Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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domingo, 20 de septiembre de 2015

Immanuel Kant (1724-1804): Del sujeto transcendental a la psicología empírica como antropología

Kant supone un punto de inflexión en la historia de la filosofía y el inicio de la filosofía contemporánea. Su obra se conoce habitualmente como la síntesis entre el racionalismo, en el que se forma a través del sistema de Wolff, y el empirismo de Hume, cuyo escepticismo, como el propio Kant afirmaba, vino a despertarle de su sueño dogmático, es decir, a alejarle de la pretensión de alcanzar, mediante el mero uso de la razón y la deducción, el conocimiento de realidades que están más allá de nuestra experiencia posible (como Dios, el alma o el mundo en su totalidad).
Nacido en 1724 en Königsberg (ciudad prusiana, hoy perteneciente a Rusia), Kant permaneció toda su vida en esta ciudad. Allí se formó como estudiante, bajo la influencia de su madre, en el marco del pietismo, y allí ejercería más adelante como profesor universitario hasta el fin de sus días. Con dieciséis años ingresó en la Universidad de Königsberg, donde estudió retórica, filosofía, matemáticas y ciencias naturales bajo la dirección de Martin Knutzen, un filósofo wolffiano pero admirador de la física de Newton. Tras un período de relativa penuria económica en el que se tuvo que ganar la vida con clases particulares, consiguió en 1755 un puesto de privatdozent en la Universidad. Este puesto, cuya remuneración (escasa) dependía del número de alumnos a los que enseñaba, le obligaba a dar un elevado número de clases para poder sobrevivir, en diferentes materias. Entre otras, se ocupaba de la Metafísica, para cuyas clases seguía un manual de tradición wolffiana, en la línea del racionalismo que él mismo profesaba. En 1770 consigue finalmente la cátedra de Lógica y Metafísica, lo que mejora considerablemente sus condiciones de vida. Lo hace con una Disertación sobre la forma y los principios del mundo sensible y del mundo inteligible, donde anticipa ya una buena parte de las tesis que desarrollará en su Crítica de la Razón Pura (1781), que supondrá el alejamiento definitivo del sistema filosófico de Wolffsin pretender con ello dar la razón al escepticismo humeano. La metafísica que Kant había estudiado, y que se disponía a criticar, era la de Wolff, que básicamente dividía la metafísica en el estudio del alma, del mundo natural y de Dios. Mientras que la filosofía racionalista creía que el hombre era capaz de alcanzar un conocimiento objetivo de lo metafísico a partir del ejercicio puro de su razón, sin ningún apoyo en elementos empíricos, la lectura de la obra de Hume llevó a Kant a reconsiderar esta posición.
En los diez años que transcurren entre la obtención de la cátedra (1770) y la publicación de la obra que le daría a conocer internacionalmente (1781), Kant va dando forma a la crítica que había dejado ver en su disertación para la cátedra. Dicha crítica, en realidad, se había desatado ya unos años antes, en un curioso opúsculo dedicado al científico y filósofo de tendencias místicas Emmanuel Swedenborg (1688-1772). Sueños de un visionario explicados por los sueños de la metafísica (Kant, 1766), considerado un texto menor, resulta sin embargo llamativo por la crítica que lleva a cabo de la pneumatología (ciencia del alma inmortal) en la que este conocido e ilustre científico se adentra hacia la mitad de su vida.

1. Primeras críticas a la pneumatología
El libro que Kant dedica a Swedenborg se centra en sus Arcana Celestia, escritos entre 1749 y 1756, donde este científico sueco cuenta sus conversaciones con ángeles y otros seres del mundo de los espíritus, con los que pretende mantener una comunicación (en una línea que se ha mantenido hasta nuestros días bajo la forma de espiritismo, y que conoció un gran auge a finales del siglo XIX, donde recibía el nombre de investigación psíquica). Para Kant, si aceptamos la noción de espíritu del dogmatismo metafísico, nada nos impide aceptar la posibilidad de una comunicación extraordinaria con el mundo inmaterial. La creencia en ese tipo de hechos extraordinarios, ampliamente difundidos y comentados en su día, se apoya para Kant en la existencia de un sistema, una doctrina de espíritus (la pneumatología), que no sería sino una inmensa ficción, un capricho irracional, basado en una tendencia humana a creer en la esperanza de futuro, en una vida más allá de la muerte. Para Kant, sin embargo, esos hechos no se sustentan en experiencia alguna porque ninguna experiencia puede revelar lo suprasensible. Como desarrollará en su Crítica de la Razón Pura, toda experiencia está sometida a las formas de la sensibilidad y del intelecto.



2. Filosofía crítica: los límites del conocimiento
La Crítica de la Razón Pura constituye una indagación acerca de las condiciones en que podemos conocer. Kant trataba de superar el dogmatismo racionalista (Descartes, Leibniz, Wolff), según el cual la razón nos permite conocer realidades transcendentes, que están más allá de nuestra experiencia (mediante la deducción), pero sin caer en el escepticismo de Hume, para quien todo conocimiento proviene de la experiencia (mediante inducción) y del que nunca podemos tener una certeza absoluta.
Kant se sitúa en la estela del movimiento ilustrado, de los filósofos que, a partir de la Revolución Científica, se plantean frente a los dogmas eclesiásticos un conocimiento científico del mundo. Su punto de partida es examinar cómo funcionan las ciencias por excelencia, a saber, la física y la matemática, para ver si otras disciplinas pueden aportar un conocimiento que ofrezca las mismas garantías. Kant comienza analizando el tipo de proposiciones (juicios) que encontramos en la física y la matemática, a los que llama juicios sintéticos a priori (juicios que amplían nuestro conocimiento, nos aportan nueva información, y que son universales y necesarios, anteriores a la experiencia), para ver después si son posibles o no en la metafísica. La cuestión es dilucidar si es posible hacer de la metafísica, que se ocupa de los fundamentos últimos del mundo físico y psíquico, una ciencia.
Según el argumento de Kant, todo conocimiento requiere la concurrencia de dos facultades mentales: la sensibilidad, mediante la cual conocemos los objetos sensorialmente, y el entendimiento, mediante el que los pensamos, es decir, los colocamos bajo un concepto. Ese acto de pensamiento implica hacer un juicio. Los conceptos con los que pensamos son en su mayoría a posteriori, vienen de la experiencia (conceptos empíricos como el concepto de perro o de mesa). Pero no todos pueden ser así: para poder juzgar inicialmente, para poder pensar, necesitamos de algunos conceptos a priori. Estos conceptos previos a la experiencia, puros (recuerdan a las ideas innatas del racionalismo), es lo que llama categorías. Estas categorías, lógicas y necesarias, que el entendimiento impone a la experiencia, permiten unificar una multiplicidad de representaciones de partida. Tales categorías son las que nos permiten hacer juicios sintéticos a priori, universales y necesarios, y afirmar o no ciertas verdades en relación con los fenómenos.
Como el entendimiento, la sensibilidad (la percepción a través de los sentidos) también tiene sus formas a priori, el espacio y el tiempo, que no tienen un origen empírico sino que son precisamente la condición de posibilidad del conocimiento sensible o empírico. A este respecto, Kant distingue entre la sensibilidad externa (la percepción de las cosas del mundo físico), cuyas formas a priori nos permiten estructurar las sensaciones en una dimensión espacio-temporal; y la sensibilidad interna (la percepción de nuestros fenómenos psíquicos), que se daría en una única dimensión, la temporal.
Como decíamos, para Kant, que intenta superar la dicotomía entre el conocimiento puramente racional (deductivo) y el conocimiento puramente empírico (inductivo), el conocimiento es una síntesis de ambos: la sensibilidad (intuición) y el entendimiento (concepto). Las categorías y conceptos del entendimiento sólo se pueden aplicar a los objetos que, a través de los sentidos y formas de la sensibilidad, se dan en nuestra experiencia, lo que Kant denomina fenómenos. A este respecto, Kant introduce una distinción importante: entre ese algo que aparece a nuestra experiencia (objeto conocido, fenómeno o cosa para sí) y la idea, correlativa, de algo en sí, que sería la cosa independientemente de lo que nuestros sentidos hagan con él. Ese correlato del objeto, considerado al margen de su relación con la sensibilidad, es lo que Kant llama noúmeno o cosa en sí. Las categorías no son aplicables fuera de la experiencia, más allá de lo que se ofrece a la percepción.
Kant plantea que todos los objetos trascendentes de los que se ocupa la Metafísica, a saber, el alma, el mundo físico y Dios, pertenecen a esta realidad nouménica” que está más allá de nuestra experiencia sensible: nunca podremos tener una intuición o percepción. El uso de la razón y de las categorías lógicas para pensar estas realidades, por tanto, resulta inadecuado y da lugar a contradicciones y errores de razonamiento (paralogismos). Por ejemplo, la categoría de unidad es válida si la usamos para pensar una mesa, pero no para pensar en Dios como una realidad. De la misma forma, la categoría de causalidad es válida si se aplica a la relación entre fenómenos (como calentar agua a 100 grados y que ésta hierva), pero no para atribuir a un ser trascendente como Dios que sea la causa del mundo.
La metafísica racionalista, a la que Kant se adscribía en su juventud, le resulta ahora llena de falacias, raciocinios dialécticos o sofísticos. Kant niega así a la metafísica la posibilidad de ser una ciencia, en el sentido en que lo son la matemática y la física, aunque reconozca que la metafísica está lejos de ser una construcción humana arbitraria. Si bien Kant propondrá una metafísica renovada, a partir del examen del uso práctico (moral) de la razón, los objetos de la metafísica, como Dios y el alma, no constituirán nunca objetos de conocimiento sino de fe: jamás podremos demostrar teóricamente su verdad. Kant le está negado así a la psicología racional, en tanto que conocimiento a priori del alma, la posibilidad de ser una ciencia. En un capítulo dedicado a los Paralogismos de la razón puraKant se dedica precisamente a mostrar que los argumentos utilizados por los racionalistas para afirmar que el alma es una sustancia o que es simple o que es inmortal son falacias lógicas. No hay modo de fundamentar un conocimiento teórico, racional y certero, de las cualidades del alma humana a priori. Ahora bien, Wolff, en su sistema, distinguía entre una psicología racional y una psicología empírica. ¿mo se pronuncia Kant con respecto a esto último? Para empezar, a diferencia de Wolff, Kant negará su inclusión como parte de la metafísica, reivindicando un espacio propio para ella.

3. El lugar de la psicología empírica
Ya en sus Lecciones de metafísica de los años setenta, Kant rechazaba la inclusión de la psicología empírica en la metafísica, así como la pretensión, compartida por muchos de sus contemporáneos, de que el estudio empírico del alma y los fenómenos psicológicos pudiera dar solución a los insolubles problemas de la metafísica. Para Kant, la psicología empírica se ha situado erróneamente en la metafísica, por un lado, porque nunca hemos sabido exactamente qué era eso de la metafísica ni hemos podido determinar bien sus límites, colocando bajo esa rúbrica muchas cosas que no le pertenecían; por otro, porque la psicología empírica, entendida como descripción natural del alma, aún está poco desarrollada y no ha llegado a construir un sistema que permita constituir una disciplina universitaria particular. Ahora bien, en la medida en que la psicología empírica había crecido mucho en los últimos años, estando cerca de alcanzar la dimensión de la física empírica (que se ocupa de los fenómenos del sentido externo), según Kant debería seguir su ejemplo y separarse de la psicología racional y de la metafísica, enseñándose de forma autónoma en la universidad. Sólo convirtiéndose en una ciencia universitaria [akademische Wissenschaft], la psicología empírica podrá alcanzar su plena extensión. Pero, ¿quiere esto decir que Kant considera que la psicología, que se ocupa de los fenómenos del sentido interno, sería una ciencia a igual título que la física, que se ocupa de los fenómenos del sentido externo? No.
En los Primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza (1786), Kant toca precisamente esta cuestión. Plantea aquí una división de las ciencias que se ocupan de la naturaleza, distribuyéndolas en dos grandes grupos: por un lado, las históricas, que tienen por objeto la descripción y sistematización de los fenómenos; por otro, las científicas, que buscan su explicación científica, sus causas. Para Kant, el carácter científico de una doctrina especial de la naturaleza depende de cuánta matemática se puede encontrar en ella. A este respecto, Kant considera que las matemáticas no se pueden aplicar a los fenómenos del sentido interno (estados mentales) y sus leyes, por lo que una doctrina empírica del alma no sería una ciencia natural propiamente dicha.
La historiografía convencional ha considerado que Kant estaría así negando a la psicología toda posibilidad de ser una ciencia. Así lo entendió el mismo Wundt en sus Elementos de Psicología Fisiológica [Grundzüge der physiologischen Psychologie], quien se habría propuesto precisamente contradecir dicha negación, afirmando que los fenómenos internos no sólo tienen una dimensión (la temporal), sino dos: tiempo e intensidad, lo que sí permitiría su cuantificación. Ahora bien, Kant ya pensaba que las sensaciones tienen diferentes grados de intensidad, y que por tanto eran susceptibles de medición. El problema para Kant era sobre todo de carácter metodológico: ¿mo medir correctamente los estados mentales?
En los Primeros principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza de 1786, cuando Kant dice que no se pueden aplicar las matemáticas a los fenómenos del sentido interno y sus leyes, se refiere únicamente a los fenómenos mentales como se nos presentan a la auto-observación interna (construidos en la pura intuición interna, con una dimensión, el tiempo). En último término, a lo que Kant se opone es a un método que se apoye únicamente en la pura introspección como él mismo hacía en los años sesenta, en sus lecciones iniciales de Antropología, cuyo núcleo era la psicología empírica del momento, se basaba en la introspección, convencido de que el sentido interno era la única fuente empírica de conocimiento psicológico. Con el tiempo, sin embargo, fue cambiando su perspectiva. Así, a partir de los 1780, empezó a rechazar esta idea, afirmando que aunque la introspección nos ofrece algunas pistas, no aporta una justificación real de las afirmaciones empíricas sobre la mente humana. ¿A qué otros métodos y fuentes de conocimiento empírico se refiere Kant entonces para la psicología?
Por un lado, si somos capaces de ir más allá de la pura introspección y cumplir ciertas condiciones, definiendo y cuantificando los estados mentales en relación con estados físicos, para Kant sería posible desarrollar una psicología empírica matemática (científica). Ésta sería la línea que seguirían más adelante los trabajos de Herbart, Fechner y el propio Wundt. El propio Kant, sin embargo, no seguiría esa vía, sino otra: la de una descripción y clasificación de los fenómenos mentales, como parte de una historia natural, optando por observar las acciones públicas de los seres humanos e interpretarlas a la luz de un marco conceptual psicológico comprehensivo de percepciones, creencias, sentimientos, deseos, etc. Sólo entonces podríamos aplicarnos el conocimiento resultante a nosotros mismos, y comprobar y corregir las propias introspecciones.
De esta forma, además de dejar abierta la posibilidad de la psicología como ciencia natural propiamente dicha, es decir, matematizable, Kant apostaría por el desarrollo de la psicología empírica como el núcleo de una Antropología o ciencia general del hombre materia que venía enseñando desde los años 1760 y que iría puliendo con los desarrollos progresivos de su filosofía crítica y moral.

4. Psicología empírica como fundamento de la Antropología
Kant recoge el material que elabora a lo largo de casi treinta años para sus lecciones de Antropología en un librito que titula Antropología desde un punto de vista pragmático, publicado en 1798, tras su retiro de la universidad. En sus primeras lecciones, para las que no tenía aún un material propio, utilizaba un texto ajeno: el capítulo de psicología empírica del libro Metafísica (1739), de Alexander Baumgarten (1714-1762), aunque sus progresivos recelos ante la introspección le llevarían a alejarse de este autor. La estructura del curso, en todo caso, se basaba desde el principio en una división de las tres facultades mentales básicas: cognición, sentimiento y deseo, como estrechamente relacionadas entre sí, al servicio de una explicación de la acción humana.
En el libro de 1798, Kant plantea desde el inicio que la Antropología constituye un conocimiento, que se aplicará al uso del mundo, es decir, útil para la vida (de ahí la aclaración de desde el punto de vista pragmático, que se opone a un punto de vista fisiológico, que tiende a la exploración de lo que la naturaleza hace del hombre). Se trata de un conocimiento del hombre como ciudadano del mundo, que articula el análisis de lo que es el homo natura con una definición del hombre como sujeto de libertad, de lo que en tanto que ser libre, hace o puede y debe hacer de sí mismo. Para avanzar en dicho conocimiento, Kant subraya la importancia de la apertura a lo diferente: de los viajes, o al menos la lectura de libros de viaje, además del conocimiento de nuestros propios conciudadanos y compatriotas, con el objetivo de alcanzar un conocimiento que sea general y no sólo local.

En el plano metodológico, Kant señala las dificultades para hacer de esta disciplina una ciencia formal, así como sus reservas ante la introspección e incluso la observación. En primer lugar, Kant advierte que si nos damos cuenta de que nos observan y examinan, nos sentimos incómodos y dejamos de mostrarnos tal y como somos; o bien disimulamos, porque no queremos que nos conozcan como somos. En segundo lugar, como ya había señalado con respecto a la introspección, examinarnos a nosotros mismos es también difícil, sobre todo en el caso de las emociones: si estamos afectados, no podremos observarnos, y si nos observamos, es difícil que sigamos afectados (pues el mero hecho de observarnos altera ya nuestro estado). Por otro lado, Kant señala lo difícil que es también tener un juicio sobre nosotros mismos, pues muchos de nuestros hábitos, que forman algo así como nuestra segunda naturaleza, están ligados a unas circunstancias concretas, pero que pueden cambiar si cambia la situación. En realidad, admite Kant, más que fuentes para la antropología [y la psicología, habría que añadir], lo que tenemos son medios de apoyo: la historia, las biografías, incluso el teatro y las novelas sin que la ficción que representan estas últimas, nos aclara, sea un problema, en tanto que la construcción de sus personajes se apoya, en último término, en la observación del hombre. Hay pues, más allá de la introspección e incluso de la observación directa, toda una serie de documentos que nos aportan una rica información acerca del comportamiento humano. Por último, Kant termina su prefacio animando al público en general a aportar sus observaciones sobre unas u otras propiedades humanas, contribuyendo así al desarrollo de esta ciencia de interés general.
La primera parte, en la que describe y clasifica los fenómenos mentales, recibe el título Didáctica antropológica. De la manera de conocer al hombre interior y al exterior. En ella, Kant no se limita a describir. Antes bien, en esa tarea de describir nos enseña a la vez a situarnos en nuestra propia cultura, a entrar en el juego de las reglas y prescripciones que se nos imponen. Por eso es una didáctica, porque a la vez que muestra o descubre, enseña y prescribe. Kant mantiene aquí la división en las tres facultades básicas (cognición, sentimiento y deseo) que utiliza también en la Crítica, pero mientras que en ésta se dedicaba, por así decir, al lado positivo de las facultades, la Antropología se ocupa sobre todo de sus debilidades, de los peligros en los que corren el riesgo de perderse. Así, en el apartado dedicado a la facultad de conocer, después de ocuparse del conocimiento de sí (incluyendo la desviación hacia el egoísmo), del conocimiento a través de los sentidos, de la imaginación, la memoria, la adivinación o el sueño, Kant dedica un largo análisis a las deficiencias y enfermedades del espíritu. En el segundo punto, sobre el sentimiento de placer/displacer, Kant se ocupa del placer sensible, de las cosas agradables, del aburrimiento y el entretenimiento y de la belleza (placer sensible e intelectual), para acabar con unas notas sobre el gusto en la moda y el arte. Por último, en la facultad de desear, trata de las emociones, de su papel en el comportamiento, en la salud; y de las pasiones: de la tendencia a la libertad, del deseo de venganza o de la tendencia a influir sobre los otros (manías de dominación y posesión), para acabar con el bien físico y moral supremo.
La segunda parte de la Antropología recibe el título de La característica antropológica. De la manera de conocer al hombre interior a partir del hombre exterior. En ésta, como el subtítulo indica, se ocupa de las manifestaciones externas, a través de las cuales podemos conocer el interior de la persona: su carácter, temperamento y fisionomía. Se trata de algo así como una psicología diferencial que distingue tipos o clases de conducta humana, pero no sólo de la persona a título individual. También se ocupa del carácter de los sexos, de los diferentes pueblos (en particular de la nación francesa, el pueblo inglés, español, italiano y alemán), de la raza y de la especie humana. A este respecto, Kant señala que el ser humano se caracteriza por crearse a sí mismo, pues tiene la capacidad de perfeccionarse según los objetivos que él mismo elige. Por eso, siendo un animal dotado de razón, puede hacer de sí mismo un animal razonable. Gracias a esto, la especie se conserva; disfruta de una práctica, una enseñanza y una educación que le prepara para la vida en sociedad; y es gobernada como un todo sistemático, según los principios de la razón. La especie puede y debe ser ella misma creadora de su felicidad, sin que esto dependa de sus disposiciones naturales sino de la experiencia y de la historia. Cada persona debe aportar toda su sabiduría y moral ejemplar para alcanzar dicho objetivo. Kant piensa que el desarrollo histórico de la humanidad implica, en último término, agentes que modelan su propio destino, y lo hacen inventando nuevas reglas de compromiso, nuevas instituciones sociales.
En definitiva, el conocimiento del hombre, para Kant, no se limita a describir lo que el hombre es (por naturaleza), sino más bien lo que, con esa naturaleza, puede y debe hacer de sí mismo, en tanto que ciudadano del mundo. El conocimiento del hombre, de sus facultades y capacidades se pone así al servicio de un proyecto de emancipación, de un ideal de convivencia y sociedad (con leyes justas, gobiernos no despóticos, etc.) propio de la Ilustración.

5. Hacia una filosofía de la historia
Con su Antropología, Kant sitúa su estudio del comportamiento humano en la línea de su propia filosofía de la historia (de la que daba cuenta por primera vez en 1784, con su Idea para una historia universal en sentido cosmopolita) y, en definitiva, en la estela de la Ilustración, que parte de una visión de la naturaleza humana dominada por la razón, que se desarrolla progresivamente a lo largo de la historia en un proceso guiado por el uso hegemónico de la razón, al servicio de los intereses humanos más auténticos. A finales del siglo XVIII, la Revolución Científica impone el uso de la razón frente al dogmatismo religioso; se ha explorado la Tierra, con las subsiguientes colonizaciones, a la vez que da comienzo el mismo proceso descolonizador con la Declaración de la Independencia de EEUU; cambios políticos y sociales de primera importancia confluyen en la revolución francesa y las subsiguientes revoluciones liberales... Todo parece requerir el desarrollo de una filosofía de la historia entera de la humanidad, que permita valorar el momento presente. Al igual que la filosofía natural busca el orden al que responde la naturaleza y las leyes que la rigen, la filosofía moral empieza a buscar el orden que rige la historia. No se trata de recoger, describir y ordenar cronológicamente una serie de datos y evidencias; se trata de buscar, bajo el caos de los acontecimientos, un orden, el sentido que guía el devenir. Kant pone el conocimiento empírico de nuestras facultades al servicio de esta filosofía de la historia y la realización del ideal moderno de humanidad. Su visión del hombre y en especial su insistencia en la autonomía moral estaba influida por su lectura de Rousseau (1712-1778), que junto a Voltaire y Montesquieu, pertenecía a la generación de filósofos ilustrados franceses. Rousseau se alejaba sin embargo de éstos por el espíritu sentimental y popular de sus escritos. A diferencia de sus contemporáneos ilustrados, Rousseau apostaba por la importancia de los sentimientos frente a la primacía de la razón, por la autenticidad, y criticaba duramente los artificios e hipocresías de la sociedad de su tiempo. En ese sentido, se le ha considerado parte de la Contra-Ilustración y su influencia resultó decisiva en el desarrollo del movimiento romántico, que se desarrolla como una crítica al progreso, la hegemonía de la razón universal y el despotismo ilustrado.

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