Hegel
nace en 1770 en la ciudad de Stuttgart, al sur de Alemania, el mismo año
que Kant empezaba sus clases en la universidad de Königsberg. Ávido
lector desde su infancia, el joven Hegel admiraba la mente enciclopédica
de Kant. Le atribuía el mérito de haber logrado construir por medio de la razón un sistema filosófico que lo abarcaba y explicaba todo. Con dieciocho años,
Hegel ingresó en el seminario
teológico protestante de Tubinga, aunque le interesaba mucho más
la filosofía, un interés que compartía
con Schelling, que desarrollaba en esos momentos una filosofía de la naturaleza intensamente romántica; y Hölderlin,
el más afamado poeta romántico alemán y amante del mundo griego.
Junto
a ellos, el joven Hegel se convirtió en
un entusiasta revolucionario. Hegel veía en la revolución francesa la realización de un estado moderno y racional, cuya apuesta por la
democracia podía sacar a Alemania del despotismo feudal en que vivía y que la mantenía en una situación de retraso económico
y político. Por eso, en 1789, cuando estalló la revolución francesa, Hegel
plantó, junto a su amigo Schelling, un “Árbol
de la Libertad” en la plaza del
mercado. Ese acontecimiento significaba para Hegel el triunfo de la Razón,
el gobierno racional de la realidad y el orden político y social.
Pronto, sin embargo, la experiencia del Terror con Robespierre le mostraría el difícil desafío de aunar esa
organización racional con la libertad. A partir de 1800, Hegel
abandonará la idea de pensamiento
como revolucionario. El Hegel maduro, de hecho, cambiaría
el ímpetu revolucionario por el conservadurismo del recién creado Estado prusiano. Entre tanto, había
desarrollado su magna filosofía del espíritu.
En
1793, recién terminados sus estudios, dejó de
lado la idea de profesar en la Iglesia para orientarse a la filosofía.
Para ello primero se puso a trabajar como preceptor privado en Berna (Suiza).
Durante esta época, aún bajo la influencia de Kant, escribiría
una serie de tratados religiosos, criticando el autoritarismo cristiano. Tres
años más tarde, en 1796, consiguió un
puesto de preceptor en Frankfurt, donde vivía su amigo Hölderlin.
Fueron años de profunda soledad en los que parece haber vivido
alguna forma de experiencia mística. Hegel leía
en ese tiempo a Spinoza, cuya obra ejerció sobre él una gran
influencia. A partir de entonces, se dedicaría a articular una
visión unitaria del cosmos, con una base intelectual racional.
El resultado sería su propio sistema filosófico
omnicomprensivo, que empezó a desarrollar en la
Universidad de Jena, adonde se trasladó en
1801, apoyado por su amigo Schelling (joven promesa de dicha universidad).
Frente
al propósito kantiano de establecer los límites
de la razón, Hegel se propone precisamente construir un “sistema” que se haga cargo de las
contradicciones, asumiendo que la razón es infinita: lo
incluye todo. Para Hegel, las contradicciones con las que se encontraba Kant
pueden resolverse si, en lugar de pararnos ahí, somos capaces de
verlas en el conjunto del proceso de la realidad y de la razón,
reestableciendo su conexión con las demás partes. Frente a
la “filosofía crítica” de Kant, Hegel se plantea llevar a
cabo una “filosofía sistemática” en el sentido de una ciencia total,
que abarque toda la realidad, o más bien, todo el
proceso de la realidad, pues ésta se entiende
como una realidad procesual, en movimiento. Las contradicciones que Kant
rechazaba constituyen para Hegel precisamente el motor de ese movimiento y la
garantía de su racionalidad. Se trata de conflictos, antagonismos,
que son temporales, que pertenecen a un momento del proceso, que se resuelven
en un momento posterior. Ese movimiento de la realidad es la Dialéctica.
Para Hegel, toda realidad cumple un patrón racional formado
por tres momentos: la afirmación de algo (tesis),
su negación (antítesis), y la síntesis de ambos,
que incorpora los momentos anteriores resolviendo la contradicción.
Hegel se propone reconstruir toda la realidad del universo, entendido como el
despliegue o desarrollo de ese esquema general (tesis, antítesis,
síntesis), asumiendo que el proceso de la realidad responde a
un orden racional (es decir, que lo real es racional).
En
su sistema filosófico, que Hegel entiende como una ciencia de la totalidad,
o más bien, como la ciencia, lo primero sería
la tesis o afirmación de la Idea, la inteligibilidad pura, el pensamiento que
se piensa a sí mismo en abstracto
(idea en sí, que aún no se
manifiesta). Este sería el momento de la Lógica, que existe
antes de que exista la Naturaleza misma. Es el Absoluto puro, puro germen en
potencia. El segundo momento, de la antítesis o negación
de la Idea, sería el de la Naturaleza, el de la materia, en el que el
pensamiento se negaría a sí mismo (alienación).
La idea ahora se despliega, se aliena de sí misma
(se exterioriza), en determinaciones externas. Es la idea fuera-de-sí,
objetivada en la naturaleza, sin ser consciente de sí todavía.
Por eso la naturaleza no es espiritual, porque no tiene conciencia, aunque sí responde un patrón
racional (el despliegue del movimiento dialéctico). En el
proceso de la naturaleza, en un tercer y último momento,
aparecería la vida orgánica y los seres
vivos, con la conciencia. Es el momento del Espíritu, síntesis
de la tesis (Lógica) y de la antítesis (Materia). La
Idea, enriquecida por la exterioridad, vuelve ahora sobre sí misma. Retorna a sí (a lo universal) y empieza a
reconocerse a sí misma. Considerándose
a la vez ante la Naturaleza y ante sí, se convierte en
Espíritu (subjetivo, objetivo y absoluto). En el sistema de
Hegel, la Lógica se ocupa de estudiar ese primer momento (con una
doctrina del ser, de la esencia y del concepto), la Filosofía
de la Naturaleza del segundo (las diferentes ciencias particulares se ocuparían
de estudiar los patrones racionales de la naturaleza) y la Filosofía
del Espíritu de este último momento, el
de la emergencia y desarrollo de la conciencia hasta su propia autoconciencia.
A diferencia de su filosofía de la naturaleza, que no encontró mucho eco, la filosofía
del espíritu de Hegel tendría una influencia
histórica extraordinaria.1. La Filosofía del Espíritu
La
Filosofía del Espíritu abarcaría
tres fases. La primera sería la del Espíritu Subjetivo, que
abarca fundamentalmente lo psíquico individual,
objeto de estudio de la antropologí́a, la fenomenología
y la psicología – entendiendo básicamente
por ésta la antigua “psicología
racional” wolffiana, que
consistía en probar la simplicidad e indestructibilidad del alma
(aunque sin el interés de demostrar la inmortalidad individual). La segunda sería la del Espíritu Objetivo,
aquella realidad que forma, frente al espíritu subjetivo, una
estructura propia: la esfera del derecho, la moralidad y las instituciones éticas. Y más allá del espíritu objetivo
estaría el Espíritu Absoluto, momento final del sistema, en el que el
pensamiento empieza a conocerse y a tomar conciencia de sí mismo a través
de sus obras, de sus manifestaciones, a saber: el arte, la religión
y la filosofía.
La
primera afirmación de ese Espíritu absoluto
será el Arte, que es el
espíritu haciéndose consciente de
sí mismo a partir de
las manifestaciones sensoriales (desde la pintura a la música).
El segundo momento, la negación de la pura
sensorialidad del arte, será la Religión,
que es la manifestación figurativa. Y el último momento
será la misma Filosofía,
síntesis de la sensorialidad y la manifestación
figurativa: el esfuerzo del concepto. La historia de la filosofía seguiría el mismo patrón
racional: la filosofía griega se ocuparía del “objeto” (de la naturaleza), la filosofía
moderna, desde Descartes a Kant, se ocuparía del “sujeto”,
y la filosofía idealista de la fusión del sujeto y
objeto. En esa fusión, Fichte representaría un primer
momento, centrado en el Yo; Schelling un segundo momento, centrado en la
Naturaleza; y el mismo Hegel, su síntesis y culminación,
al identificar el Yo con la Naturaleza. El Espíritu Absoluto se
reconoce plenamente en la Fenomenología del Espíritu
de Hegel, que sería su culminación.
2. Implicaciones para la psicología
En
cuanto a las implicaciones del sistema hegeliano para la psicología,
como señalábamos más atrás,
en líneas generales se puede decir que suponen un freno, o un
rechazo, a la investigación empírica que veíamos impulsarse en
el siglo XVIII, sobre todo en la dirección de una medición
de los fenómenos mentales – aunque
también, hasta cierto punto, en la labor de descripción
y clasificación que lleva a cabo Kant en su Antropología.
En realidad, en el sistema hegeliano, es todo el trabajo empírico
el que está en cuestión,
siendo la única ciencia verdadera aquella basada en la construcción
sistemática puramente deductiva, a saber, la filosofía
especulativa, que “deduce” el devenir del espíritu
en la naturaleza y en la historia.
Por
otro lado, sin embargo, su sistema, como el de Fichte y Schelling, como el romanticismo,
encumbra la idea de interioridad, de conciencia y del pensamiento, del que hace
la realidad única e incondicionada, abriendo aún
más el camino a su exploración. En este sentido,
todo el desarrollo que hace Hegel de la noción de espíritu (en términos genéticos, históricos) así como de la idea de autoconciencia, término
relativamente nuevo también, tanto en la filosofía como en el
lenguaje popular, tendrá consecuencias
innegables, si no para toda psicología posterior, al
menos para una parte importante de ella. De particular relevancia será,
por ejemplo, la idea de “historicidad”, otro de los
conceptos que introduce, a través de su exposición
de los dominios en que se manifiesta el espíritu absoluto
(arte, religión y filosofía), y que tendrá especial importancia también
para el desarrollo de las ciencias históricas, en plena
formación, así como de una nueva
filología (que se presenta precisamente como una historia del espíritu),
de cuya mano se desarrollará también
uno de los proyectos para la psicología más
importantes del siglo XIX. Esa nueva filología planteará precisamente la necesaria
complementariedad del trabajo conceptual de la filosofía
especulativa hegeliana con el análisis de los fenómenos empíricos, tal como los
lleva a cabo la filología (que abre su campo del estudio de textos literarios y
gramática al análisis de otros fenómenos
sociales e institucionales). Todos estos movimientos serán
decisivos en el desarrollo de la psicología posterior, en la
dirección de lo que se conoce como “psicología
de los pueblos”, que encontrará su
primera expresión en la Revista
de Psicología de los Pueblos y Filología [Zeitschrift fur Volkerpsychologie und
Sprachwissenschaft] (1859-1890). La parte “psicológica” de este proyecto, en todo caso, vendrá marcada por la influencia de un filósofo antiespeculativo, contemporáneo
de Hegel, Johann Friedrich Herbart.
Por
lo que respecta a la filosofía especulativa de Hegel, cabe señalar que si bien ésta disfrutó de
un amplio reconocimiento en su día, y su obra se
considera sin lugar a dudas el sistema más importante del
siglo XIX, tras su muerte pasaría a ocupar un lugar
cada vez más marginal en la Universidad de Berlín,
donde Hegel había terminado su carrera. La problemática
de integrar el trabajo empírico, tanto de las ciencias humanas como de las ciencias
exactas, con el trabajo conceptual de un sistema construido a priori, iría
dando lugar a un cierto anti-idealismo así como
a un renovado interés por la obra de Kant, que terminaría
impulsando el desarrollo de un movimiento de post- kantianos, así como, más adelante, de
neo-kantianos.
La
concepción de la realidad humana de Hegel, en todo caso, como
devenir en la historia, de un sujeto (no como persona individual sino como
autoconciencia general, lo que llama “espíritu”)
que comprende el mundo como su propia obra, y no como algo ajeno, constituirán
un legado fundamental. Además de marcar el desarrollo de las ciencias históricas
y filológicas, inspirará, entre otros, un
pensamiento revolucionario como el marxismo, que hará de
la realización de nuestra propia libertad la tarea propia del género
humano.
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