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domingo, 31 de mayo de 2015

La Revolución Científica

Los dos siglos posteriores a 1600 fueron literalmente revolucionarios. El período se abre con la Revolución Científica del siglo XVII y se cierra con las revoluciones políticas de la América colonial y en la Francia monárquica. Las revoluciones científicas y filosóficas sentaron las bases de la revolución política. Desde una perspectiva histórica amplia, dichos siglos fueron testigos de la cristalización del mundo occidental tal como hoy día le conocemos. Las incipientes naciones-estado del Renacimiento empezaron a consolidarse gracias a tiranos de talante más o menos ilustrado, como Luis XIV (1638-1715) de Francia y Federico el Grande (1712-1786) de Prusia. Las ideologías de la libertad y la revolución, que forman parte tan principal de la política moderna, fueron formuladas por vez primera por los filósofos de la Época de la Ilustración. La moderna economía industrial y el capitalismo se gestaron en la Revolución Industrial de la Inglaterra de fines del XVIII.
De todos estos cambios cabe abstraer una tendencia general, de enorme importancia para la Psicología. Para el pensador medieval o renacentista, el mundo era un lugar relativamente misterioso, organizado según una gran jerarquía, que iba de Dios al mundo material, pasando por el hombre, en donde cada acontecimiento tenía un significado especial. El mundo era profundamente espiritual. En el siglo XVII esta concepción se vio atacada y sustituida por otra: la científica, matemática y mecanicista. Los científicos de la Naturaleza demostraron la índole mecánica de los fenómenos celestes y terrestres y, en consecuencia, de los cuerpos de los animales. Por último, el enfoque mecanicista fue extrapolado al hombre mismo. De esta suerte, las disciplinas que se ocupaban del estudio de la Humanidad, desde la Política a la Psicología, podían quedar sujetas al método científico, y resultaba legítimo buscar leyes naturales tanto en la mente humana como en los cielos. Hacia 1800 era general la creencia en que el universo, así como la humanidad, constituían máquinas sometidas a leyes naturales. En este proceso, la antigua concepción del mundo y de su relación con la humanidad como una trama de símbolos de significado místico se volatilizó.

La Revolución Científica eclipsa todo lo posterior al ascenso del cristianismo y reduce al Renacimiento y la Reforma al rango de meros episodios, de simples desplazamientos internos en el sistema de la cristiandad medieval.
Butterfield (1965)

No cabe duda de la importancia de la Ciencia en el mundo moderno, y ninguna Historia de Occidente -y en especial ninguna Historia de la Ciencia- puede pasar por alto la Revolución Científica, aunque la Psicología no forma parte de esta revolución. El resultado de tal revolución es incuestionable. Supuso desplazar la Tierra del centro del universo, e hizo de éste una gran máquina, totalmente independiente de los sentimientos y necesidades del hombre. Destronó las actitudes filosóficas de la escolástica y la esotérica mentalidad mágica de la alquimia, sustituyéndolas por una investigación pública de regularidades matemáticamente exactas y confirmables por experimentos. Asimismo, propuso que el hombre podía mejorar su suerte mediante la aplicación de la razón y el experimento, más que por la oración y la devoción. Sin embargo, las raíces de la revolución científica y sus métodos de avance se debaten en un confusionismo lamentable, empeorando cada vez más esta situación con cada nueva aportación de la investigación histórica.
Resulta harto cómodo escribir la más temprana historia de la Ciencia como si se hubiera tratado de una progresión gradual y sin pausa hacia la ciencia moderna, en la que los grandes precursores científicos y materialistas habrían rechazado la superstición y la alquimia en favor de las matemáticas, el experimento y el mecanicismo. Empero, tan ejemplarizante historia no se mantiene ya en pie. Lejos de rechazar la alquimia, Newton le consagró más tiempo que a la Física. Algunos de los Padres de la Iglesia Católica consideraron que el mecanicismo vindicaba a Dios, en lugar de destruirle. Galileo estuvo fuertemente influido, al igual que Newton, por el neoplatonismo renacentista, y se inspiró en los filósofos medievales para muchas de sus ideas científicas.
Francis Bacon puede ser elegido como una figura adecuada para ilustrar los torbellinos de controversia en torno a la formación de la ciencia moderna. A Bacon se le considera, convencionalmente, como una de las grandes figuras de la ciencia primitiva, debido a su rechazo de la escolástica, de Aristóteles, del neoplatonismo místico y de todas las otras formas de autoridad heredada y preconcebida. En su lugar, Bacon encareció la autoridad de la observación frente a todo tipo de hipótesis, prefigurando el posterior menosprecio de Newton hacia la especulación. Bacon fue también importante para llamar la atención sobre el valor de la artesanía y la tecnología. El artesano opera directamente sobre el mundo y no tiene sitio para hipótesis superfluas, de suerte que su sabiduría puede servir como modelo para la ciencia y como instrumento para el perfeccionamiento de la Humanidad. Bacon es, en consecuencia, moderno por apelar a la observación y a la aplicación como ingredientes básicos de la ciencia.
Sin embargo, Bacon resultaba a ratos un conservador un tanto aristotélico. No aceptaba el sistema cosmológico heliocéntrico de Copérnico, porque era demasiado hipotético y matemático. Del mismo modo, rechazó la física de Galileo, porque Galileo estudiaba el movimiento ciñéndose a unas pocas variables tratadas matemáticamente. Como Aristóteles y los científicos medievales, Bacon sentía una gran desconfianza hacia las matemáticas y quería explicar todos los aspectos de cada fenómeno. Se ha alegado también que, a pesar de sus ataques a la magia y la alquimia, el deseo de Bacon de que la ciencia sea útil deriva de las metas prácticas de la alquimia, a saber, de la transmutación del plomo en oro. De hecho, Thomas Kuhn ha argüido que Bacon queda totalmente fuera de la Revolución Científica. Las únicas ciencias que experimentaron una revolución durante el siglo XVII fueron las ciencias "clásicas" y ya matematizadas de la Astronomía y la Física, por las que Bacon no sintió el menor interés. Sitúase, en cambio, a la cabeza de las ciencias más puramente empíricas, como la Química, que no fueron matematizadas hasta el siglo XIX.
La erudición histórica actual ha demostrado que no sólo Bacon, sino cada figura de la Revolución Científica, es susceptible de presentarse como moderna o medieval, y -con escasas excepciones- como crucial o trivial.

Galileo Galilei
Debemos concluir que la Revolución Científica exigió mucho tiempo y que ninguna figura aislada puede pretender el título de portavoz a carta cabal de la ciencia moderna. Cabe fechar el comienzo de la revolución en 1454, con la publicación de la Revolución de las órbitas celestes, de Copérnico, quien proponía que el Sol, y no la Tierra, era el centro del sistema solar. Con todo, la física de Copérnico era aristotélica, y su sistema no contaba con más apoyo en los datos que el viejo sistema tolomeico, aunque algunos consideraran atractiva su simplicidad. Galileo Galilei (1564-1642) fue el portavoz más efectivo del nuevo sistema, apuntalándolo con su nueva física, que permitió dotar de sentido a la propuesta heliocéntrica, y aportando pruebas telescópicas de que la Luna y otros cuerpos celestes no eran más "celestiales" que la Tierra. Sin embargo, Galileo, como Copérnico, no pudo abandonar el viejo presupuesto griego de que el movimiento de los planetas tenía que ser circular, a pesar de que su amigo Johann Kepler (1571-1630) demostró que las órbitas planetarias eran elípticas. La unidad definitiva de la física celeste y terrestre, y la victoria final de la nueva cosmovisión ancida de la ciencia, se produjo con los Principia Mathematica, de Newton, publicados en 1687.
Las leyes del movimiento de Newton colocaron la clave del arco en la idea de que el universo era una gran máquina. La analogía con la máquina había sido propuesta por Galileo y René Descartes, y rápidamente se convirtió en una concepción popular del universo. Originalmente, fue planteada como un apoyo a la religión contra la magia y la alquimia: Dios, el maestro ingeniero, había fabricado una máquina perfecta y la había echado a funcionar. Los únicos principios operativos eran, por tanto, mecánicos, y no secretos: las maquinaciones mágicas no pueden afectar a las máquinas. Empero, implícita en la concepción mecanicista se halla la posibilidad de que Dios esté muerto y que haya legado tras de sí un universo frío e impersonal. El propio Newton parece haber sospechado esto, ya que en su propia concepción mecanicista del mundo persisten varias imperfecciones, que requieren que Dios se mantenga presente, activo y vigilante para garantizar que las cosas funcionen sin tropiezos. Desgraciadamente para Dios, su imagen de Mecánico Remendón del Cosmos, que se afana de un lado para otro con el fin de mantener a los planetas en el buen camino, resulta absurda. El mecanicismo, más consecuente, de Descartes y Galileo triunfó, respaldado por la física de Newton. Este punto de vista fue de consecuencias fatales para la vieja concepción medieval de Dios como ser siempre presente que se manifiesta a sí mismo en signos y portentos.
Dos importantes concepciones del conocimiento se disociaron en el siglo XVII, con implicaciones que más tarde se revelarían decisivas para la Psicología. ¿Debía la ciencia ser pura y abstracta, o aplicada y útil? La vieja tradición platónica respaldaba la primera concepción: en palabras del platónico Henry More, el valor de la ciencia no debe medirse por "la ayuda que os puede procurar a vuestra espalda, cama y mesa". Wundt y Titchener defendieron este punto de vista para la Psicología. En el siglo XVII, sin embargo, se desarrolló una tradición según la cual la ciencia tenía que ser útil, tradición que halló su más vigoroso exponente en Bacon, aunque no esté claro si su inspiración procedía de la magia, de la tradición artesanal o del celo puritano por las buenas obras. En el siglo XVIII esta segunda tradición estaba ya firmemente afianzada en Inglaterra y Norteamérica, orientándose progresivamente hacia el antiintelectualismo. William James defendió esta orientación en Psicología.
Durante la Revolución Científica emergió una importante distinción epistemológica, que venía a reavivar una vieja idea atomista. Algunas cualidades sensoriales de los objetos son fácilmente mensurables: su número, peso, tamaño, figura y movimiento. Otras, en cambio, no lo son: el color, la textura, el olor, el sabor o el sonido. Si la ciencia ha de ser una empresa cuantificable y matemática, como anhelaban Galileo y Newton, entonces sólo puede tratar con el primer tipo de cualidades, llamadas cualidades primarias, que los atomistas habían atribuido a los átomos propiamente dichos. Estas cualidades objetivas deben contraponerse a las cualidades secundarias subjetivas, que existen sólo en la percepción humana y constituyen el resultado subjetivo del impacto de los átomos en los sentidos. Así, por ejemplo, el color es una propiedad secundaria, ya que las personas totalmente daltónicas ven todo como gris. El color es una propiedad de la respuesta de la visión a las ondas luminosas, y no una realidad intrínseca al objeto coloreado.
La Psicología se fundó como un estudio de la conciencia y, por tanto, incluyó en su objeto todas las propiedades sensoriales. Sin embargo, cuando los conductistas se rebelaron contra la psicología introspectiva, se adhirieron con pleno conocimiento de causa al modelo de la Física, considerando que el objeto de conocimiento de la Psicología era la conducta, es decir, el movimiento de un organismo en el espacio. La conducta, como el movimiento, es una cualidad objetiva y primaria. Tales cualidades primarias, así al menos lo creían los conductistas, siguiendo los pasos de Newton y Galileo, eran los únicos datos adecuados para la ciencia. La subjetividad fue desterrada, primero de la Física en el siglo XVII, y más tarde de la Psicología, en el XX.
Es imposible subestimar el cambio en la concepción del mundo forjado por la Revolución Científica. La Ciencia proporciona las bases de casi todo el pensamiento del siglo XX, desde la ciencia política a la Filosofía o la Física. Ha puesto en manos del hombre una poderosa tecnología, que ha cambiado la faz de la Tierra y ha llevado al hombre a la Luna. La Psicología, en cuanto ciencia, llegó tarde al tren de la Revolución, pero ello no impidió que quedase afectada por los presupuestos del mecanicismo, progreso tecnológico y objetividad. Es debido a la Revolución Científica por lo que la cosmovisión medieval-renacentista nos resulta en la actualidad tan ajena.

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