Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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lunes, 4 de marzo de 2019

El inconsciente arcaico

Como si fuera el trastero de una casa, el inconsciente es el lugar donde se almacenan los contenidos mentales que estorban y molestan. Pero los procesos mentales reprimidos fueron primero conscientes y después, al ser reprimidos, se volvieron inconscientes. Cabe preguntarse entonces si antes de la primera represión la mente inconsciente no existía, o estaba vacía. Freud se inclina a pensar que existe un núcleo primitivo anterior a la represión que actúa como un imán que atrae a los contenidos reprimidos. Además, la presencia de un simbolismo universal que aparece tanto en sueños como en mitos de culturas muy diferentes lleva a pensar en la existencia de un fondo común que difícilmente podría explicarse como el resultado de procesos individuales de represión.
Lo que llama la atención es la casi omnipresencia del complejo de Edipo, decisivo en la formación de la personalidad y que tanto el psicoanálisis como la mitología entienden como un acontecimiento inevitable: tan inevitable como el propio destino, expresado en el mito en forma de oráculo. Las diferentes experiencias individuales son absorbidas por una experiencia común, que tal vez sea el recuerdo de algo ocurrido al principio de la historia a nuestros antepasados, mitad simios y mitad hombres.
Freud imagina una situación, en tiempos prehistóricos, en la que el jefe de la horda acaparaba para sí todas las hembras y mantenía sometidos a los machos jóvenes (sus propios hijos) empleando a veces castigos tan brutales como la castración. Los hijos rebeldes fueron expulsados del grupo, pero volvieron y entre todos mataron al padre y devoraron su cadáver.


Poco tiempo después, se sintieron culpables e intentaron reconciliarse con el padre muerto, para lo cual primero tuvieron que sustituirlo por algo que lo representara, un animal fuerte como él (tótem: animal o vegetal con la que los miembros de un clan mantienen una relación simbólica de parentesco). Repitieron ritualmente, en la figura del tótem y bajo la forma de sacrificio, el asesinato y banquete originario, con lo que aumentó su identificación con el padre muerto. Se dieron a sí mismos los mandamientos que antes recibían del padre: no matar y no cometer incesto.
Esta historia se repite en cada individuo: primero desea a la madre y odia al padre, después teme su castigo, finalmente se identifica con él e internaliza su figura convirtiéndose en su propio castigador mediante el sentimiento de culpa.

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