguaje como forma de dominación
El lenguaje está tan unido al ser humano, lo constituye de tal manera, que dominar el lenguaje es dominarlo a él. Entre otras muchas estrategias hay dos de especial relevancia: disminuir el vocabulario y jugar con la polisemia de las palabras.

Manipulación de las palabras
En la lengua hablada, que alcanza hoy a millones de seres de toda la tierra, los mensaje, la propaganda y los slogans se lanzan a las muchedumbres  a golpe de bombo y platillo. Nadie ha tenido una visión más clara que Hitler del significado de los signos y símbolos cuando se trata de manipular la voluntad de las personas o de encauzar en la dirección deseada sus sentimientos de odio y venganza. La fuerza de los slogans resulta aterradora y, lo que es peor, su contenido significativo puede mixtificarse hasta resultar casi irreconocible, sin que el lector o el oyente lo perciban. Por ejemplo, en nombre de la libertad y la democracia muchos países son oprimidos y reducidos a cenizas; no suele pensarse ante tales casos que palabras como "democracia" y "libertad" significan cosas diferentes, incluso casi contrarias, en distintas partes del mundo. En la Alemania de Hitler la apostilla de judío era el medio más cómodo de deshacerse de una persona molesta; y si resultaba demasiado evidente que el epíteto "judío" no podía aplicarse al caso, entonces la propaganda echaba mano del término "judío blanco". De modo que el slogan, con todo su valor asociativo, seguía estando presente. Que el campo significativo hubiese sido manipulado hasta el extremo de no tener ya nada que ver con el original, era lo de monos. El que quiera ser dictador haría bien en estudiar semántica.
B. Malmerg: La lengua y el hombre

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