La
psicología, que a finales del siglo XVIII
carecía
aún de cátedras en las facultades, había encontrado en Kant a un aliado que abogaba por su
independización de la metafísica y su transformación, como había hecho la física, en una disciplina universitaria. Uno de los
mecanismos por los que esta transformación iba a darse tiene que ver precisamente con una reconstrucción retrospectiva de la historia de la psicología como ámbito de saber, algo que empieza
a realizarse mediante capítulos específicos (fundamentalmente centrados en la asociación de ideas) dentro de los manuales de historia de la filosofía.
El primer manual de Historia de la Psicología propiamente dicho aparecería en 1808, de la mano de Friedrich August Carus (1770-1807), un autor
que se inscribe tanto en la tradición
crítica kantiana como en la filosofía especulativa de la historia de la humanidad y su
ideal de realización. Carus describe en esta
historia el progreso que va desde las ideas mitológicas sobre el alma hasta la psicología empírica de su época. Influido por las ideas románticas, su objetivo último consiste en ofrecer “la historia del esclarecimiento progresivo de la
conciencia de sí de la naturaleza espiritual” (Carus, 1808). Para Carus, el
progreso de esta ciencia constituye en sí mismo un desarrollo de la conciencia de sí, de la conciencia que el espíritu humano tiene de sí mismo. Su propia obra se presenta como ejemplo ilustrativo de una
etapa avanzada.
Esta conciencia de sí constituye de hecho el rasgo fundamental de la
subjetividad moderna, una subjetividad en la que había empezado a indagar una literatura “psicológica” en auge, que no se restringe a la academia ni a los
debates metodológicos sino que adopta también una forma más popular. En esa literatura destaca por ejemplo la obra de Karl
Philipp Moritz (1756-1793), autor de una innovadora novela (Bildungsroman)
autobiográfica, Anton Reiser (1786), y director de una de las primeras revistas de psicología, el Magazin zur Erfahrungsseelenkunde. La novela
psicológica y autobiográfica de Moritz aparece
como el lugar de emergencia y despliegue de una subjetividad propia, en un
ejercicio de introspección. Esa auto-indagación personal, por otro lado, se ve completada por la
indagación que realiza en las “almas” de otros a través de su Magazin, cuyo lema plantea que conocer a los
demás en su subjetividad es también conocerse a sí mismo.
El romanticismo, a través de la literatura, con figuras como Novalis o Hölderlin, no hará sino ahondar en esa subjetividad hasta la saciedad, señalando las limitaciones de la investigación
psicológica realizada hasta el momento
(entre el dogmatismo de la psicología racional y las primeras aproximaciones a la medición de facultades) y reclamando una psicología
más profunda, compleja y
espiritual. En ese movimiento, Novalis, por ejemplo, escribirá:
Es curioso que hasta ahora el
interior del hombre haya sido tan escasamente observado y tratado de una forma
tan poco espiritual. La llamada psicología pertenece también a las máscaras que han usurpado los lugares del santuario en los que deberían estar las auténticas imágenes de los dioses. ¡Qué poco se ha utilizado aún la física para el estado de ánimo, y el estado de ánimo para el mundo exterior! Entendimiento, fantasía,
razón: ése es el mezquino entramado
del universo en nosotros. Ni una palabra de sus maravillosas mezclas,
estructuraciones y transiciones. A nadie se le ha ocurrido buscar fuerzas
nuevas, aún desconocidas, espiar sus
relaciones sociales. ¿Quién sabe qué maravillosas uniones, qué maravillosas generaciones se nos
ofrece en nuestro propio interior?
La tradición romántica será además una influencia fundamental en el desarrollo de la
filosofía posterior a Kant, en especial
para el ldealismo absoluto (Fichte, Schelling, Hegel), que en parte reaccionará contra su filosofía crítica. Si, como planteaba Kant, sólo podemos conocer las cosas tal y como se nos
presentan a la experiencia (fenómenos o “cosa para mí”), y no la realidad que está más
allá, el noúmeno (“cosa en sí”), esta nueva filosofía concluirá que entonces lo único real es nuestro pensamiento,
haciendo del Yo el origen de todas las cosas. Desde esa perspectiva, se
planteará que toda ciencia debe ser construida a priori, haciendo de la
psicología racional la única
psicología posible. Por otro lado, más
allá de este idealismo absoluto, y posicionándose contra él, Herbart (1776-1841), sucesor
de Kant en su cátedra de Königsberg (y antiguo alumno de Fichte), hará una relectura crítica muy diferente de la Crítica de la Razón Pura, apostando por un realismo
crítico o de la experiencia, en el
que la psicología empírica, como ciencia de las
representaciones, jugará un papel fundamental.
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