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domingo, 25 de enero de 2015

La filosofía posterior a Aristóteles

1. Filosofías de la Felicidad
Aristóteles fue el último gran filósofo de la Edad Clásica. Después de él, el pensamiento tomó nuevas direcciones. Los imperios, primero el de Alejandro y luego el Romano, vinieron a sustituir a las viejas ciudades-estado. La civilización se difundió alrededor del Mar Mediterráneo, en el interior de Europa y en Gran Bretaña, gracias a estos imperios. Esta cultura, sin embargo, no produjo demasiados filósofos ni científicos. Los imperios tienden a ser pragmáticos, y entre los romanos encontramos a grandes ingenieros y políticos pragmáticos más que a grandes pensadores. La ciencia floreció durante un tiempo en Alejandría, la capital del Egipto postalejandrino. En la época de los sucesores de Alejandro, los Tolomeos, se establecieron centros de investigación y se realizaron importantes avances es matemáticas, astronomía, física y medicina. Se creó una gran biblioteca en Alejandría, constituyendo su destrucción, al comienzo de la era cristiana, una de las grandes tragedias de la historia. Nuestro conocimiento de los primeros filósofos es fragmentario a causa del incendio de esta biblioteca.
Lo que de movimientos filosóficos hubo en los períodos helenístico y romano difirió en gran medida de lo que había tenido lugar antes. En vez de investigar cuestiones de ciencia o epistemología, los filósofos se dedicaron ahora a buscar recetas para la felicidad humana. Podemos caracterizar al período que va de Aristóteles (muerto en el 323 a.C.) a la Edad Media como el período de las filosofías de la felicidad.
Epicuro (341-270 a.C.) aceptó el atomismo, aunque no el determinismo, y como Demócrito, preconizó el hedonismo. Pero la fórmula de Epicuro para alcanzar el placer no era lo que nosotros solemos asociar al nombre de su escuela, el epicureísmo. Dio más importancia a la evitación del dolor que a la búsqueda activa del placer y aconsejó a sus seguidores que llevaran vidas sosegadas y alejadas a las refriegas del mundo externo. Sus advertencias dan en el blanco en una época volcada hacia la energía: depender de los placeres de la vida supone arriesgarse al dolor cuando éstos nos son retirados.
Los cínicos no sólo se apartaron del mundo civilizado, sino que también lo atacaron. Opinaban que las obras de la sociedad rebosaban hipocresía, con su inseparable cortejo de codicia, envidia y odio. Los cínicos se burlaban de las convenciones sociales. El cínico más célebre fue Diógenes (que murió en 324 a.C.); vivió pobremente, se llamó a sí mismo ciudadano del mundo y preconizó en amor libre y la comunidad de familias. Cuéntese que Alejandro visitó a Diógenes en la cueva donde vivía. Plantándose frente a la entrada, Alejandro le preguntó si podía hacer algo por el famoso filósofo. "No me quites la luz", fue la respuesta de Diógenes. Esta anécdota resume en un rasgo el cinismo.
El escepticismo fue un movimiento afín, pero de carácter más intelectual, fundado por Pirrón de Elis (360-270 a.C.) y desarrollado posteriormente por diversos rectores de la academia de Platón. Como Platón, los escépticos desconfiaban de la percepción sensorial. Sin embargo, no creían en ningún mundo de las Formas. Por ello, sostenían que cualquier conclusión general que pudiera alcanzarse en base a la experiencia podría convertirse en errónea a la luz de la nueva experiencia. Dado que ser refutado constituye una experiencia dolorosa, los escépticos creían que no deberíamos aceptar conclusiones generales, para evitarnos el disgusto de estar equivocados.
Mayor difusión que cualquiera de estas filosofías alcanzó el estoicismo, que contó entre sus adeptos a un esclavo (Epícteto, 50-138 d.C.) y a un emperador (Marco Aurelio, 121-180 d.C.). Su fundador fue Zenón de Citio (333-262 a.C.), quien enseñaba en la columnata pintada, o Stoa, de Atenas. En la actualidad un estoico es alguien que acepta la desgracia "filosóficamente" -tranquilamente y sin queja-. Los antiguos estoicos se comportaban así porque creían que el universo es racional y bueno; con frecuencia lo comparaban a un ser vivo y semidivino presente en todas las cosas. Los estoicos fueron también deterministas, sosteniendo que cualquier cosa que le ocurra a una persona tiene que ocurrir así debido al orden causal del universo. La felicidad, pues, estriba en colocar la propia razón en armonía con la del universo, aceptando el hado propio como parte de una totalidad superior y divinamente racional.
Plotino
La filosofía de la felicidad más influyente fue el neoplatonismo, cuyo portavoz principal fue Plotino (204-270 d.C.), un griego de Egipto. Plotino desarrolló hasta sus últimas consecuencias los aspectos místicos del platonismo, convirtiendo casi esta filosofía en una religión. Definió el universo como una jerarquía, en cuyo vértice se sitúa un Dios supremo e incognoscible llamado El Uno. El Uno "emana" un Dios cognoscible, denominado Inteligencia, que gobierna el reino platónico de las Formas. De la Inteligencia emanan en serie más criaturas divinas, hasta llegar a los hombres, cuyas almas divinas están aprisionadas en cuerpos degradantes y materiales. El mundo físico es una copia imperfecta e impura del reino divino.
La preocupación de Plotino era apartar a sus seguidores de las tentaciones corruptoras de la carne, encaminándolos hacia el mundo espiritual de la verdad, el bien y la belleza, en el reino de las Formas. En sus Enéadas, Plotino señalaba:

Ascendemos al modelo... del que el mundo [físico] deriva... Lo preside la Inteligencia pura y la sabiduría increíble... Todo allí es eterno e inmutable... [y] en un estado de bienaventuranza.

La última frase marca el cambio desde la filosofía platónica hacia la visión estática de lo religioso, y apunta hacia la filosofía de la felicidad que tuvo más éxito, que no fue sino una religión.

2. La primera filosofía cristiana
Las filosofías de la felicidad lograron la adhesión de varios intelectuales griegos y romanos, pero a medida que el Imperio Romano empezó a desintegrarse, la gente necesitó cada vez más algo estable en que creer. Los viejos dioses olímpicos ya no resultaban plausibles, y en las postrimerías del Imperio numerosas religiones originarias de Oriente captaron a conversos romanos. Estas religiones se centraban por lo general en torno a algún misterio religioso y se denominaron religiones mistéricas. Hubo varias con cierta fuerza. El mithraísmo, por ejemplo, basada en la muerte y resurrección de Mithra, era una religión compleja, que contaba al menos con un templo en un lugar tan apartado de su cuna, Persia, como el Londres de la época romana. Estuvo a punto de convertirse en la religión oficial de Roma. Sin embargo, la gran triunfadora en última instancia entre tales religiones mistéricas fue la que se basó en la muerte y resurrección de un oscuro maestro judío llamado Jesús. Recibió el nombre de cristianismo y consiguió numerosos conversos, inclusive emperadores. Se convirtió en la religión estatal romana en el siglo IV d.C.
Un problema importante para los creyentes cristianos fue qué postura adoptar respecto a la filosofía clásica. ¿Debía ser condenada como pagana y forzosamente herética, como lo pretendió San Jerónimo (320-420 d.C.); o los cristianos debían aceptar aquellos elementos de la filosofía compatibles con la fe, como argumentó San Ambrosio (340-430)? La primera posición se alzó con el triunfo, y su principal representante, uno de los dos maestros mayores de la filosofía católica, fue San Agustín (354-430). San Agustín es el último filósofo clásico y el primer filósofo cristiano, compaginando el estoicismo, el neoplatonismo y la fe cristiana.


San Agustín
El estoicismo, con su énfasis en la divina sabiduría y la sumisión humana, presenta elementos susceptibles de fácil asimilación por la creencia cristiana. Más compatible aún, con todo, resultaba el neoplatonismo, que era una filosofía en clara evolución hacia la religión. En el siglo IV, el cristianismo se limitaba a una fe sencilla, carente de soporte filosófico. San Agustín integró fe y filosofía en una sólida visión cristiana del mundo, que habría de dominar todas las facetas del pensamiento medieval hasta el siglo XIII. El siguiente pasaje ilustra el platonismo cristiano de San Agustín:

Dios, por supuesto, pertenece al reino de las cosas inteligibles, al igual que tales símbolos matemáticos, aunque hay una gran diferencia. En forma análoga, la tierra y la luz son visibles, pero la tierra no puede ser vista a menos que sea iluminada. Cualquiera que conozca los símbolos matemáticos admite que son verdad, sin sombra de duda. Pero debe también saber que no pueden ser conocidos a menos que sean iluminados por alguna otra cosa similar al sol. Acerca de esta luz material advirtamos tres cosas. Que existe. Que brilla. Que ilumina. Así, a la hora de conocer al Dios oculto, debéis reparar en tres cosas. Que existe, que se conoce. Que es la causa de que conozcamos las demás cosas.
San Agustín, Confesiones

San Agustín asimiló una compleja, aunque mística, filosofía y creó la teología cristiana básica.

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