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viernes, 4 de diciembre de 2015

Friedrich Hegel (1770-1831): La filosofía del espíritu como emergencia y desarrollo de la conciencia hasta su propia autoconciencia

Hegel nace en 1770 en la ciudad de Stuttgart, al sur de Alemania, el mismo año que Kant empezaba sus clases en la universidad de Königsberg. Ávido lector desde su infancia, el joven Hegel admiraba la mente enciclopédica de Kant. Le atribuía el mérito de haber logrado construir por medio de la razón un sistema filosófico que lo abarcaba y explicaba todo. Con dieciocho años, Hegel ingresó en el seminario teológico protestante de Tubinga, aunque le interesaba mucho más la filosofía, un interés que compartía con Schelling, que desarrollaba en esos momentos una filosofía de la naturaleza intensamente romántica; y Hölderlin, el más afamado poeta romántico alemán y amante del mundo griego.
Junto a ellos, el joven Hegel se convirtió en un entusiasta revolucionario. Hegel veía en la revolución francesa la realización de un estado moderno y racional, cuya apuesta por la democracia podía sacar a Alemania del despotismo feudal en que vivía y que la mantenía en una situación de retraso económico y político. Por eso, en 1789, cuando estalló la revolución francesa, Hegel plantó, junto a su amigo Schelling, un “Árbol de la Libertad en la plaza del mercado. Ese acontecimiento significaba para Hegel el triunfo de la Razón, el gobierno racional de la realidad y el orden político y social. Pronto, sin embargo, la experiencia del Terror con Robespierre le mostraría el difícil desafío de aunar esa organización racional con la libertad. A partir de 1800, Hegel abandonará la idea de pensamiento como revolucionario. El Hegel maduro, de hecho, cambiaría el ímpetu revolucionario por el conservadurismo del recién creado Estado prusiano. Entre tanto, había desarrollado su magna filosofía del espíritu.
En 1793, recién terminados sus estudios, dejó de lado la idea de profesar en la Iglesia para orientarse a la filosofía. Para ello primero se puso a trabajar como preceptor privado en Berna (Suiza). Durante esta época, aún bajo la influencia de Kant, escribiría una serie de tratados religiosos, criticando el autoritarismo cristiano. Tres años más tarde, en 1796, consiguió un puesto de preceptor en Frankfurt, donde vivía su amigo lderlin. Fueron años de profunda soledad en los que parece haber vivido alguna forma de experiencia mística. Hegel leía en ese tiempo a Spinoza, cuya obra ejerció  sobre él una gran influencia. A partir de entonces, se dedicaría a articular una visión unitaria del cosmos, con una base intelectual racional. El resultado sería su propio sistema filosófico omnicomprensivo, que empezó a desarrollar en la Universidad de Jena, adonde se trasladó en 1801, apoyado por su amigo Schelling (joven promesa de dicha universidad).
Frente al propósito kantiano de establecer los límites de la razón, Hegel se propone precisamente construir un sistema que se haga cargo de las contradicciones, asumiendo que la razón es infinita: lo incluye todo. Para Hegel, las contradicciones con las que se encontraba Kant pueden resolverse si, en lugar de pararnos ahí, somos capaces de verlas en el conjunto del proceso de la realidad y de la razón, reestableciendo su conexión con las demás partes. Frente a la filosofía crítica de Kant, Hegel se plantea llevar a cabo una filosofía sistemática en el sentido de una ciencia total, que abarque toda la realidad, o más bien, todo el proceso de la realidad, pues ésta se entiende como una realidad procesual, en movimiento. Las contradicciones que Kant rechazaba constituyen para Hegel precisamente el motor de ese movimiento y la garantía de su racionalidad. Se trata de conflictos, antagonismos, que son temporales, que pertenecen a un momento del proceso, que se resuelven en un momento posterior. Ese movimiento de la realidad es la Dialéctica. Para Hegel, toda realidad cumple un patrón racional formado por tres momentos: la afirmación de algo (tesis), su negación (antítesis), y la síntesis de ambos, que incorpora los momentos anteriores resolviendo la contradicción. Hegel se propone reconstruir toda la realidad del universo, entendido como el despliegue o desarrollo de ese esquema general (tesis, antítesis, síntesis), asumiendo que el proceso de la realidad responde a un orden racional (es decir, que lo real es racional).
En su sistema filosófico, que Hegel entiende como una ciencia de la totalidad, o más bien, como la ciencia, lo primero sería la tesis o afirmación de la Idea, la inteligibilidad pura, el pensamiento que se piensa a sí mismo en abstracto (idea en sí, que aún no se manifiesta). Este sería el momento de la Lógica, que existe antes de que exista la Naturaleza misma. Es el Absoluto puro, puro germen en potencia. El segundo momento, de la antítesis o negación de la Idea, sería el de la Naturaleza, el de la materia, en el que el pensamiento se negaría a sí mismo (alienación). La idea ahora se despliega, se aliena de sí misma (se exterioriza), en determinaciones externas. Es la idea fuera-de-sí, objetivada en la naturaleza, sin ser consciente de sí todavía. Por eso la naturaleza no es espiritual, porque no tiene conciencia, aunque sí responde un patrón racional (el despliegue del movimiento dialéctico). En el proceso de la naturaleza, en un tercer y último momento, aparecería la vida orgánica y los seres vivos, con la conciencia. Es el momento del Espíritu, síntesis de la tesis (Lógica) y de la antítesis (Materia). La Idea, enriquecida por la exterioridad, vuelve ahora sobre sí misma. Retorna a sí (a lo universal) y empieza a reconocerse a sí misma. Considerándose a la vez ante la Naturaleza y ante sí, se convierte en Espíritu (subjetivo, objetivo y absoluto). En el sistema de Hegel, la Lógica se ocupa de estudiar ese primer momento (con una doctrina del ser, de la esencia y del concepto), la Filosofía de la Naturaleza del segundo (las diferentes ciencias particulares se ocuparían de estudiar los patrones racionales de la naturaleza) y la Filosofía del Espíritu de este último momento, el de la emergencia y desarrollo de la conciencia hasta su propia autoconciencia. A diferencia de su filosofía de la naturaleza, que no encontró mucho eco, la filosofía del espíritu de Hegel tendría una influencia histórica extraordinaria.

1. La Filosofía del Espíritu
La Filosofía del Espíritu abarcaría tres fases. La primera sería la del Espíritu Subjetivo, que abarca fundamentalmente lo psíquico individual, objeto de estudio de la antropologí́a, la fenomenología y la psicologí entendiendo básicamente por ésta la antigua psicología racional wolffiana, que consistía en probar la simplicidad e indestructibilidad del alma (aunque sin el interés de demostrar la inmortalidad individual). La segunda sería la del Espíritu Objetivo, aquella realidad que forma, frente al espíritu subjetivo, una estructura propia: la esfera del derecho, la moralidad y las instituciones éticas. Y más allá del espíritu objetivo estaría el Espíritu Absoluto, momento final del sistema, en el que el pensamiento empieza a conocerse y a tomar conciencia de sí mismo a través de sus obras, de sus manifestaciones, a saber: el arte, la religión y la filosofía.
La primera afirmación de ese Espíritu absoluto será el Arte, que es el espíritu haciéndose consciente de sí mismo a partir de las manifestaciones sensoriales (desde la pintura a la música). El segundo momento, la negación de la pura sensorialidad del arte, será la Religión, que es la manifestación figurativa. Y el último momento será la misma Filosofía, síntesis de la sensorialidad y la manifestación figurativa: el esfuerzo del concepto. La historia de la filosofía seguiría el mismo patrón racional: la filosofía griega se ocuparía del objeto (de la naturaleza), la filosofía moderna, desde Descartes a Kant, se ocuparía del sujeto, y la filosofía idealista de la fusión del sujeto y objeto. En esa fusión, Fichte representaría un primer momento, centrado en el Yo; Schelling un segundo momento, centrado en la Naturaleza; y el mismo Hegel, su síntesis y culminación, al identificar el Yo con la Naturaleza. El Espíritu Absoluto se reconoce plenamente en la Fenomenología del Espíritu de Hegel, que sería su culminación.

2. Implicaciones para la psicología
En cuanto a las implicaciones del sistema hegeliano para la psicología, como señalábamos más atrás, en líneas generales se puede decir que suponen un freno, o un rechazo, a la investigación empírica que veíamos impulsarse en el siglo XVIII, sobre todo en la dirección de una medición de los fenómenos mentales aunque también, hasta cierto punto, en la labor de descripción y clasificación que lleva a cabo Kant en su Antropología. En realidad, en el sistema hegeliano, es todo el trabajo empírico el que está en cuestión, siendo la única ciencia verdadera aquella basada en la construcción sistemática puramente deductiva, a saber, la filosofía especulativa, que deduce el devenir del espíritu en la naturaleza y en la historia.
Por otro lado, sin embargo, su sistema, como el de Fichte y Schelling, como el romanticismo, encumbra la idea de interioridad, de conciencia y del pensamiento, del que hace la realidad única e incondicionada, abriendo aún más el camino a su exploración. En este sentido, todo el desarrollo que hace Hegel de la noción de espíritu (en términos genéticos, históricos) así como de la idea de autoconciencia, término relativamente nuevo también, tanto en la filosofía como en el lenguaje popular, tendrá consecuencias innegables, si no para toda psicología posterior, al menos para una parte importante de ella. De particular relevancia será, por ejemplo, la idea de historicidad, otro de los conceptos que introduce, a través de su exposición de los dominios en que se manifiesta el espíritu absoluto (arte, religión y filosofía), y que tendrá especial importancia también para el desarrollo de las ciencias históricas, en plena formación, así como de una nueva filología (que se presenta precisamente como una historia del espíritu), de cuya mano se desarrollará también uno de los proyectos para la psicología más importantes del siglo XIX. Esa nueva filología planteará precisamente la necesaria complementariedad del trabajo conceptual de la filosofía especulativa hegeliana con el análisis de los fenómenos empíricos, tal como los lleva a cabo la filología (que abre su campo del estudio de textos literarios y gramática al análisis de otros fenómenos sociales e institucionales). Todos estos movimientos serán decisivos en el desarrollo de la psicología posterior, en la dirección de lo que se conoce como psicología de los pueblos, que encontrará su primera expresión en la Revista de Psicología de los Pueblos y Filología [Zeitschrift fur Volkerpsychologie und Sprachwissenschaft] (1859-1890). La parte psicológica de este proyecto, en todo caso, vendrá marcada por la influencia de un filósofo antiespeculativo, contemporáneo de Hegel, Johann Friedrich Herbart.
Por lo que respecta a la filosofía especulativa de Hegel, cabe señalar que si bien ésta disfrutó de un amplio reconocimiento en su día, y su obra se considera sin lugar a dudas el sistema más importante del siglo XIX, tras su muerte pasaría a ocupar un lugar cada vez más marginal en la Universidad de Berlín, donde Hegel había terminado su carrera. La problemática de integrar el trabajo empírico, tanto de las ciencias humanas como de las ciencias exactas, con el trabajo conceptual de un sistema construido a priori, iría dando lugar a un cierto anti-idealismo así como a un renovado interés por la obra de Kant, que terminaría impulsando el desarrollo de un movimiento de post- kantianos, así como, más adelante, de neo-kantianos.
La concepción de la realidad humana de Hegel, en todo caso, como devenir en la historia, de un sujeto (no como persona individual sino como autoconciencia general, lo que llama espíritu) que comprende el mundo como su propia obra, y no como algo ajeno, constituirán un legado fundamental. Además de marcar el desarrollo de las ciencias históricas y filológicas, inspirará, entre otros, un pensamiento revolucionario como el marxismo, que hará de la realización de nuestra propia libertad la tarea propia del género humano.

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