Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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viernes, 15 de mayo de 2015

Renacimiento y Reforma (1453-1600)

1. El Renacimiento

Qué obra maestra es el hombre, cuán noble en razón,
qué infinito en talento,
en forma y movimiento qué admirable y elocuente,
cuán parecido a un ángel en acción,
en comprensión qué parecido a un dios,
belleza del mundo, dechado de los animales.
Shakespeare, Hamlet

La idea de Edad Media fue un invento del Renacimiento. Los pensadores renacentistas dividieron la historia del mundo en tres edades: el período clásico de Grecia y Roma, que se consideraba la Edad de Oro de la Filosofía y del Arte; una Edad Media de ignorancia y superstición, que era la Edad Oscura; y la tercera edad, su propia época. El Renacimiento fue un período plenamente consciente de su "modernidad", que se consideró a sí mismo en ruptura total con el pasado. Semejante juicio se ha visto corroborado por el historiador alemás Jakob Burkhardt, quien definió el Renacimiento como un período especialmente creativo y crucial para la formación de la sociedad contemporánea.
Desde entonces, los historiadores han venido cuestionando la aceptación por parte de Burkhardt de la valoración que de sí mismo hizo el Renacimiento. En la actualidad se destaca la continuidad con la Edad Media y los historiadores hablan de un renacimiento carolingio y de un renacimiento en el siglo XII. Se ha llegado a la evidencia de que la sociedad occidental ha venido renovándose desde el año 1000 d.C., si no desde antes.
Sin embargo, y aun después de tener en cuenta todo lo dicho, no cabe duda de que algo históricamente nuevo irradia del Renacimiento. Basta con comparar una pintura de Leonardo Da Vinci o de Miguel Ángel con cualquier obra medieval para apreciar la diferencia; entendemos con mucha más facilidad a Shakespeare que a los autos medievales. El Renacimiento nos da entrada al mundo moderno.
No es fácil concretar la cronología del Renacimiento. El punto de partida tradicional suele fijarse en 1453, cuando cayó Constantinopla y sus eruditos, que hablaban griego, huyeron a Occidente, que únicamente conocía el latín. Sin embargo, sería más exacto situar el comienzo del Renacimiento alrededor del 1300 en Italia. El primer hombre renacentista fue Francesco Petrarca (1304-1374), conocido sobre todo en la actualidad como poeta, pero que también se mostró activo en las esferas típicamente renacentistas de la erudición clásica, la educación y la historia. El Renacimiento llegó a su culminación en Italia alrededor del 1500, fecha en la cual ya se había difundido por el norte de Europa. Aunque el Renacimiento supone el comienzo de la historia moderna, comparte su concepción del mundo con la Edad Media, concepción que comienza a ser erosionada por la Reforma y que se deshace con la Revolución Científica en torno al 1600.
La naturaleza del Renacimiento es en extremo esquiva. Apenas contribuyó a la Filosofía: no hubo un filósofo de primer orden entre Ockham (muerto en 1349) y Descartes (nacido en 1596). Existen serias dudas acerca de sus aportaciones a la Ciencia, de la que los pensadores renacentistas no sabían qué hacer. Sus realizaciones más permanentes se dieron en el arte y en la política, corriendo a cargo de hombres como Shakespeare, Leonardo Da Vinci y Maquiavelo.
Lo más importante del Renacimiento consistió en la profunda modificación de valores que solemos denominar humanismo. Se trata de una palabra utilizada en exceso en el siglo XX; si todo el mundo es humanista, nadie lo es. Resulta preferible definir el humanismo, en nuestro contexto presente, por su secularización de la vida. En todas las esferas, el pensamiento fue centrándose cada vez más en el hombre y cada vez menos en Dios, aunque la religión nunca se abandonase, dominando la Reforma en el siglo XVI sobre todas las demás cosas.
Esta secularización tuvo unos comienzos modestos en la creciente reivindicación de los clásicos iniciada por Petrarca. Humanismo significó originariamente la recuperación del pensamiento clásico y su aplicación a los problemas humanos contemporáneos. La recuperación del pasado se inició en el siglo XII, aunque su ritmo se aceleró en el siglo XIV, modificándose su perspectiva. La primera y más evidente contribución de los esfuerzos humanistas radicó en la recuperación misma de los obras clásicas. La obra de Platón, por ejemplo, se conoció por primera vez en su integridad. Los eruditos del Renacimiento se aplicaron asimismo a editar los trabajos, separar el texto del comentario, atribuir a cada autor el tratado correcto, y descubrir las falsificaciones.
Lo que el erudito renacentista deseaba era comprender el espíritu de cada escritor clásico en sí mismo y en su propio contexto histórico. Nos hallamos aquí ante la primera manifestación de la secularización de la filosofía y de una importante postura renacentista, con la que no habíamos tropezado desde los sofistas: que la verdad tiene muchas perspectivas. Los filósofos medievales se aferraban a una única verdad, conocida a la perfección por Dios, y que es obligación de los humanos buscar. Aunque recurrieron a los clásicos, los filósofos medievales no querían comprender a Platón o Aristóteles a título de pensadores individuales. Querían descubrir la verdad de Dios en los escritos de la Antigüedad. Por ello, la fidelidad textual carecía de importancia, ya que daba lo mismo que las palabras fuesen las del autor original o las de un comentador posterior, con tal que la palabra de Dios pudiera ser descubierta.
Los humanistas del Renacimiento buscaban más la verdad humana que la divina. Querían conversar con los antiguos (a quienes dirigían cartas) y no rebuscar en sus obras para hallar apoyo a la revelación.
Aunque los humanistas creían en Dios y la verdad, consideraban que la verdad es susceptible de ser percibida en un sinfín de maneras, desde muchas perspectivas individuales. Durante la Reforma, el humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536) se aferró a esta idea, a pesar del fanatismo parigual de protestantes y católicos. Se negó a comprometerse con ninguno de ambos bandos, a despecho de su simpatía inicial por Lutero, lo que le acarreó el anatema de ambas partes.
Esta descentralización de Dios al hombre se manifestó en numerosas esferas de la vida. El Estado empezó a resistirse cada vez más a las pretensiones temporales del Papa al poder secular. La educación superior acabó por abrirse al pueblo laico, y no sólo a los clérigos. Incluso algunos movimientos religiosos fueron, a veces, dirigidos por seglares.
Lo que vislumbramos en los humanistas del Renacimiento es una figura con que nos tropezamos por última vez en Grecia: la del sofista. Como los humanistas, los sofistas eran educadores prácticos, interesados más por las perspectivas individuales que por las verdades divinas. La creencia más importante de los sofistas era que la humanidad es la medida de todas las cosas. Los humanistas no podían llegar tan lejos sin abandonar el cristianismo, cosa que ninguno hizo, aunque estuviera cerca de ello. Los seres humanos fueron situados en el centro de la creación de Dios, como señores de la Naturaleza y semejantes en inteligencia a los ángeles e incluso al propio Dios. Se aprecia un optimismo sobre las potencialidades de la persona y una fe en sus facultades que distinguen a los humanistas de sus predecesores medievales.
Cabría pensar que en una época que glorificaba a los hombres tendría que haberse producido un aluvion de estudios psicológicos, pero tal cosa no ocurrió. Los autores escribieron para exaltar a la Humanidad, para establecer el lugar justo de los hombres en la Naturaleza, pero no los estudiaron. Incluso el filósofo de mayores inclinaciones científicas de todo el Renacimiento, Sir Francis Bacon, se limitó a modificar las psicologías de las facultades de la Edad Media.
Así como no se produjo avance alguno en la Psicología durante el Renacimiento, tampoco hubo progreso filosófico. Los humanistas se concentraron en las necesidades humanas, más que en la filosofía abstracta. La otra vena del pensamiento renacentista, el platonismo, sintonizó más con los medievales, aunque tampoco consiguió crear nada nuevo en Filosofía. La contribución del Renacimiento al pensamiento occidental fue, sobre todo, una actitud -el humanismo- y no tanto una Filosofía o una Psicología coherentes.
No obstante, debemos destacar tres notas, relacionadas entre sí, que anuncian la época postrenacentista. De suma importancia para la Psicología fue el mecanicismo fisiológico, la tendencia a considerar el cuerpo como una máquina. Esta idea se aprecia claramente en Leonardo Da Vinci, un agudo observador de la anatomía humana y animal. El Renacimiento fue también una época en la que se reanudó la investigación médica y la disección. Conforme fue creciendo a través de los años el conocimiento fisiológico, la actitud mecanicista se intensificó, hasta que el mecanicismo se extrapoló lógicamente al cerebro y, de aquí, al pensamiento humano.
Giordano Bruno
La segunda novedad precursora es lo que el Renacimiento denominó la Filosofía de la Naturaleza. Los filósofos de la naturaleza reavivaron el hábito griego de especular acerca del universo. No fueron científicos, pero sí estuvieron influidos por la ciencia, en especial por Copérnico, así como por las tradiciones mágina y alquimista. El más importante de ellos, Giordano Bruno (1548-1600), especuló con la idea de que había un sinfín de sistemas solares además del nuestro, y que en ellos podía encontrarse vida. Semejantes especulaciones naturalistas llevaron a Bruno a la pira. Hombres como éste son figuras de transición. Eran medievales en cuanto que practicaban la especulación pura, pero señalaron el camino a la revolución científica en virtud de su interés por la Naturaleza con preferencia a Dios.
En las obras de Sir Francis Bacon (1561-1626) descubrimos el tercer aspecto en que el Renacimiento prefigura el mundo moderno: los primeros pasos del empirismo inglés. Resulta llamativo que Bacon muriera de una pulmonía contraída mientras rellenaba un pollo de nieve para estudiar los efectos de la refrigeración. Según él, la filosofía debía investigar la Naturaleza con procedimientos totalmente naturalistas y mecanicistas. Pensaba que el estudio científico tenía que ser completamente inductivo, es decir, que se debían acopiar cuidadosamente los datos sin guiarse por ninguna hipótesis sesgadora, hasta que fuese posible, con la mayor de las precauciones, establecer alguna generalización sencilla. Aunque la ciencia no siguiese de hecho este camino de estudio, como lo habría de demostrar Galileo, Bacon estaba formulando de nuevo la tesis fundamental sobre la que descansa el empirismo: la primacía de la experiencia sobre la razón. Puede decirse que Bacon murió por ser consecuente con esta idea.

Francis Bacon
2. La Reforma
Aunque la Reforma queda fuera del alcance de la Historia de la Psicología, no podemos despedirnos del siglo XVI sin hacer una referencia a ella. Oficialmente dio comienzo en 1517, cuando Martín Lutero clavó sus 99 tesis en la puerta de la Catedral de Wittenberg, desafiando a la jerarquía católica. Sin embargo, la inquietud religiosa flotaba ya en el ambiente, y se agitaban otros rebeldes, muchos de ellos bastante más radicales que Lutero desde el punto de vista social. 
La Reforma enfrentó a San Agustín con Santo Tomás de Aquino. Lutero anhelaba una religión personal e intensamente introspectiva, una religión agustiniana, que restara importancia a lo ritual, al sacerdocio y a la jerarquía. La respuesta católica consistió en hacer de la filosofía de Santo Tomás el dogma oficial, al que todos los creyentes debían prestar su adhesión.
La Reforma dividió a Europa en dos bandos contendientes y acentuó la intolerancia. Libráronse guerras sangrientas en un inútil intento por extinguir a los protestantes, quienes se defendieron con éxito. Ambas partes estaban convencidas de que quien no comulgaba de todo corazón con ellas estaba en contra de ellas, y la víctima de este estado de ánimo fue el pensamiento desapasionado. Los filósofos se vieron cogidos entre dos fuegos; en el siglo XVII las acusaciones de herejía acosaron a Descartes y Spinoza, y la obsesión protestante por volver a situar a Dios en el centro socavó el humanismo renacentista.

3. El fin del Renacimiento
Con toda su creatividad, el Renacimiento fue una época de tremenda dislocación social, de miseria y de angustia. Lynn White (1974) ha escrito que el Renacimiento fue "la época de mayor trastorno psíquico de la historia europea". La Guerra de los Cien Años, y más tarde la Guerra de los Treinta Años, hacían furor en Europa, llevando la destrucción a gran parte de Francia y Alemania, conforme los ejércitos mercenarios luchaban alternativamente unos contra otros y saqueaban el país cuando no se les pagaba. La peste negra, que estalló en 1348, había, para 1400, reducido la población europea a su mitad. Hambrunas tremendas empezaron a hacer presa de Europa a partir del siglo XIV. La sífilis traída de América por Colón asoló el viejo continente. La Iglesia estaba sumida en la corrupción, y el orden feudal se desmoronaba a su vez.
La vida cotidiana reflejaba la angustia generada por esta tensión. Europa estaba obsesionada por la muerte. Celebrábanse meriendas a la sombra de los cadávares putrefactos de los ahorcados, nació el fantasma del Terrible Segador, se buscaban chivos expiatorios, las turbas atacaron a los judíos y a las brujas... Al tiempo que la humanidad era glorificada por los humanistas, la mortalidad y el sufrimiento humanos alcanzaban nuevas cotas de deterioro, y el lado sombrío de la naturaleza humana se ponía de manifiesto por doquier.
Las postrimerías del siglo XVI fueron una época de duda y escepticismo. Michel de Montaigne (1533-1592), pensador humanista, escribió:

Michel de Montaigne
De todas las criaturas, el hombre es la más miserable y frágil, y pese a ello, la más arrogante y desdeñosa.

Los humanistas hacían del hombre el modelo de los animales, con un intelecto singular y cuasi divino. Montaigne niega en este fragmento la singularidad de los hombres. Éstos no son los señores de la creación, sino una parte de ella; no son animales superiores, sino que se miden por el mismo rasero que éstos. Los animales poseen conocimiento, lo mismo que los hombres. Afirma Montaigne que la razón es un débil junquillo sobre el que sustentar el conocimiento, y postula en su lugar la experiencia. Pero ello no es óbice para que a renglón seguido se aplique a demostrar cuán engañosos e indignos de confianza son los sentidos. Montaigne destrona a los hombres del lugar especial donde los habían situado los pensadores medievales y renacentistas. Esta concepción tuvo una larga descendencia, hasta culminar en Darwin, Freud y Skinner.  
Montaigne apuntaba hacia el futuro, hacia una teoría escéptica y naturalista de la humanidad y del universo. De hecho, Montaigne estaba negando la legitimidad de la concepción del mundo hegemónica en Europa desde la época clásica. Pulida y acendrada en la Edad Media y el Renacimiento, habría, a la larga, de ser destruida y reemplazada por la Ciencia y por una filosofía cada vez más secularizada.
No pasaría mucho tiempo antes de que Galileo demostrase que el mundo ha de ser comprendido, no mediante el descifre de signos, como en el lenguaje, sino por la aplicación de las matemáticas, que trascienden de la observación concreta.
Poco después de 1600 la Revolución Científica inició su despegue bajo la égida de Kepler, Galileo, Newton y otros. Todos ellos incorporaron al estudio del mundo una nueva concepción de éste como una gran máquina, comprensible a través de simples leyes mecánico-matemáticas. En el siglo XIX la analogía mecanicista derroca la visión angélica de la razón humana y mecaniza la psicología.
A su vez, los filósofos intentaron ignorar las enseñanzas de la Iglesia y de los filósofos clásicos, buscando la verdad sin el impedimento de las confusiones del pasado. Pero el dualismo clásico de racionalismo y empirismo volvió a reafirmarse. En Francia, Descartes encontró la fuente de la verdad en su propia razón innata, poniendo así las bases del racionalismo moderno. En Inglaterra, Locke descubrió la verdad en la observación imparcial, y de esta forma cimentó el empirismo moderno. Hacia 1800, ambos sistemas habían desembocado en absurdos casi idénticos y Kant intentó una síntesis, sólo parcialmente lograda. 

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