Yo soy, por lo pronto, una realidad que pregunta, que, incluso, se hace cuestión de sí misma. Las cosas y los animales, por lo que sabemos, no lo hacen. Soy, pues, de alguna manera distinto de los animales y las cosas. Aunque, sin duda, soy corpóreo, como ellos y ellas.
Peso unos gramos, mido unos centímetros, nací ayer y moriré mañana, ando entre las cosas; sin los estímulos internos y externos que me excitan, sin la actividad de mis cuerpo, sin la acción de mis neuronas -esas "mariposas del alma", que dijo Cajal-, no viviría, no podría ser yo. Pero, a la vez, soy ese yo que vive de la verdad, la evidencia, la invención y el ingenio, la belleza y el amor, y también de la mentira, el error, la duda, la fealdad, el tedio, la indiferencia y el odio. Un yo, en resumen y según compruebo, contradictorio, y que sabe que lo es, como no puede serlo y saberlo una cosa.
M. Yela, "Yo y mi cuerpo", en F. Mora, El problema cerebro-mente
La filosofía se ha preguntado desde sus orígenes por la relación entre el cuerpo y el alma (en términos actuales, el cerebro y la mente). Es una pregunta acerca del ser humano que nos conduce a otras cuestiones de profunda importancia como, por ejemplo, ¿por qué pensamos y cómo lo hacemos?, ¿quién es el "yo"?, ¿qué nos hace diferentes de los animales?, ¿qué significa "poseer inteligencia"?, etc.
A lo largo de la historia, muchos filósofos propusieron teorías con las que anticiparon respuestas a preguntas que después han podido ser respondidas o, al menos, comprendidas con más datos, por medio del trabajo de las neurociencias (las disciplinas que estudian el sistema nervioso). Igualmente, la filosofía reflexiona sobre los resultados aportados por las investigaciones científicas sobre el cerebro. Puede decirse, pues, que la tarea de la filosofía en este tema es doble:
- Por un lado, propone respuestas para las preguntas no resueltas sobre la mente del ser humano.
- Por otro lado, analiza los datos de las neurociencias para contrastar la idoneidad de sus propuestas y ofrecer una explicación comprehensiva del problema.
1. La conciencia del ser humano
La pregunta sobre el alma y el cuerpo conduce a otra más radical que puede hacerse el ser humano acerca de sí mismo: ¿quién soy yo? Todos nos comprendemos como un conjunto de pensamientos, sentimientos, emociones, capacidades, etc. Y también reconocemos que somos quienes somos por tener una dimensión física determinada y por desarrollarnos en un ambiente (cultural y de aprendizaje) que nos posibilita de un modo concreto la realización de nuestro "yo". Por tanto, al concebir al ser humano nos encontramos:
- Un elemento biológico: el desarrollo y características como individuo de una especie.
- Un elemento socio-cultural: el desarrollo y características como individuo de un grupo.
- Un elemento personal: el desarrollo y características de éste que soy yo y no otro, configurado por lo que me vino dado, por lo que he ido adquiriendo y por la posibilidad de ser y de pensarme a mí mismo.
La conciencia de sí es lo que le confiere su identidad y su personalidad al ser humano.
En esa reflexión sobre sí mismo, el ser humano se plantea si su "ser yo" es un conjunto de procesos físicos, explicables científicamente, o si no es reducible a la química, la biología y la física. Al decir "yo y mi cuerpo" se plantea el interrogante: ¿soy yo mi cuerpo?, o bien: ¿mi cuerpo y yo son dos cosas diferentes? Por eso da que pensar a la filosofía esa dimensión aparentemente paradójica de la mente y el cerebro del ser humano.
La cuestión es ésta: ¿son reducibles nuestros estados mentales al cerebro? Algunos autores consideran que la mente es el resultado de la complejidad de las conexiones neuronales. Por tanto, al tratarse de procesos físico-biológicos, una vez que conozcamos a fondo el funcionamiento del cerebro, podremos implementar dichos procesos en un sistema mecánico (inteligencia artificial). Se explica así la mente humana con la "metáfora fuerte del ordenador": nuestro cerebro es "como una máquina" en tanto que responde (outputs) a estímulos (inputs). En 1950, Turing proponía un test para comprobar si un observador podría distinguir una máquina de una persona por medio de las respuestas emitidas por cada uno de ellos. Considerando que entre las posibilidades de la máquina estaba la mentira, parecía demostrarse la incapacidad de diferenciarlos. La conclusión era que la máquinas pueden pensar.
Otros autores consideran que la mente no es reducible al cerebro. Los estados mentales muestran unas características que superan la producción meramente neuronal. Por ejemplo, las creencias y los deseos tienen un sustrato cerebral que, sin embargo, no parece explicar la gran importancia que tienen en nuestros comportamientos. Existe, por otro lado, una intencionalidad que es, además subjetiva. Pero, sobre todo, lo que más llama la atención es que estamos dotados de conciencia, tanto en el sentido de tener la capacidad de ser consciente de algo, como en cuanto capacidad moral. Éstos son elementos constituyentes de nuestra inteligencia que, sin embargo, no parecen fácilmente reducibles a los meros fenómenos cerebrales. Por tanto, no parecen implementables en una máquina.
¿Podríamos dotar de conciencia de la propia existencia a una máquina? ¿Podría un ordenador tener, por ejemplo, conciencia de su propia muerte? Autores como Laín Entralgo consideran incluso que en la constitución de la mente entran en juego factores como la interrelación entre cuerpo y mente. Es decir, la mente no es un producto del cerebro, sino que existe una modificación mutua entre ambos elementos, hasta el punto de ser indisociables, pues el "yo" no es lo mismo deslindado de cualquiera de los dos. Se trata, en definitiva, del problema de la propia identidad. Del mismo modo, hay que tener en cuenta que la absoluta determinación mental por el cerebro nos conduce, o bien a la consideración de que un ordenador puede ser libre, en tanto que dispone de elementos de aleatoriedad, o bien a que los seres humanos no lo son, pues las conductas serían meros reflejos de determinadas funciones mentales y el dominio entre mente y materia lo ostentaría la segunda.
3. Filosofía de la mente y neurofilosofía
Resulta, pues, evidente que la filosofía se encuentra aquí con uno de los temas de reflexión más profundos sobre el ser humano. Aunque a lo alego de la historia de la filosofía este tema ha sido abordado en muchas ocasiones, existe en la actualidad, dentro de la filosofía, una rama especializada que reflexiona sobre la mente y los actos mentales, sobre la relación entre la mente y los actos mentales, sobre la relación entre la mente y el cuerpo, sobre la identidad personal, sobre la conciencia, etc. Se trata de la filosofía de la mente. Su objetivo es analizar los conceptos relacionados con la mente.
También dentro de la filosofía de la ciencia se ha desarrollado, aproximadamente desde 1970, la filosofía de las neurociencias, dedicada al estudio de los avances neurocientíficos, el análisis de los conceptos subyacentes a dichas ciencias y sus repercusiones en la reflexión filosófica. Incluso algunos autores hablan de la neurofilosofía, que se dedica específicamente a la introducción de los nuevos datos en la tarea filosófica.
Por tanto, hay una dimensión doble:
1) Análisis filosófico de los conceptos y relaciones empleados en las neurociencias.
2) Reflexión filosófica sobre temas como la identidad, la conciencia, el sentido del hombre, etc., teniendo en cuenta los datos aportados por las neurociencias.
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