Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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sábado, 2 de mayo de 2015

Análisis y Ciencia: la disolución de la síntesis medieval

A la altura del siglo XIV, los factores que iban a acarrear el ocaso de la Edad Media habían cristalizado. El crecimiento de las ciudades, el capitalismo y la nación-estado erosionaron la vida feudal, que finalmente se convirtió en una mera representación caballeresca, vacía de contenido. Inauguróse una durísima depresión económica. La población decayó. Aumentaron el crimen y la violencia. El golpe de gracia a la síntesis medieval lo asestó, probablemente, la peste negra de 1348, que se llevó a cerca de un tercio de la población europea, incluidos doctores de la talla de Guillermo de Ockham. La gente se volvió cínica y pesimista.
La Iglesia carecía de credibilidad y estaba desagarrada por el cisma, mientras que los predicadores populares cargaban las tintas en la condición pecaminosa del hombre y su indefensión ante Dios. Fue un período en que la confianza medieval en la capacidad del hombre para encontrar una explicación global del mundo en términos unificados se abandonó, reconociéndose los límites de la razón humana. Nos centraremos en dos movimientos intelectuales que rebajaron las pretensiones de la cosmovisión medieval: la Filosofía Analítica, que puso de manifiesto las limitaciones del conocimiento humano, y la Ciencia, que ofreció una alternativa a la concepción religiosa del universo.

1. El análisis y los límites de la razón
La mayoría de los filósofos medievales creían, al igual que los griegos, en el poder de la razón humana para conocer la Verdad eterna. Aún fueron más lejos al afirmar que la verdad de Dios y la verdad filosófica eran una sola cosa y podían ser sintetizadas, como en la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino. Semejante idea fue rechazada por algunos clérigos místicos, como San Bernardo de Claraval, quien negó que la filosofía pudiera decir algo sobre Dios, que sólo es cognoscible a través de la fe. Con todo, y pese a los místicos, la tendencia general del pensamiento anterior a 1300, favorecía el punto de vista griego.
La mayoría de los pensadores medievales se adherían a alguna forma de realismo, es decir, a la creencia en que los conceptos humanos universales corresponden a alguna Forma o esencia permanente, que los medievales concebían como una Idea en la mente de Dios. Este punto de vista fue sostenido por Platón, Aristóteles y Santo Tomás, con independencia de sus diferencias en otros aspectos. Unos pocos pensadores, llamados nominalistas, mantuvieron que los universales eran meros soplos de aire emitidos cuando articulamos nombres (de aquí, el rótulo de la escuela: "nominalismo"). Carecen de una realidad trascendente, no son sino conductas verbales. El nominalismo fue profesado por una reducida minoría de pensadores.
Pedro Abelardo 1079-1142
Fue el análisis del problema del conocimiento humano universal lo que condujo a los filósofos del siglo XIV a marcar límites estrictos a lo que el hombre podía conocer. El primer paso fue dado por Pedro Abelardo, el más grande filósofo medieval anterior al redescubrimiento de Aristóteles en la Alta Edad Media. Abelardo se percató de lo absurdo del enfoque realista-metafísico, que predica una cosa de otra cosa. Según los realistas, decir "Sócrates es un hombre" equivale a relacionar dos cosas, el individuo viviente "Sócrates" y la Forma celestial del hombre. Abelardo comprendió que hombre ha de considerarse como una etiqueta, o mejor aún como un concepto que aplicamos a algún individuo. Hombre es un concepto mental aplicado a "Sócrates", no una cosa separada o una Forma trascendente. Para Abelardo, los conceptos eran imágenes o etiquetas puramente mentales, de suerte que, cuando analizamos los universales, estamos analizando dichas entidades mentales, y no Formas eternas. La teoría de los universales de Abelardo era, pues, más lógica y psicológica que metafísica. Semejante posición queda caracterizada mejor con el nombre de conceptualismo, y fue precursora de los puntos de vista de Ockham.
Un aspecto interesante es que Abelardo fue atacado y, finalmente, declarado reo de herejía por su contemporáneo San Bernardo, por su excesiva curiosidad hacia Dios. Abelardo pensaba que era posible armonizar Filosofía y Teología; mientras que San Bernardo las veía como cosas necesariamente separadas. Lo irónico del caso es que los movimientos analítico y científico del siglo XIV adoptaron la posición de San Bernardo y no la de Abelardo, a pesar de que el conceptualismo de Abelardo y el de Ockham eran bastante similares. La innovación de Abelardo careció de influencia en su propia época, en parte debido a su condena, pero principalmente a causa de la aceptación del realismo abstractivo de Aristóteles por parte de filósofos posteriores como Santo Tomás de Aquino.
De esta suerte, en la Alta Edad Media se confiaba en que el conocimiento humano y la Verdad Divina estaban coordinados, y que los universales humanos se correspondían con las Ideas divinas. Guillermo de Ockham destruyó esta confianza. Planteó todo un nuevo conjunto de interrogaciones sobre las bases del conocimiento humano. Si los universales no reflejan las ideas divinas, y si descansan sobre el conocimiento de los individuos, ¿cómo justificar nuestro conocimiento y probar su verdad? Con anterioridad a Ockham, el conocimiento se daba por supuesto; a partir de su época, el conocimiento tenía que justificarse. Ahora los filósofos debían mostrar cómo se puede distinguir el conocimiento de la opinión, sin remitir a Dios o a las Formas.
Curiosamente fue la creencia de los filósofos del siglo XIV en la omnipotencia divina la que precipitó esta actitud crítica. Todo pensador cristiano tiene que creer que Dios es omnipotente, que Él puede cualquier cosa que no sea contradictoria en sí misma. En consecuencia, si uno está mirando un árbol, cabe la posibilidad de que Dios lo destruya, pero mantendría en uno la experiencia del objeto no existente. Si esto es así, es inevitable que los pensadores cristianos se planteen cómo podemos estar seguros de cualquier percepción, de cualquier elemento de conocimiento.
Este problema promovió una crítica concienzuda del conocimiento humano por parte de todos los filósofos del siglo XIV. El más interesante de todos ellos, el más emparentado con los empiristas ingleses del siglo XVIII, fue Nicolás de Autrecourt (1299-1369), un seguidor de Ockham. Como éste, no entendía la Psicología como una Metafísica, afirmando que sólo existen actos de entendimiento y volición, y no las facultades distintas del Entendimiento y de la Voluntad. Al igual que los atomistas que le precedieron y que los empiristas posteriores a él, Nicolás adujo que el conocimiento verdadero estriba en mantenerse tan próximo a las apariencias como sea posible. Todo lo que nos es dado conocer es aquello que nuestros sentidos nos dicen, de forma que el conocimiento se funda en la experiencia, y el mejor conocimiento es el que permanece más apegado a las experiencias. Inferir de la percepción sensorial formas, esencias o ideas divinas era, en su opinión, algo ilegítimo.
Nicolás de Autrecourt rechaza la posibilidad de una intervención divina para mantener la ilusión de la percepción, y basa el conocimiento en una hipótesis compartida con Ockham: la de que todo lo que se exterioriza como apariencia es verdadero. Esta creencia resulta imprescindible a cualquier teoría empirista del conocimiento, y Ockham la abrigó implícitamente. Al hacerla explícita, Nicolás tuvo que plantearse si estaba justificada, como 300 años más tarde lo hizo Hume. Nicolás llegó a la conclusión de que no podemos estar seguros de este presupuesto, sino sólo de que probablemente es verdadero, ya que parece más verosímil que la premisa contraria, según la cual toda apariencia es falsa. Nicolás no incurrió en un escepticismo a ultranza, pero le faltó poco.
Nicolás y otros elaboraron las complejidades de la teoría psicológica de los universales de Ockham, mediante un análisis profundo de los fundamentos del conocimiento humano. La búsqueda de una justificación del conocimiento humano del mundo externo ha proseguido desde entonces y constituye un problema básico para cualquier psicología cognitiva.
El enfoque innovador de Ockham tuvo también otra consecuencia, que posiblemente haya sido el factor de mayor incidencia revolucionaria en el pensamiento humano desde el racionalismo griego. Al disgregar la fe y la razón y al limitar el conocimiento humano a este mundo, excluyéndolo del más allá, Ockham destruyó la Teología, a la que negó el estatuto de ciencia. Nadie después de él, salvo la figura de transición de la Edad Media al Renacimiento que fue Nicolás de Cusa, volvió a intentar sintetizar el conocimiento divino y el humano. La Teología se convirtió en un empeño vacío, si se la compara con el estudio de lo manifiesto, de la Naturaleza, en una palabra, con la Ciencia.

2. Fundamentos medievales de la ciencia moderna

No vamos a analizar los milagros de Dios; lo que tenemos que hacer es analizar lo que es natural con un procedimiento natural.
Sigerio de Brabante (1240-1282)

La Ciencia ha desplazado a la Religión como pieza central del mundo moderno. El conocimiento científico se toma como modelo de todo conocimiento. Los inicios de esta tendencia son evidentes en Guillemo de Ockham y Nicolás de Autrecourt, quienes nos invitan a estudiar los hechos manifiestos, más que la mente divina. Dio así comienzo, en la Edad Media, la revolución científica, que habría de reconstruir de nueva planta la imagen que la humanidad tenía de sí misma y del mundo. 
La fecha divisoria que marca el final de la Edad Media es el año 1277. En dicha fecha, la Iglesia condenó a la escuela de pensadores de la Universidad de París, capitaneada por Sigerio de Brabante, que fue demasiado lejos en su aceptación del naturalismo aristotélico, en lugar del dogma cristiano. Algunas de las doctrinas condenadas eran defendidas por Santo Tomás de Aquino. La Iglesia se consideraba desafiada por el aristotelismo, ya que éste implicaba una explicación no cristiana, naturalista y completa de la Naturaleza que no dependía de la palabra divina. Santo Tomás luchó por reconciliar a Cristo con el Filósofo, pero la Iglesia no aceptó su síntesis hasta que no se reveló como algo imprescindible para la supervivencia misma de la Iglesia en la Edad Moderna. La primera reacción de la Iglesia consistió en rechazar a Aristóteles y restringir la difusión de sus obras. Probó a conseguirlo en 1210, 1231 y 1272. Sin embargo, a pesar de sus intentos, los aristotélicos convencidos siguieron dándose cita en la Universidad de París, y a la Iglesia le resultó finalmente imposible tolerarlos: fulminó su condena contra ellos y Sigerio fue arrestado (moriría a manos de un loco mientras estaba detenido en Roma). Con posterioridad, los filósofos naturalistas fueron víctimas de ataques periódicos. Nicolás de Autrecourt se vio forzado a retractarse y a quemar sus propias obras. 
Es en este clima cuando Sigerio, y tras sus pasos otros, como Ockham, empiezan a separar los dominios de la fe y de la razón. Sólo afirmando que ambos eran independientes, que el uno no coincidía sobre el otro, cabía defender que el naturalismo era inofensivo para el cristianismo. Fue un ardid que fracasó en el Islam, donde la Filosofía y la Ciencia, tras un comienzo prometedor, fueron extirpadas. Europa, sin embargo, con su enjambre de naciones y reyes, resultaba demasiado heterogénea para sucumbir a la represión dogmática. El análisis del conocimiento de Ockham acertó a separar con éxito la Razón de la Revelación. Pero precisamente porque la Revelación no era algo susceptible de conocimiento por la Razón, los espíritus se volvieron hacia el estudio del mundo natural, y la religión llegó a ser cada vez menos importante para los intelectuales europeos, hasta que, en la Europa de la Ilustración, la Revelación fue rechazada abiertamente y se adoptaron posturas deístas o ateas.
El resultado inmediato de las ideas de Ockham en el siglo XIV fue un interés redoblado por la Ciencia. Las preocupaciones científicas se habían, de hecho, dejado sentir antes de dicho siglo. Podemos remontar la actitud científica moderna de Roberto Grosseteste (1168-1253) y Roger Bacon (1214-1292), ambos franciscanos ingleses, como Guillermo de Ockham. Tanto Grosseteste como Bacon realizaron experimentos en óptica, como resultado de su creencia platónico-agustiniana en la primicia de la luz sobre todos los elementos del mundo. Asimismo, uno y otro destacaron el papel de las matemáticas para conseguir una comprensión de la Naturaleza. Esta idea es de suma importancia, ya que la matematización ha constituido la piedra angular de la Ciencia desde Galileo hasta Einstein, pasando por Newton. Kant llegaría a negar a la psicología un estatuto científico en parte porque creía que la mente no podía ser estudiada matemáticamente.

Estatua de Roger Bacon, Museo Natural de Oxford
Roger Bacon es interesante por varias razones más. Ridiculizó a aquellos que basaban las ideas en la autoridad más que en la experiencia. En consonancia con esta creencia sintió veneración por la tradición artesana medieval, llena de vida. Incluso en la primera Edad Media, se realizaron importantes progresos técnicos en relación con el mundo antiguo, y esta tradición tecnológica tuvo continuación. La tecnología y la artesanía son de signo empírico y práctico, ya que en ellas el valor se sitúa en lo que se ve que funciona, y no en lo que las autoridades afirman que es verdad, como ocurre en la filosofía escolástica. Bacon supo valorar este punto de vista práctico, y basó su empirismo en él. Al conjugarlo con su énfasis en las matemáticas, Bacon marcó el camino al futuro newtoniano, en el cual el universo se representa como una máquina divinamente construida, en lugar de como una serie de emanaciones divinas. En el siglo XVIII la concepción mecanicista del universo fue aplicada a la Humanidad, para acabar siendo incorporada a las teorías de la conducta propias de los sistemas conductistas y del procesamiento de la información.
Bacon también practicó la alquimia. Aunque casi siempre se les suele presentar como ingenuos buscadores de la piedra filosofal para fabricar oro, los alquimistas fueron los únicos experimentadores sistemáticos antes de Galileo. La alquimia no fue sino química preparadigmática; se la debe criticar, no tanto por sus objetivos, como por su ausencia de una estructura teórica consistente. La fundamental actitud empírica de los alquimistas resultaba válida y científica.
Una posición compartida por Bacon y Grosseteste, y que los define como típicamente medievales, fue su deseo de armonizar la fe y la ciencia. Sus investigaciones tomaron vuelo a partir de sus convicciones religiosas; su óptica, por ejemplo, se derivaba de creencias metafísicorreligiosas en torno a la luz. A partir de Ockham, sin embargo, los científicos medievales empezaron a tomarse cada vez menos en serio las pretenciones de la Religión y a afirmar las pretensiones de la Ciencia con más fuerza.
Esta nueva actitud aflora en Juan Buridán (1300-1358) y Nicolás de Oresme (1320-1382), los más destacados físicos-clérigos del siglo XIV. Ambos trabajaron en el problema del movimiento, y Oresme estuvo a punto de formular la ley de inercia. Con ello desafiaron la autoridad de Aristóteles y prepararon el terreno para Galileo. También arguyeron que la Tierra rodaba, contrariamente a la creencia dominante en que la Tierra carecía de movimiento y en torno a ella giraban las estrellas, la Luna y los planetas, cada uno de los cuales era empujado por un ángel. Hicieron notar que la experiencia no respalda la creencia heredada de que la Tierra permanece inmóvil en el centro del universo. Creían en el poder de las matemáticas y en la posibilidad de alumbrar una concepción mecanicista del universo.
Habían de transcurrir casi 200 años antes de que las obras de Buridán y Oresme diesen fruto. Fue un largo paréntesis, durante el cual la ciencia no progresó. Mientras la sociedad medieval se desplomaba por obra de la depresión económica, la peste negra y el fin del feudalismo, no quedaba margen para la Ciencia, y ni siquiera los humanistas del Renacimiento concedieron valor a la investigación científica abstracta. Le estaba reservado a Galileo fundar la Física moderna. Además, el empirismo postockhamiano escondía una paradoja importante. Aunque según Ockham todo conocimiento general hundía sus raíces en la experiencia particular, los científicos medievales del siglo XIV no aplicaron sus teorías físicas a los datos experimentales. Más bien prefirieron razonar a partir de la experiencia cotidiana, a partir de las apariencias (lo manifiesto) de Nicolás de Autrecourt. Fueron, en suma, demasiado empiristas para hacer buena ciencia, ya que intentaron teorizar todos los aspectos del mundo, tarea imposible. Galileo adoptó una concepción más platónica de la experiencia: aisló los aspectos cruciales de la realidad para investigarlos experimentalmente. Comprendió, cosa que no hicieron los empiristas del siglo XIV, que la Ciencia se construye a partir de un tratamiento selectivo e idealizado, y no omnicomprensivo, de la experiencia.
Tal es la contribución medieval a la Filosofía, la Ciencia y la Psicología. Ciertamente no nos es posible reconocer el mundo medieval como algo afín, ya que fue profundamente religioso y fomentaba una mentalidad simbólica. El espíritu medieval se centraba en Dios y en la verdad universal, y no en la Naturaleza o la experiencia individual. Esta orientación religioso-simbólica empezó a cambiar en el siglo XIV, abriendo una crisis intelectual que ayudó al alumbramiento consciente de la concepción moderna del mundo propia del Renacimiento. Gracias a pensadores radicales como Ockham y Nicolás de Autrecourt, y a que el sistema feudal había dejado de ser viable, la sociedad y la vida del espíritu tuvieron que reorganizarse sobre una nueva base: el mundo capitalista individualista con el que estamos familiarizados.  
  
  

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