Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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jueves, 10 de junio de 2021

Determinantes de la conducta

En la historia del pensamiento, el problema de cómo entender la conducta (o comportamiento) ha recibido mucha atención, y se ofrecieron varias explicaciones. Se concibió el problema desde distintos aspectos, y esto se refleja en las diferentes propuestas, muchas de ellas tienen implicaciones motivacionales:

1. Conocimiento

Entre los tópicos importantes que interesaban a Sócrates, Platón y Aristóteles estaba el de determinar cómo podría lograrse la virtud o una conducta justa. Sócrates se dedicó a este importante tópico, y sus meditaciones sobre el tema influyeron en Platón y en Aristóteles.
En su búsqueda de la verdad, Sócrates parece haberse guiado por la creencia de que el conocimiento y la virtud son idénticos, y de que un saber justo ocasiona siempre, por sí mismo, que se actúe en forma justa. En gran parte, el propósito de la búsqueda socrática era descubrir el conocimiento del bien, pues tal conocimiento, creía Sócrates, llevaría por necesidad hacia una acción virtuosa. Platón también se preocupaba por la noción de bien, que podía alcanzarse si se acercaba a las ideas por medio de la contemplación. Supuso que el alma tenía tres partes, una razonadora y dos pasionales. De estas dos últimas, una incumbe a la voluntad y otra a los apetitos sensuales. Las tres partes del alma se localizan, respectivamente, en la cabeza, arriba del diafragma y debajo de éste, y existen virtudes que corresponden a cada una de ellas: sabiduría, fuerza de voluntad y autocontrol; una adecuada reunión de todas estas partes constituye una cuarta virtud. En base a dichas virtudes y a la preocupación general de Platón de lograr el bien por medio de la sabiduría, queda claro que Platón, en general, igualaba el bien con el conocimiento, la belleza y el dominio de las pasiones. Se encuentran nociones similares en otras partes; por ejemplo, Werner (1948) cita un pueblo primitivo que distinguía entre sentimientos de pasión sensual y otros sentimientos más nobles; los primeros surgen del vientre, los segundos del pecho.
Aristóteles creía que la meta más alta de la vida humana es la felicidad, que debe lograrse por medio de esa actividad única al hombre: la razón. Pero la virtud era un prerrequisito para poder usar convenientemente la razón. Para adquirir la virtud ética, era necesario sujetar los deseos al dominio de la razón práctica. Cuando todo resultaba bien podía escogerse la mitad o el punto medio entre los extremos al que irían los deseos sin control. El valor sería un ejemplo, pues es el punto medio entre el miedo y la temeridad; o la indulgencia, a medio camino entre la irascibilidad y la indiferencia. Aparentemente, se consideraba que la moderación era esencial a estos temas para lograr el uso de la razón, cuyo desarrollo alcanzó su punto más alto entre los filósofos. Por tanto, los filósofos eran la gente más feliz.
En esta fase de la filosofía griega, las consideraciones indicaban un considerable hincapié en la virtud por medio del conocimiento y de la razón, y una contención de las pasiones por medio del conocimiento y del raciocinio. Gran parte del pensamiento occidental ha sido influido por estas concepciones, y las nociones convencionales de lo pecaminoso de lo corporal, o de lo que se debe a la carne, y la superioridad del aspecto espiritual o mental de la vida deben mucho a estas concepciones griegas. Ideas en cierto modo similares pueden encontrarse en la escuela estoica y en la filosofía de la iglesia cristiana; por ejemplo, en San Agustín, que tanta influencia recibiera de Platón, y en Santo Tomás de Aquino, que interpretó el pensamiento aristotélico. Sin embargo, el cristianismo ha acentuado, en lo general, más la pureza de corazón que el valor del conocimiento para dominar el cuerpo y lograr la salvación.
Podríamos hacer un catálogo de importantes motivo humanos basándose en los deseos y acciones que las distintas religiones consideran como pecados. Comúnmente estos pecados se atribuían a la carne (o en ocasiones a una posesión por los malos espíritus), mientras que las acciones convenientes, o virtudes, se atribuían al alma. Por lo general se creía que los hombres normales poseían la libertad de elección o libre albedrío, y que, por tanto, podría considerárseles culpables de las acciones censurables que emprendían bajo el impulso de los deseos carnales o, incluso, bajo el hechizo de un mal sueño.

2. Instinto

Hemos visto la importancia del conocimiento para ayudar a dominar las pasiones y, a partir de ahí, llegar a una conducta justa por medio de un acto de voluntad. Pero a menudo estos procesos se reservaban para el hombre, y se creía que los animales inferiores no los tenían. A pesar de que Platón y Aristóteles negaban que los animales poseyeran almas racionales, les dejaban almas de un nivel inferior, capaces de gobernar las funciones orgánicas fundamentales. Generalmente se acredita a la escuela estoica la invención del concepto instinto -al menos, en una forma bastante completa- y considerar al instinto como un factor principal en la conducta de los animales. E.C. Wilm (1925) resume así este punto de vista:

Los impulsos naturales llamados instintos son actividades intencionales implantadas en el animal por la naturaleza, por la razón universal o el creador, para guiar a la criatura en su búsqueda de fines que le sean útiles para su propia conservación o para la conservación de la especie, y para evitar lo contrario.

Wilm afirma que los estoicos consideraban como características de los instintos su independencia de la experiencia, la utilidad de su capacidad de adaptación y su uniformidad.
Desde luego, Santo Tomás de Aquino siguió separando a los animales y al hombre al dar a los primeros un alma sensitiva única y, al hombre, además, un alma racional.

El animal está impelido por un impulso sensorial y dirigido hacia lo que causa placer. La actividad del hombre, aunque el impulso tenga su parte, está motivada por un discernimiento racional de la relación que existe entre el acto y su fin, que consiste en la realización del bien.
E.C. Wilm, The teories of instinct

Que René Descartes (1596-1650) asignara instinto a los animales no era cosa nueva, visto lo anterior; pero Descartes se sitúa al principio del periodo moderno de la filosofía y la ciencia, y su concepción de la conducta animal era por completo mecanicista. Descartes creía que los nervios eran tubos por los que se movían los "espíritus animales". Su movimiento hacía que se movieran los músculos. No se necesitaba una concepción más profunda para los animales, dado que sus acciones estaban totalmente determinadas por las fuerzas mecánicas o por las presiones impartidas a los músculos por los espíritus. Descartes sugirió que existía un mecanismo similar en el ser humano, pero, en este caso, también ofrecía una influencia no mecánica para explicar los movimientos de los espíritus. Ésta era el alma. El alma entraba en contacto con el cuerpo en la glándula pineal, y podía influir sobre el movimiento de los espíritus en los nervios. Por tanto, el dualismo cartesiano es un interaccionismo; es decir, en el caso del hombre, el alma incorpórea influye sobre el cuerpo. Desde luego, no debe olvidarse que la concepción cartesiana sobre la conducta animal era mecanicista y monista, y tal vez su énfasis en el mecanismo, y no su dualismo interaccional, es lo que le da su importancia. Descartes está situado al comienzo de la moderna era científica, cuando se hacían grandes descubrimientos en la física y en la astronomía. Es muy probable que por esta razón se hayan sentido atraídos otros hacia su mecanismo. La-Mettrie (1709-1751) lo adoptó, pero abandonando el alma en el caso de los hombres. Por tanto, su enfoque era un monismo mecanicista.
El instinto permitió satisfacer la necesidad de explicar la conducta de los animales sin darles razón o alma.

3. Voluntad y libre albedrío

En la ética aristotélica, como en la ética en general, el interés radica en la adecuada dirección que se da al deseo y a la acción. Aristóteles no creía que la razón bastara para una acción justa, aunque sí fuera importante. Se necesitaba, además, fuerza de voluntad, desarrollada por medio de la práctica. Creía que la voluntad elegía libremente aquello que el conocimiento calificaba de bueno; es decir, el punto medio entre los extremos que alcanzarían los deseos si se les dejara sin control. Pero debe obligársenos, por lo menos al principio, a ejecutar actos buenos o justos; si se hace esto a menudo, se volverán agradables y habituales.
Para San Agustín, la voluntad era el aspecto más importante de la vida, y la separó del conocimiento. La voluntad gobernaba el cuerpo, y San Agustín estaba especialmente interesado en las actividades corporales, como el acto sexual, que parecía derribar la monarquía de la voluntad. La voluntad tenía libertad de escoger el camino de la virtud cristiana, cuyo conocimiento, probablemente, se adquiría de inmediato por medio de la autoridad a quien había sido revelada. La creencia lleva al entendimiento.
En los siglos siguientes, la voluntad parece ser una especie de facultad, cuya tendencia, cuando es efectiva, es dominar la parte apasionada o animal del hombre en interés de la virtud justa y de la salvación. Aunque a menudo muy unida al conocimiento y al sentimiento, está separada de ambos, no obstante que su naturaleza y sus leyes permanecen, en su mayor parte, no especificadas. Esto resulta bien expresado por Kant, quien sugiere que "la realidad moral y religiosa esencial no se encuentra en el campo del conocimiento, sino en el proceso de la voluntad". Su adopción de una psicología de las facultades hizo que el sentimiento y la voluntad se separaran por completo del conocimiento. Al parecer, Kant consideraba que las buenas acciones surgían del deber o de respetar la ley moral. La voluntad está compelida a escoger tales líneas de acción porque "el pensamiento de una ley universal excita en nosotros un sentimiento de estima y de veneración" (Höffding, 1955). Ni el uso, ni la experiencia, ni el ejemplo, ni la autoridad, ni el placer determinan la bondad de una acción. Según Höffding, la voluntad debe escoger a la luz de la ley moral:

El principio que sigo en mi acción debe ser de tal naturaleza, que sirva para formar la base de una legislación general... Debe ser válido para todos los seres racionales que se encuentren en la misma situación en que me encuentro.

No seguiremos más lejos este aspecto del tratamiento de la voluntad que, como un concepto relacionado con la elección y con el tema de la libertad de elección, persiste en los sistemas psicológicos que siguen la escuela de Kant. Sin embargo, puede recapitularse indicando que se consideraba a la voluntad como un mecanismo que dominaba las pasiones o la naturaleza animal del hombre, y que parece haber tenido un statu independiente del conocimiento, aunque la voluntad, especialmente en el tratamiento que le dio Kant, posee muchos rasgos racionalistas. De cualquier modo, muchos tratamientos parecen haber opuesto el conocimiento y la voluntad, como determinantes de la conducta, al instinto y a la pasión.
La voluntad como fuerza fundamental o esfuerzo fue característica del pensamiento de Arthur Schopenhauer (1788-1860), quien parece haber considerado que el intelecto, la conciencia y el conocimiento se desarrollan como sirvientes de la voluntad. Se encontrará por completo desarrollada esta doctrina en la teoría evolucionista, en el funcionalismo y en el psicoanálisis. La filosofía de Schopenhauer es, en gran parte, pesimista. La voluntad -materia prima del mundo y del individuo- es perversa y maléfica, y sus impulsos nunca traen placer, sino sólo dolor; gratificarla sólo ocasiona saciedad, no felicidad. Schopenhauer encuentra una solución temporal en la estética. El Nirvana, venido de la India, es una solución más permanente; consiste en que la voluntad le dé la espalda a la vida o a la extinción, según Schopenhauer parece interpretarla.
Como Höffding observa, gran parte de los dicho por Schopenhauer parece anticipar la evolución y otras doctrinas posteriores. Quizá pueda resumirse esto al decir que Schopenhauer afirmó la supremacía de los factores no intelectuales en la conducta humana, oponiéndose así a una interpretación puramente racionalista de dicha conducta.

4. Factores inconscientes activos

Se ha venido diciendo de tiempo en tiempo y durante toda la historia del pensamiento occidental, que sobre la conducta pueden influir factores que no son asequibles a la conciencia, y que la razón podría no bastar para provocar la acción. Boring (1950) ha sugerido que las mónadas activas de Leibnitz, que existían en varios grados de claridad, son una expresión de estas ideas y anticipan las nociones actuales. Herbart también acentúa que las ideas deben competir, en la conciencia, por el espacio y que, en esta competición o conflicto, algunas pierden, volviéndose así inconscientes. Sin embargo, no dejan de agitarse en dicho estado para que se las readmita en la conciencia. La voluntad de Schopenhauer también parece inconsciente, ya que la conciencia y el conocimiento son sus servidores.

Karl Robert Eduard von Hartman (1842-1906)
Quizás Eduard von Hartman, en 1869 y los años subsecuentes, logró la expresión sistemática más completa de los factores inconscientes.
Nadie puede negar que Hartman influyó poderosamente en el desarrollo del pensamiento del siglo XIX. Cualquier cosa que dijera Hartman volvía siempre a la única conclusión esencial: debe aceptarse el inconsciente. Y ha sido aceptado. Algunos escritores casi dan disculpas por utilizar el término "racional".
Se nos dice que el hombre vive de impulsos; las acciones expresan los esfuerzos de una energía vital que se mueve ocultamente en alas de la herencia, de generación en generación de hombres; que no actuamos por razones conscientes, sino que, más bien, estructuramos razones para explicar lo que ocurre en nosotros.
La psicología del siglo XX está fermentada por estas ideas. Quizá no se deba solamente a Hartman que se efectuaran todos estos desarrollos, pero su punto de vista sí refleja una considerable desviación del intelectualismo y racionalismo de anteriores épocas, así como de la noción de que la mente es más o menos pasiva en sus relaciones con las fuerzas externas. Este punto de vista parece una consecuencia lógica del asociacionismo y el empirismo ingleses, que dominaron, tanto en Inglaterra como en Francia, desde la época de Locke (1632-1704) hasta ya bien entrado el siglo XIX.
Debería mencionarse que el estudio del hipnotismo y de la psiconeurosis probablemente ayudó a allanar el camino para que se aceptara la idea de los factores inconscientes. Los fenómenos hipnóticos tuvieron una gran popularidad y algún interés científico desde más o menos 1766, cuando Anton Mesmer empezó a demostrarlo y a publicarlo. La hipnosis es un fenómeno en que el dominio racional y el dominio por la voluntad propia parecerían entregarse sumisamente a los del hipnotizador. A finales del siglo XIX, se usaba ampliamente el método de la hipnosis en los casos de desórdenes neuróticos, especialmente la histeria. Cuando empezaron a tratarse los desórdenes neuróticos humanitariamente, durante el siglo XIX, difícilmente podría explicárseles de acuerdo a los procesos racionales postulado en los sistemas filosóficos contemporáneos. Aunque hasta el momento de aparecer la obra de Freud los procesos inconscientes no se consideraron sistemáticamente como factores de la hipnosis y de la neurosis, es probable que la simple existencia real de dichos fenómenos preparara el camino para que se admitieran los factores inconscientes como objetos de estudio y como conceptos.

5. Hedonismo

La experiencia común sugiere que el placer y el dolor son potentes determinantes de la conducta, y que tratamos de buscar el placer y de evitar el dolor. Esta concepción, generalmente conocida como hedonismo, goza, bajo varias formas, de una larga historia.
Aristipo de Cirene, en parte contemporáneo de Sócrates, es considerado como originador del hedonismo en la filosofía. Creía que el placer era la única cosa digna de esfuerzo y que constituía la felicidad completa. Para Aristipo y su grupo, el placer era el placer del momento, y la virtud era "igual a la capacidad de gozar". Sin embargo, se abogaba por el autocontrol, y la concepción cirenaica de un sabio era "la del hombre de mundo perfeccionado, que es susceptible al goce de la vida, que conoce lo que significan las satisfacciones animales y sabe estimar el goce espiritual, la riqueza y el honor" (Windelband, 1956).
La doctrina de Aristipo persiste, en forma modificada, en las enseñanzas de Epicuro, para quien la meta de la vida era la felicidad o el placer. Abogaba por placeres que producían estados apacibles y tranquilos, como la ausencia de dolor o la moderada satisfacción de un deseo como el hambre. No aprobaba las relaciones sexuales. La amistad era el mejor y el más seguro de los placeres sociales (Russell, 1945). Epicuro se oponía a la religión, pues creía que el miedo a la vida después de la muerte evitaba ser feliz. Su hedonismo era para la vida presente, a diferencia de tantas religiones que prometen un placer futuro, para los elegidos, en el otro mundo.
El hincapié en el hedonismo languideció desde la época de Epicuro (quien murió en 270 a.C.) y de los primeros cristianos hasta que se convirtió en un principio capital de los asociacionistas ingleses y de los asociacionistas y empiristas franceses. Se le encuentra, con cierto grado de importancia, en enfoques como los de Thomas Hobbes (nacido en 1588), John Stuart Mill (muerto en 1873) y Herbert Spencer (1820-1903), y aún conserva un puesto de importancia en varias concepciones de la motivación.
Quizá su desarrollo más completo y su mejor defensa, especialmente en relación con la conducta política y el Estado, vinieron de Jeremy Bentham (1748-1832), quien aseguraba que el comportamiento en los asuntos prácticos debería estar de acuerdo con lo que es bueno, y definía lo bueno como placer o felicidad. Creía que cada individuo trabajaba por su propia felicidad, y que era labor de la legislación armonizar los intereses privados con los del público en general. El principio "el mayor bien para el mayor número" surgió del punto de vista de Bentham, que también incluyó la noción de utilidad; es decir, la tendencia a producir felicidad (de aquí que a Bentham y a sus seguidores se les llamara utilitaristas).
Leonard T. Troland (1889-1932) afirmó en su obra Los fundamentos de la motivación humana (1928) que existen, en realidad, tres hedonismos: uno, que hace hincapié en el presente, como en el enfoque de Aristipo; otro, que acentúa el futuro, aplicado a los utilitaristas y a la promesa de felicidad en otra vida, y un hedonismo del pasado. Boring (1950) aseguraba que Freud aboga por un hedonismo del futuro, mientras que la teoría del aprendizaje, al hacer hincapié en la ley del efecto, ha utilizado el hedonismo del pasado. Así, puede verse que el hedonismo figura ampliamente en la teoría de la motivación.

6. Naturaleza y motivos de los hombres

En lo que se ha dicho están implícitos dos puntos que deberían subrayarse.
Uno, se relaciona con la evaluación general de la naturaleza humana: que a veces se concibe intrínsecamente buena, el mal surgiendo de una voluntad débil, de los malos espíritus, de la ignorancia o de los efectos enfermizos de la sociedad, o puede considerársele como esencialmente mala, con lo que se necesita la ley o el orden social para contenerla. A veces se asocia la parte mala con la carne o el cuerpo y la parte buena con el alma y el espíritu. McDougall (1908) afirma que muchos teólogos y filósofos han quedado perplejos ante actos aberrantes o malignos, debido a que consideran al hombre como esencialmente racional o bueno. Por otra parte, veía que lo sorprendente era que el hombre siempre actúa racional o decentemente, impelido, como McDougall lo creía, por poderosos instintos.
El segundo punto a subrayar es que los teóricos, en el pasado, a menudo basaron sus concepciones del hombre en unos cuantos motivos dominantes, o lo han considerado impedido por algún factor primario. Ahora, brevemente, se mostrarán los puntos de vista de cuatro escritores, para ejemplificar los límites y la variedad de tales concepciones. Queda entendido que estos escritores llegaron a dichos puntos de vista basándose en sus propias observaciones y en sus propias experiencias, y que llegaron a conclusiones más bien diferentes. A decir verdad, muchas nociones en la historia de la psicología son muy similares a las de los cuatro hombres que mencionamos: Maquiavelo, Hobbes, Shaftesbury y Rousseau.

 Maquiavelo (1469-1527)  
Este escritor de finales del siglo XV y principios del XVI describió lo que había observado durante sus muchos años en el gobierno de Florencia. Percibía que la política florentina era muy inferior a la de los tiempos pasados, y atribuía estos defectos políticos a la mala educación y a la religión. Aparentemente, los caudillos (o príncipes) estaban motivados para llegar al poder por el egoísmo, creía Maquiavelo, y los principales motivos que podían manejar para tratar con el pueblo y dominarlo eran el miedo y el amor, siendo el miedo más fuerte y más confiable que el amor.

 Hobbes (1588-1679)  
Este filósofo inglés creía que la gente era igual, pero que sus deseos (como el hambre, la sed, el sexo, el miedo, o sus deseos de placer, de evitar el dolor y de honor) provocarían conflictos entre ellos. Puesto que consideraba al hombre como un competidor innato, Hobbes pensaba que el hombre, en su estado natural, estaría en guerra constante con sus compañeros en interés de sus deseos. Hobbes concibió que los hombres, al darse cuenta de sus conflictos, harían un contrato para dar el dominio a un soberano. En otras palabras, el Estado se crea para proteger al individuo de cualquier ataque y para permitirle que pueda gratificar en cierto grado sus deseos. El miedo era, para Hobbes, el motivo más fuerte.

 Shaftesbury (1671-1713)  Era nieto del protector de John Locke, y creía en la existencia de un instinto que unía al individuo con su raza, de modo que para el hombre era natural existir en sociedad; por tanto, las sociedades no se forman por contrato, como creían Hobbes y Rousseau. También postulaba un sentido moral, innato porque surge de los instintos cuando reflejamos los impulsos internos que poseemos. Este sentido moral consiste en un sentido del orden y de la armonía entre impulsos internos, un estado aparentemente alcanzado por medio del pensamiento y la introspección. Hay una fuerte nota religiosa en esta doctrina, y se dice que Dios es el ejemplo ideal de la armonía que debería reinar entre nosotros.

 Rousseau (1712-1778)  Para Rousseau, los sentimientos eran el aspecto de la experiencia que tenía el mayor valor, y pensaba que en un estado natural había las mayores probabilidades de realizar este aspecto de la experiencia (es decir, entre salvajes nobles). Debido a que esto no lo comprendía la mayoría de la gente civilizada de su época, Rousseau condenaba la sociedad y sus influencias sobre el individuo en desarrollo. La sociedad genera egoísmo, y entonces las necesidades y las capacidades propias no corresponden entre sí, con lo que aparecen la frustración, la duda, el suicidio y cosas similares. Rousseau abogaba por la aplicación de correctivos bajo un nuevo sistema de educación, una nueva actitud hacia la religión y un pleno reconocimiento de los derechos humanos por el Estado.

En estos cuatro escritores se advierten dos puntos de vista sobre el hombre y, paralelamente, dos puntos de vista sobre el papel de la sociedad. Maquiavelo y Hobbes no tienen una opinión muy elevada de la naturaleza humana y de sus motivos. Maquiavelo ve cómo el príncipe puede dominar a la población para que le sirva a sus propios fines. Hobbes cree que la gente ha solicitado un soberano para que su lucha competitiva pueda ser dominada. Shaftesbury cree que los hombres se unen en sociedad de una forma natural, y que el sentido moral innato refleja un favorable punto de vista de la naturaleza humana. Rousseau considera que el mal surge de la organización social. El hombre es bueno, pero lo echa a perder una mala sociedad.

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