Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 14 de marzo de 2015

Psicología medieval: La Primera Edad Media


Aquel que conoce su alma, conoce a su Creador.

El proverbio anterior podría figurar como lema de la Psicología de la Primera y Alta Edad Media. San Agustín deseaba conocer a Dios y al alma. Creía que mirando hacia el interior e inspeccionando el alma, se podía llegar a conocer a Dios, que está presente en toda alma. San Agustín concibió una unidad de Creador y Creación, según la cual las tres facultades mentales -memoria, entendimiento y voluntad- reflejaban a las tres personas de la Santísima Trinidad, lo mismo que cualesquiera otras cosas relacionadas entre sí.
La psicología introspectiva caracterizó los primeros años de la filosofía cristiana. Un filósofo observaba internamente su propia alma para conocer a Dios, y no para comprenderse a sí mismo, como un ser humano único e intransferible, sino como un vehículo de la iluminación divina. No fue sino hasta la Alta Edad Media cuando apareció el verdadero individualismo, y aun así más en la cultura popular que en la filosofía.
Sin embargo, al margen de la Cristiandad europea se incubaba una psicología de las facultades basada en Aristóteles, que en última instancia había de resultar más fructífera y realista. Dicha psicología fue alumbrada originariamente en un marco neoplatónico, desde cuya perspectiva se interpretaba a Aristóteles, y combinaba una elaboración de la psicología aristotélica con la medicina del Bajo Imperio Romano y del Islam. A lo largo de los dos siglos siguientes, conforme Aristóteles iba siendo mejor conocido en Europa, esta psicología naturalista de las facultades reemplazó por compreto a la psicología precedente de corte neoplatónico-agustiniano.
En el esquema neoplatónico de la realidad, los hombres se sitúan a medio camino entre Dios y la materia. En cuanto animal racional, el ser humano se parece a Dios, mientras que, como ser físico, el hombre se asemeja a los animales y a otras criaturas puramente físicas. Según esta concepción, y en consonancia con la psicología de las facultades de Aristóteles, la propia inteligencia humana refleja esta posición ambigua: los cinco sentidos corporales están ligados al cuerpo animal, mientras que el intelecto activo -la razón pura- se halla próxima a Dios. Una persona es un microcosmos que refleja el gran macrocosmos neoplatónico.
Varios autores desarrollaron la psicología de Aristóteles, insertando varias facultades interiores, o sentidos internos, entre el alma racional y los sentidos corporales. Tales facultades se convirtieron en el punto exacto de transición entre el cuerpo y el alma en la cadena del ser. Dicho esquema aparece en el pensamiento islámico, judaico y cristiano de la Primera Edad Media. Los musulmanes realizaron una contribución especial al situar el análisis en un plano fisiológico. La medicina musulmana continuaba la tradición médica clásica, y los médicos musulmanes buscaban estructuras cerebrales que sirvieran de asiento a los diversos aspectos de la mente analizados por los filósofos. La formulación más completa de la concepción médica aristotélica corrió a cargo de Abu Alí al-Husain ibn-Sina (980-1037), conocido en Europa como Avicena, que fue simultáneamente doctor y filósofo, y cuyas obras tuvieron una gran influencia en la construcción de la Filosofía y la Psicología de la Alta Edad Media.
Ibn-Sina (Estatua en Ankara)
Antes de Ibn-Sina se habían redactado diferentes listas de las facultades mentales. Los cinco sentidos corporales y el intelecto no se consideraban facultades mentales, rango reservado a los sentidos interiores. Aristóteles había propuesto tres facultades -el sentido común, la imaginación y la memoria-, aunque las fronteras entre ellas no estaban claramente trazadas. Autores posteriores propusieron de tres a cinco facultades, pero Ibn-Sina elaboró una lista de siete facultades, que se convirtieron en la norma. Tal lista presentaba una jerarquía neoplatónica, desde la facultad más próxima a los sentidos y al cuerpo, hasta la facultad más relacionada con el intelecto divino.
Comenzando por las partes de la mente más relacionadas con el cuerpo, Ibn-Sina analiza el alma vegetativa, común a plantas, hombres y animales, y a la que trata como lo hizo Aristóteles, y de la que afirma que es responsable de la reproducción, el crecimiento y la nutrición de todos los seres vivientes.
A continuación viene el alma sensitiva, común a hombres y animales. En su nivel inferior comprende los cinco sentidos corporales o externos, en lo que de nuevo sigue a Aristóteles. El segundo nivel del alma sensitiva incluye los sentidos internos, o facultades mentales, situados en la frontera entre el hombre animal y las naturalezas angélicas. También ellos se hallan jerárquicamente ordenados. Primero está el sentido común, que, como en Aristóteles, recibe, unifica y hace conscientes las diversas cualidades de los objetos externos percibidas por los sentidos. Dichas cualidades percibidas son retenidas en la mente por el segundo sentido interno, la imaginación retentiva, para ser consideradas más detenidamente o recordadas con posterioridad. El tercer y cuarto sentido interno son la imaginación animal sintética y la imaginación humana sintética, responsables de la utilización activa y creadora de las imágenes mentales, ya que se encargan de relacionar (sintetizar) las imágenes conservadas por la imaginación retentiva en objetos imaginarios tales como los unicornios. En los animales este proceso es simplemente asociativo, mientras que en el hombre puede ser creativo; de ahí la distinción entre las dos facultades. El quinto sentido interno era la estimación, una especie de instinto natural para hacer juicios sobre las "intenciones" de los objetos externos. El perro evita el palo porque ha aprendido las "intenciones" punitivas del palo. El lobo busca a la oveja, porque sabe que la oveja es comestible. Esta facultad, análoga al condicionamiento simple de los psicólogos modernos, "estima" el valor o el peligro de los objetos en el mundo del animal.
Los sentidos internos superiores son la memoria y la rememoración. La memoria almacena las intuiciones de la estimativa. Dichas intuiciones no son atributos sensibles del objeto, sino más bien ideas simples de la esencia del objeto. La rememoración es la capacidad de evocar tales intuiciones pasado un tiempo. El material almacenado por la memoria y evocado por la rememoración no consiste, pues, en copias de los objetos, ya que esta función corre a cargo de las imaginaciones retentiva y sintética. Por el contrario, el material es un conjunto de ideas simples pero abstractas, o conclusiones generales, derivadas de la experiencia. No son, empero, universales verdaderos, pues sólo la mente humana tiene la capacidad de formar universales.
Ibn-Sina fue médico e intentó combinar su explicación de la psicología filosófica de Aristóteles con la tradición médica romana, consagrada pero errónea, que procedía de Galeno. Por simple especulación, sin recurrir a las prohibidas disecciones, Ibn-Sina localizó los sentidos internos en diferentes partes del cerebro. Sus hipótesis se convirtieron en la doctrina médica autorizada, hasta que en el siglo XVI Vesalio nuevamente puso en práctica la disección y demostró que las ideas de Ibn-Sina eran equivocadas.
El último aspecto del alma sensitiva de que se ocupa Ibn-Sina es la motivación. Como Aristóteles había señalado, lo que distingue a los animales de las plantas es que se mueven a sí mismos. Ibn-Sina, siguiendo a Aristóteles, llama a esta facultad motiva apetito, el cual presenta dos formas. Los animales sienten dolor o peligro, y huyen; esto puede llamarse evitación. Por otro lado, los animales sienten o presienten el placer, y se mueven hacia él; esto es la aproximación.
Las facultades mentales y los sentidos considerados hasta este momento por Ibn-Sina están ligados al cuerpo y al cerebro y son patrimonio común, tanto de los hombres como de los animales. Sin embargo, el hombre supera a los animales en la capacidad de formar conceptos universales. Ésta es la facultad exclusiva del alma humana, y la única que trasciende al cuerpo material y al cerebro. Ibn-Sina distinguió dos facultades en el interior del alma humana: el intelecto práctico y el intelecto contemplativo. El intelecto práctico o inferior se interesa por los asuntos cotidianos. Gobierna el cuerpo, mantiene una conducta buena y protege al intelecto contemplativo para que éste pueda realizarse a sí mismo. El intelecto contemplativo se realiza en el conocimiento de los universales abstraídos de las experiencias sensibles particulares. En esto Ibn-Sina sigue a Aristóteles, como igualmente lo hace al distinguir ulteriormente entre intelecto activo e intelecto pasivo. El intelecto contemplativo del alma humana es completamente pasivo (la inteligencia pasiva de Aristóteles) y posee la potencia para el conocimiento, que se actualiza por el intelecto activo o intelecto agente. Sin embargo, Ibn-Sina sitúa el intelecto agente fuera del alma humana, cosa que Aristóteles no había hecho. Se trata de una especie de intelecto angélico, ubicado un escalón más arriba en la jerarquía neoplatónica, que ilumina a la mente contemplativa y la encamina al conocimiento de las Formas, como en Platón y San Agustín. La doctrina de un intelecto agente separado no es cristiana y su introducción en Europa, por conducto del filósofo musulmán Ibn-Rushd, precipitó, en su faceta intelectual, la crisis que marcó el final de la Alta Edad Media.  

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