El poder político, a diferencia de otras formas de poder como el físico, el militar o el religioso, tiene dos características constitutivas: coacción y legitimidad. El poder político es un poder coactivo, porque es una capacidad que tienen los gobernantes para coaccionar a los gobernados mediante el uso de la fuerza. Por eso el poder político no es sólo una potestad o capacidad "para hacer", sino una capacidad "para que las cosas se hagan", para ordenar y utilizar la fuerza.
Ahora bien, la coacción, el mando y el uso de la fuerza no garantizan una sociedad política unida y cohesionada. Esto se consigue cuando los miembros de esa sociedad se sienten obligados mutuamente, no por el uso de la fuerza, sino por el reconocimiento de un proyecto común. Este proyecto no puede ser arbitrario ni privar de libertad a los ciudadanos; por eso debe ser racional y asegurar la libertad de todos. La conformidad o acuerdo de gobernantes y gobernados con este proyecto recibe el nombre de legitimidad.
2. Legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio
La legitimidad del poder político tiene dos dimensiones:
- De origen. Cuando el acceso al poder se produce como resultado de la conformidad en un proyecto común.
- De ejercicio. Cuando el mantenimiento en el poder se realiza ateniéndose al proyecto común que se comparte.
Un ejemplo: Un gobierno puede acceder al poder gracias a una determinada Constitución y, después de tomar posesión, considerar que no tiene por qué someterse a ella, o incluso cambiarla. En este caso hay legitimidad de origen, pero no legitimidad de ejercicio.
Max Weber 1864-1920 |
La legitimidad no es instantánea o momentánea, sino que se trata de un proceso complejo en la historia de los pueblos. Este proceso por el que explicamos la legitimidad del poder político recibe el nombre de legitimación. Max Weber ha distinguido tres formas de explicar la legitimidad:
- Tradicional. Un poder político es legítimo cuando se explica o justifica acudiendo a la tradición. Se acude al "eterno ayer", a costumbres de una validez inmemorial. Una legitimidad que ejercían los patriarcas y los príncipes.
- Carismática. La legitimidad está en las peculiaridades personales y extraordinarias que tiene un gobernante. La gracia personal (carisma), el heroísmo demostrado y su capacidad para el caudillaje son cualidades por las que se reconoce la legitimidad. Una legitimidad que detentaron los profetas, los jefes guerreros, los grandes demagogos y los jefes de los partidos políticos.
- Legal. La legitimidad se encuentra en la validez de las leyes. Un poder es legítimo cuando se ejerce de acuerdo con la legalidad. Es la legitimidad de la legalidad, aquella que ejercen los "servidores del Estado" en la época moderna.
Pocos meses después de la revolución rusa de 1917, en una famosa conferencia que impartió Max Weber a los estudiantes de la Universidad de Munich, el conferenciante describió la política como una actividad dinamizada por dos modelos de ética: ética de la convicción y ética de la responsabilidad.
¿Ética de la convicción o ética de la responsabilidad?
Toda acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas: puede orientarse conforme a la "ética de la convicción" o conforme a la "ética de la responsabilidad". No es que la ética de la convicción sea idéntica a la falta de responsabilidad o la ética de la responsabilidad a la falta de convicción. No se trata en absoluto de esto. Pero sí hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena (religiosamente hablando) "el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios", o según una máxima de la ética de la responsabilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción.
Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a la ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio.
Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines "buenos" hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan "santificados" por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosas.
Quien opera conforme a una ética de la convicción no soporta la irracionalidad ética del mundo. Es cierto que la política se hace con la cabeza, pero no solamente con la cabeza.
Es infinitamente conmovedora la actitud de un hombre maduro, que siente realmente y con toda su alma la responsabilidad de las consecuencias y actúa conforme a una "ética de la responsabilidad", y que al llegar a un cierto momento dice: "No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo".
Max Weber, El político y el científico (adaptado)
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