Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 6 de abril de 2013

Del multiculturalismo a la hospitalidad intercultural

No se trata, pues, de mantener las diversas culturas como si fueran especies biológicas y hubiera que defender la "biodiversidad". Se trata más bien de tomar conciencia de que ninguna cultura tiene soluciones para todos los problemas vitales y de que puede aprender de otras, tanto soluciones de las que carece, como a comprenderse a sí misma. En este sentido, una ética intercultural no se contenta con asimilar las culturas relegadas a la triunfante, ni siquiera con la mera coexistencia de las culturas, sino que invita a un diálogo entre las culturas, de forma que respeten sus diferencias y vayan dilucidando conjuntamente qué consideran irrenunciable para construir desde todas ellas una convivencia más justa y feliz. Habida cuenta, por otra parte, de que la comprensión de otros que se logra a través de la convivencia y el diálogo es indispensable para la autocomprensión.
A. Cortina, Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía

1. Pluralidad cultural
Una de las cuestiones que nos planteamos desde una perspectiva filosófica es la del carácter plural o singular de la cultura: ¿la cultura o las culturas? A la hora de definirla, ¿nos quedamos con aquella característica que nos identifica como especie o con lo que dentro de la especie nos particulariza y nos define frente a los otros?, ¿podemos encontrar universales culturales más allá de las particularidades de cada cultura? Éstas son las preguntas más importantes que se plantea actualmente la filosofía de la cultura.
El mundo se nos presenta como algo irremediablemente plural. La pluralidad es la característica fundamental de nuestra sociedad. Vivir es encontrarse con la pluralidad. La pluralidad de culturas o multiculturalidad es un hecho y, ante este hecho, ¿qué hacer?, ¿qué actitudes son posibles?

2. Actitudes ante la diversidad cultural
Ante la diversidad cultural son posibles tres actitudes fundamentales:
  1. Actitud etnocéntrica: Esta actitud contempla a las otras culturas desde la propia. Juzga otras formas de ver la vida desde el propio punto de vista. Es una actitud asimilacionista: el otro debe adaptarse a mi cultura si quiere convivir conmigo. Esta actitud puede conducir a la xenofobia (rechazo del extranjero, de lo extraño) y al racismo.
  2. Actitud del relativismo cultural: Según esta posición, las culturas no pueden juzgarse desde fuera. Cada cultura conlleva una forma de entender el mundo incompatible con cualquier otra. Bajo la apariencia del respeto máximo, esta actitud no evita el racismo o la xenofobia, pues, si bien es cierto que no busca asimilar otra cultura a la nuestra, prefiere evitar cualquier contacto. Lleva también a la parálisis cultural motivada por la falta de contactos e intercambios.
  3. Actitud de hospitalidad cultural: Considera que es necesario el respeto hacia las otras culturas, pero no excluye el diálogo, muy al contrario, lo exige. Las culturas son formas de expresarse la humanidad. Recorrer esta pluralidad es buscar la "riqueza humana". El diálogo cultural no se ejerce prescindiendo de las propias herencias culturales y entablando un diálogo vacío. Es necesario hacer entrar en juego los contenidos de nuestras tradiciones, buscando puntos en común y dejándonos interpelar por los otros, descubriéndonos a nosotros mismos en los otros.
El diálogo cultural supone:
- Una toma de conciencia de nuestra propia tradición.
- Un proceso de distanciamiento de las herencias culturales.
- Un redescubrimiento novedoso de la propia tradición a través de "los ojos" de otra cultura.
- Un encuentro en profundidad que descubre la humanidad común.

3. El encuentro entre culturas
El auténtico diálogo intercultural no es el mero sincretismo, es decir, limitarse a yuxtaponer elementos distintos de culturas diferentes. El encuentro intercultural requiere un esfuerzo de comunicación y de autoconocimiento. El diálogo no es una posición de debilidad y claudicación, sino de fuerza y creatividad. Paul Ricoeur, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, establece las condiciones de ese diálogo:

¿Cómo es posible un encuentro de culturas distintas? Parece desprenderse que las culturas son incomunicables; y sin embargo, la extrañeza del hombre para el hombre no es nunca absoluta. Es cierto, el hombre es un extraño para el hombre, pero también siempre es un semejante. Cuando desembarcamos en un país completamente extraño para nosotros, como me ocurrió hace algunos años en China, sentimos que, a pesar del mayor de los destierros, no hemos salido nunca de la especie humana.
Paul Ricoeur (1913-2005)
Fotografía publicada por El País en 2003
¿Qué le ocurre a mis valores cuando comprendo los de los otros pueblos? La comprensión es una aventura temible en que todas las herencias culturales corren el riesgo de naufragar en un vago sincretismo. No obstante, me parece que hemos dado hace poco los elementos de una respuesta frágil y provisional: sólo una cultura viva, a la vez fiel a sus orígenes y en estado de creatividad en el plano del arte, de la literatura, la filosofía, la espiritualidad, es capaz de soportar el encuentro con las otras culturas, no sólo de soportarlo sino de dar sentido a ese encuentro.
Estoy convencido de que un mundo islámico que volviera a entrar en movimiento, un mundo hindú cuyas viejas meditaciones engendraran una joven historia, tendrían con nuestra civilización, nuestra cultura europea, esa proximidad específica que guardan entre sí todos los creadores. Creo que es allí donde termina el escepticismo. Para el europeo, en particular, el problema no consiste en participar en una especie de creencia vaga; su tarea la indica Heidegger: "Debemos desterrarnos de nuestros propios orígenes", vale decir, debemos volver a nuestro origen griego, a nuestro origen hebreo, a nuestro origen cristiano para ser un interlocutor válido en el gran debate de las culturas; para tener en frente de sí mismo a otro distinto de sí mismo, hay que tener un sí mismo.
Hay que oponer a los sincretismos la comunicación, es decir, una relación dramática en que -una vez tras otra- me afirmo en mi origen y me entrego a la imaginación del prójimo, según su distinta civilización. La verdad humana sólo se encuentra en ese proceso en que las civilizaciones van a enfrentarse cada vez más desde aquello que en ellas es lo más vivo, lo más creador. La historia de los hombres será cada vez más una vasta explicación, en que cada civilización desarrollará su percepción del mundo en el enfrentamiento con todas las demás.
P. Ricoeur, Histoire et vérité, París, Le Seuil, 1955 (adaptado)

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