Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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martes, 21 de julio de 2020

Antecedentes filosóficos de la Psicología

Mucho antes de que la psicología fuera concebida como ciencia experimental, hubo investigadores que se interesaron en asuntos que ahora se identificarían como psicológicos. Tuvieron gran influencia en generaciones posteriores, por lo que no es raro que en nuestro intento por definir la psicología moderna, nos basemos en sus opiniones y descubrimientos. De hecho, sólo así podremos apreciar la dificultad de definir la psicología o de evaluar los grandes avances logrados en años recientes.
Nos limitaremos a mencionar sólo a unos cuantos, aunque fueron cientos  y quizá miles  los investigadores cuyas ideas pueden considerarse precursoras de las concepciones actuales de nuestro campo. Ninguna ciencia avanza por los intrincados caminos que se ven al comenzar a incursionar en ella. El progreso es lento y a menudo camina con pasos diminutos.
Al analizar las creencias de las primeras figuras representativas, no pretendemos suscribirnos a ellas o considerarlas como autoridad. Hoy día se califica a algunas de ellas como fantásticas o extrañas. Su existencia puede haber servido para llamar la atención sobre algún problema, sin haber aportado nada a su solución.
¿Cuánto debemos retroceder en el tiempo para encontrar nuestro origen histórico? No es una pregunta fácil de contestar. Podríamos comenzar con las creencias "psicológicas" del hombre primitivo (por ejemplo, nombrando sus creencias «espiritistas»), pero a esa distancia estaríamos pisando un terreno muy poco seguro; o bien, podríamos empezar con una época más articulada, por ejemplo, con Aristóteles (284-322 a.C.), verdadero padre de toda la psicología; con Galeno (130-199 d.C.), médico romano cuya clasificación de los temperamentos y localización de la razón en el cerebro presagiaron mucha de la doctrina e investigación modernas; con Tomás de Aquino (1224-1275), voz de la iglesia medieval en muchas materias psicológicas. Sin embargo, ninguno de ellos está tan directa e inmediatamente vinculado con nuestro interés actual como el filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650), una figura muy interesante, tanto personal como intelectualmente.
Nacido de la pequeña nobleza, educado en un colegio jesuita, soldado durante algún tiempo (a causa de problemas que no fueron sino "excesos de juventud") y finalmente erudito de alto rango y de opiniones radicales, constituyen facetas de la vida de Descartes que pueden desviarnos fácilmente de nuestro interés principal. Por tanto, debemos conformarnos con una breve exposición de las razones que lo han hecho merecedor a ser considerado como el padre de la psicología moderna.
René Descartes fue el primer gran dualista entre los filósofos. Fue el primero que hizo una clara diferenciación entre mente y cuerpo, la cual ha causado no pocos problemas a los psicólogos hasta la actualidad. Aún más, fue el tipo de dualista que llamamos interaccionista: esto es, creía que la mente podía afectar al cuerpo y el cuerpo a la mente.
Lo que pensaba Descartes era similar al "sentido común", prueba convincente de su influencia en el pensamiento de las generaciones posteriores. La mente, para Descartes, era aquello que "piensa"; la ubicación principal de esta actividad estaba en el cerebro y podía no ocupar un espacio físico. El cuerpo, por otra parte, era una "sustancia extendida", claramente objetiva, mecánica en su acción y que obedecía a todas las leyes conocidas de lo inanimado. Los animales, indudablemente, al no tener mentes ni almas (los dos términos eran sinónimos para Descartes), eran considerados sólo como máquinas.
La hipótesis sustentada por Descartes para explicar la interacción mente-cuerpo fue, aunque inexacta, por lo menos ingeniosa y con alguna relación con las opiniones que existían sobre las funciones del sistema nervioso del hombre. Como ilustración, podemos considerar una fase de su especulación: la que trata de la manera como influye la mente en el cuerpo.
Para Descartes, los nervios sensitivos del cuerpo eran tubos que contenían filamentos (similares a las cuerdas del campanario) encargados de transmitir la influencia del mundo externo a la "caverna" central o ventrículo del cerebro; los miembros motores también eran considerados como tubos, a través de los cuales los "espíritus animales" (vapores sanguíneos), que partían del corazón, pasaban desde la caverna central hasta los músculos, produciendo el movimiento corporal. Por lo tanto, la excitación de un órgano de los sentidos causaría un tirón del filamento, el cual en su terminación central abriría pequeñas válvulas en las terminaciones de los nervios motores cercanos, permitiendo que los espíritus o humores atravesaran hacia los músculos apropiados, los cuales, al expandirse y acortarse, provocarían el movimiento de los huesos.
Como se sabe, «sensitivo» y «motor» son los términos empleados para denominar, respectivamente, a aquellos nervios que llevan impulsos desde los órganos de los sentidos hasta el cerebro o médula espinal, y desde el cerebro o médula espinal hasta los órganos motores, como los músculos.
No obstante, ¿qué puede decirse de la influencia de la mente? La respuesta de Descartes fue directa, si bien no plausible.  Su argumento fue en el sentido de que el alma o la mente, siendo unitaria, debe influir en el cuerpo, el cual posee dos mitades simétricas, a través de la acción de una estructura simple compartida por ambas partes del cuerpo. La estructura que escogió Descartes fue el cuerpo pineal, una pequeña glándula del cerebro, la cual se proyectaba dentro de los turbulentos humores de la caverna central. Se suponía que el movimiento de esta estructura, por orden de la mente, era capaz de cambiar el flujo del espíritu e interrumpir la secuencia usual de actividad; el deseo del alma, transferido a movimiento corporal, lograba así la interacción.
Descartes hizo otras contribuciones al campo de la psicología, algunas de las cuales entraron en relación con otros problemas y pensamientos de diversos investigadores; pero, teóricamente, ninguna ha sido tan exasperante como estas concepciones generales sobre dualismo e interaccionismo.
John Locke (1632-1704), el filósofo británico, se interesó en materias psicológicas a través de una discusión amistosa sobre la naturaleza y adquisición del conocimiento. En su época escribió un breve comentario sobre este problema. Veinte años más tarde publicó un libro titulado An Essay Concerning Human Understanding, que aún puede deleitar al lector sin prisa.
En este libro encontramos un desarrollo del tema "todas las ideas provienen de la experiencia", bastante radical para esa época. Locke comparó a la mente, en su estado puro, con una hoja de papel en blanco sobre la cual escribe la experiencia.

Supongamos que la mente es un papel en blanco, sin caracteres, sin ideas, ¿cómo se nutre...? A esto contesto con una palabra: de la experiencia.

Históricamente, este concepto no es nuevo. Incluso Aristóteles habló, en un principio, de la mente como una placa vacía (tabula rasa); sin embargo el desarrollo de esta idea es propio de Locke y acaeció en un momento muy apropiado. Descartes y otros científicos habían hablado de ideas "innatas", ideas especialmente claras que pertenecían a la mente, sin ninguna influencia del mundo externo.
Al tomar su posición, elaborándola y defendiéndola página por página, apelando a su propia experiencia, John Locke inició un movimiento en filosofía, conocido como empirismo inglés, cuyos amplios efectos escasamente se reconocen en nuestro pensamiento actual. Sin él, el surgimiento de la moderna psicología observacional y experimental podría haberse retrasado muchos años.
Para Locke, una idea era "cualquier cosa en la que la mente pudiera pensar". Blancura, dureza, dulzura, hombre, movimiento, embriaguez, elefante, ejército y pensamiento, fueron mencionadas por él como ideas típicas, las que consideraba provenientes de una de dos fuentes: directamente de los sentidos, o indirectamente de las reflexiones mentales sobre las ideas conocidas de manera sensorial (ideas sobre las ideas).
Incluso, Locke consideraba que las ideas podían ser simples o complejas, estas últimas compuestas de las primeras y reducibles a ellas, luego de un análisis cuidadoso. Si a la idea de sustancia "se une la simple idea de color opaco, cierto peso, ductibilidad, fusibilidad, tendremos la idea de plomo": una idea compleja. De esta manera, Locke lanzó al futuro la posibilidad de analizar la mente humana en elementos, y también la naturaleza probable de estos elementos.
Puesto que Locke ha sido llamado "el primer asociacionista", sería conveniente mencionar que el término más empleado para describir la combinación y composición de ideas es "asociación". Locke usó la frase "asociación de ideas" como título de un capítulo de su Ensayo; pero sus seguidores le dieron la fuerza y el lugar que este término ocupa en nuestro vocabulario cotidiano.
Otra distinción hecho por Locke puede servir de introducción a las enseñanzas del próximo filósofo de nuestra lista: la diferencia entre lo que él llamó cualidades "primarias" y "secundarias" de los objetos, que podemos tratar como una diferencia entre ideas. Brevemente diremos que ésta consiste en lo siguiente: algunas ideas simples de sensaciones semejan los objetos del mundo externo que las provocan. Otras ideas simples de sensaciones, aunque causadas por esos objetos, no se parecen a ellos; por ejemplo, las ideas de solidez, figura y movimiento son semejantes a los objetos externos, pero las ideas de colores, sonidos o gustos son diferentes de los objetos que las hacen surgir.
No debemos preocuparnos por las razones que tuvo Locke para dividir las ideas simples de sensaciones en estos dos grupos, pero sí reconocer que él se dio cuenta de que nuestras percepciones del mundo, por lo menos en algunos casos, pueden no ser espejo del mundo mismo, opinión similar a la de un famoso fisiólogo posterior, quien decía que lo que nosotros percibimos son los nervios existentes entre los objetos y nuestras mentes, y no los objetos mismos.

Hobbes
Thomas Hobbes (1588-1679), otro inglés que vivió en la época de Descartes y Locke, fue rechazado por éstos por sus ideas sobre filosofía y gobierno, respectivamente. Se interesó principalmente en teoría política, pero también en estudios clásicos; conocía bien la ciencia de su tiempo. Bajo la influencia de Galileo Galilei, a quien visitó en 1636, llegó a la conclusión de que el "sentir" humano, el pensar humano y los motivos humanos podían ser reducidos a un denominador físico común: el movimiento.

Todo lo que existe es materia; todo lo que ocurre es movimiento.

Por ejemplo, el sentir al objeto externo, "presiona el órgano propio de cada sentido"; esta "presión" es trasmitida por los nervios al cerebro y al corazón. De estos órganos sale una contrapresión, que hace que la persona localice al objeto "afuera". La imaginación, dice Hobbes, es simplemente un "sentir decadente", un movimiento, fuerte o débil, que continúa en el cerebro cuando el objeto-estímulo ya no está presente. Esta distinción entre lo sentido y lo imaginado, que vimos en las "ideas de sensación" e "ideas de reflexión" de Locke, ha inquietado a los estudiantes de psicología hasta nuestros tiempos.

Hobbes, como Locke, era empirista, y algunos lo han considerado como el padre de esta disciplina. En el Leviatán (1651), su obra más conocida, dice:

No hay ninguna concepción en la mente del hombre, que no se haya adquirido, ya sea total o parcialmente, por los órganos de los sentidos. El resto son derivados de este original.

Fue también asociacionista, ya que habla de las "sucesiones de pensamiento", en las cuales una "imaginación" sigue a otra en el mismo orden que los objetos de los sentidos, de los cuales se derivan.

Aquellos movimientos que se suceden inmediatamente uno a otro en el sentido, permanecen juntos después de sentirlos.

Al analizar estas asociaciones, Hobbes propone una nueva idea. Algunas sucesiones de pensamientos son guiadas por un deseo o propósito; otras son "no guiadas, sin metas... y parecen sin relación la una con la otra, como en un sueño". Aquí hay reconocimiento, en una época temprana, de factores motivaciones que rigen la acción humana; pero Hobbes es aún más explícito cuando habla de apetitos y aversiones.
Comienza con la afirmación de que hay dos clases de movimientos: uno vital, como es el respirar, y otro voluntario, como es el hablar, el moverse, el ir. El movimiento voluntario, el más importante de los dos, aparece como pequeños comienzos de movimientos que podrían ser llamados "intentos". Dice Hobbes que antes de la "partida" está el pensamiento "¿hacia dónde?". Cuando el intento se dirige hacia un objeto, se llama apetito o deseo; cuando proviene de algo, se denomina aversión.
Esta clasificación de las motivaciones es seguida por otra, con un tono igualmente moderno:

De los apetitos y aversiones, algunos nacen con los hombres, como el apetito de la comida, el apetito de excreción... (también podrían llamarse más propiamente aversiones de algo que sienten en sus cuerpos)... El resto, que son apetitos de cosas específicas, provienen de la experiencia, de haber probado sus efectos sobre ellos mismos o sobre otros hombres.

Los psicólogos aceptaron estas distinciones, aún en el siglo XX, y, al igual que Hobbes, han dudado a veces de si una motivación es innata o adquirida. Es difícil decir si un organismo, animal o humano, va hacia algo "bueno" o viene de algo "malo".
Mientras Thomas Hobbes creía que todo era materia y John Locke pensaba que teníamos un mundo físico y una mente para conocerlo, ya sea directa o indirectamente, hubo un irlandés brillante que no compartía ninguna de las dos posiciones. George Berkeley (1685-1753), nacido en Dublín, graduado en el Trinity College, obispo por nombramiento y filósofo por disposición, no creía en la existencia de la sustancia material.
La creencia en que la única realidad verdadera es la mente, aunque se refleje hoy día en algunas filosofías o doctrinas, de sectas especiales, obviamente no es característica del moderno sentido común. Sin embargo, filosóficamente, este punto de vista no es tan raro ni tan fácil de refutar como lo indicaría su aparente falta de lógica. Más aún, en una u otra forma, ha sido seriamente considerado por algunos psicólogos en la búsqueda de una definición de su ciencia y del lugar que ella ocuparía entre las demás.
Dado que las cualidades secundarias mencionadas por John Locke (colores, sonidos, gustos, etc.), muestran su duda respecto a la existencia de algunos cosas en el mundo externo, por lo menos como visualiza la mente, podría decirse que el obispo Berkeley llegó a su posición al dar un paso más allá que Locke. Berkeley niega que la mente visualice objetos. Un pequeño pensamiento puede convencer al lector de esta perturbadora posibilidad. Considere por un momento que esta página que está leyendo pueda no estar físicamente "ahí", y que se halle sólo en su mente. Con certeza absoluta, ¿qué hay ahí, excepto la sensación de una cualidad visual, auditiva o táctil, ciertos modos de experiencia, distinguidos y denominados a través de sus diferencias mentales?
Los historiadores siempre mencionan otra contribución de Berkeley, más concreta y comprensible. Se trata de saber cuál es la diferencia que nos separa de los objetos del mundo externo. Más específicamente, ¿cómo sabemos cuál es la distancia entre nosotros y ese libro colgado en la pared o el árbol afuera de nuestra ventana?
A pesar de que el lector pueda no haber considerado el problema implicado en su juicio acerca de la distancia o solidez de los objetos vistos -el llamado aspecto tridimensional de la experiencia visual- durante mucho tiempo ha sido éste un motivo de preocupación para la psicología. Tanto Leonardo da Vinci, el artista-científico, como Descartes, lo reconocieron; pero fue el análisis de Berkeley el más completo por muchos años.
Berkeley decía que nunca percibimos directamente la profundidad visual o la tercera dimensión, sino por medio de claves o criterios, cuyos significados para aquellos juicios hemos aprendido a interpretar. Así pues, diría él, ¿cómo puede la imagen de un objeto, impresa en la superficie sensible de nuestro ojo, decirnos la distancia que ha recorrido antes de llegar a esa superficie?
En su New Theory of Vision (1709), Berkeley describe la naturaleza probable de estas claves tan importantes. Primero está el asunto del tamaño relativo. Podemos ver la figura de un amigo a 400 metros. Su imagen impresa en nuestros ojos es bastante pequeña. ¿Decimos por eso que tenemos un amigo empequeñecido? No. No vemos nada raro en su tamaño; sólo lo vemos a distancia; y esto vale también para otros objetos: mientras más cerca están, más grandes los vemos, y mientras más lejos, más pequeños. Podemos decir, con Berkeley, que el tamaño relativo de los objetos es un criterio de su distancia.
Además hay otros factores; por ejemplo, un objeto parece estar más cerca si oculta parcialmente a otro de nuestra vista -éste sería el factor de "interposición"-; luego, los colores débiles, insaturados (por ejemplo, el color brumoso de las montañas a lo lejos), se asocian generalmente con la distancia -esto vendría a ser el factor de "perspectiva aérea". El tamaño relativo, la interposición y la perspectiva aérea son claves mencionadas por Berkeley como ayuda a nuestro juicio de distancia y se han convertido, a través de los años, en propiedades técnicas de todo pintor.
Sin embargo, el próximo criterio no es tan obvio. Berkeley lo llamó "una apreciación de la distancia entre las pupilas de los ojos"; nosotros lo llamamos "convergencia binocular". Cuando se enfoca o "fija" un objeto cercano, los dos ojos convergen (en casos extremos aparecen cruzados), y lo que nos dice la distancia desde el objeto fijado es la apreciación de esta convergencia en términos de sensaciones de los músculos oculares -así, mientras más cerca esté un objeto, mayor será la convergencia, y viceversa.
El último criterios es lo que hoy llamamos "acomodación", el cual se explica por el cambio de forma de los lentes oculares como respuesta a la contracción de los pequeños músculos adheridos a cada uno. Los objetos que están muy cerca del ojo requieren una gran contracción de estos músculos; aquéllos que se encuentran a un metro o poco más, requieren muy poca contracción. Aunque Berkeley no estaba familiarizado con estos detalles, reconoció tal influencia y consideró a las sensaciones provenientes de estos cambios como otra fuente de información relativa a la distancia del objeto observado.
Si Berkeley hubiera intentado verificar su teoría mediante técnicas más objetivas y controladas experimentalmente, midiendo las condiciones bajo las cuales su criterio fuera operativo en un grupo de personas, podríamos llamarlo hoy día, el padre de la psicología experimental; no obstante, si lo hubiera hecho, habría sido la excepción al lento transcurso del desarrollo histórico; empero, no podemos pedir tanto de un hombre, especialmente de alguien cuyos intereses fueron filosóficos, más que científicos. Lo sorprendente es que George Berkeley, un idealista subjetivo, se haya acercado tanto a la solución de un problema científico que todavía representa un desafío para nosotros.
Así como el invitar a una persona a una fiesta suele requerir el convidar a otras, la tentación de añadir a nuestra lista muchos nombres de investigadores que han sido responsables, en algún sentido, de las concepciones actuales de nuestra ciencia, es muy grande. Al respecto, se incluyen una o dos frases sobre algunos otros, principalmente filósofos, que ayudaron a instalar el escenario psicológico.
David Hume (1711-1776), filósofo, historiador y estadista escocés, hizo por Berkeley lo que éste había hecho por Locke. A continuación se cita un relato del siglo XX sobre las contribuciones de Hume a la psicología:

Locke eliminó de la experiencia todo lo que no fueran las impresiones sensoriales y sus combinaciones. Incluso aceptó la existencia de objetos similares a nuestras ideas. Berkeley avanzó un paso más al negarle existencia a los objetos. Su justificación para las ideas era que Dios las daba y las garantizaba... Hume dio el paso siguiente, que era obvio, al cuestionar la existencia de Dios y del alma. Con esto, lo único real fueron las sensaciones y las ideas.
W.B. Pillsbury, The History of Psychology

Además de esto, Hume hizo una clara distinción entre estas sensaciones (Hume dice "impresiones") y las ideas (nosotros diríamos "imágenes"): lo que hoy consideramos como "causa y efecto", él lo vio como una mera secuencia de eventos mentales que ocurría con tanta regularidad y en un orden tal, como para darnos la ilusión de que hay una relación necesaria entre dos cosas del mundo objetivo.
A David Hartley (1705-1757), médico inglés y estudiante de la generación de Hume, se le acredita el desarrollo de dos conceptos, de los cuales trata el libro Observations on Man, His Frame, His Duty, and His Expectations (1749). El primer concepto fue el de "asociación" (ya considerado por Hobbes, Locke, Berkeley y Hume), el cual Hartley extiende para incluir no sólo ideas, sino también sensaciones y acciones, usándolo además para explicar la naturaleza de la memoria, la imaginación, la emoción y otros estados mentales complejos, incluso aquéllos pertenecientes a la moral. El segundo concepto fue lo que ahora llamamos "paralelismo psicofísico", según el cual las sensaciones, las ideas y otros eventos mentales suceden al lado de eventos de naturaleza más corporal -específicamente cambios físicos en los nervios y en el cerebro-, pero no son afectados por éstos. Una expresión anterior de este enfoque comparaba a la mente y al cuerpo con un par de relojes puestos de espaldas uno al otro, funcionando perfectamente sincronizados, pero sin ejercer influencia mutua. Al igual que Descartes, Hartley era un dualista, pero más un paralelista que un interaccionista.
Contrariamente a lo que se esperaría por el sentido común, entre las dos posiciones, ha sido la de Hartley la más aceptada por la mayoría de los psicólogos en épocas posteriores.
James Mill (1773-1836), hijo de un zapatero escocés, fue el descendiente intelectual de Hartley. Empleó en forma extrema la "asociación de ideas" para explicar la vida mental. Comenzó de la manera usual, con las sensaciones y sus copias, las ideas. Se explayó en cómo podían vincularse y componerse estas últimas. En la siguiente cita, ya clásica, tomada de su Analysis of the Phenomena of the Human Mind (1829), puede verse cuán lejos llegó por este camino:

No solamente las ideas simples pueden formar ideas complejas por asociaciones fuertes: una idea compleja... puede entrar en combinación con otras ideas, tanto simples como complejas...
Ladrillo es una idea compleja y cemento es otra; estas ideas, junto con las de posición y cantidad, constituyen mi idea de pared. Mi idea de una tabla es compleja, así como lo es la de viga y clavo. Todas ellas, unidas a las mismas ideas de posición y cantidad, constituyen mi idea doble de piso. De la misma manera, mis ideas complejas de vidrio, madera y otras constituyen mi idea doble de una ventana; estas ideas dobles, unidas, constituyen mi idea de casa, compuesta de varias ideas dobles. ¿Cuántas ideas complejas o dobles están unidas a la idea de mueble?, ¿cuántas más a la idea de mercancía?, ¿cuántas más a la idea llamada "todas las cosas"?

John Stuart Mill (1806-1873) estuvo de acuerdo con su padre, James Mill, en dar gran importancia al principio de asociación al explicar las ideas complejas; pero, a diferencia de su padre, apeló más a la experiencia que a la lógica en sus análisis. Para James Mill, una idea compleja consistía de muchas ideas más simples, aunque éstas muchas veces escapaban a un análisis cuidadoso. John Stuart Mill decía que las ideas más simples generaban otras más complejas, pero que éstas son definitivamente algo más que la suma de las más simples. Debido a esta diferencia teórica entre padre e hijo, la primera consideración ha sido llamada "mecánica mental" y la segunda "química mental". Ambos supusieron que la unidad mental fundamental eran las sensaciones (así como sus copias, las ideas) y que éstas se unían por ciertas leyes prescritas de asociación; pero John Stuart Mill estaba menos interesado en lo que debía encontrarse en una idea compleja que en lo que podría hallarse. En lo que difirió de su padre se acercó a enseñanzas posteriores.
Quizás el lector habrá advertido hasta aquí cierta tendencia. Hemos visto cómo se separó al cuerpo y la mente; hemos oído el argumento de que todas las ideas provienen de la experiencia; hemos hecho una distinción entre sensaciones e ideas, y nos han dicho que las asociaciones pueden guiarse por el deseo. Además, hemos hecho un breve estudio de la teoría psicológica de la causalidad (Hume); nos han dado muchas respuestas a la pregunta mente-cuerpo: interaccionismo (Descartes), materialismo (Hobbes), idealismo (Berkeley) y paralelismo (Hartley), y hemos encontrado un par de antecedentes específicos de las teorías e investigaciones que se realizan en la actualidad.
Descartes y los "filósofos de la mente" desempeñaron un papel importante al sacar a flote la nueva ciencia de la que nos preocupamos ahora; sin embargo, hubo que hacer mucho más, antes de que emergiera nuestra moderna disciplina. Tarde o temprano estas ideas, por muy visionarias que fueran, tuvieron que dejar el reino de la especulación, para dar paso al mundo de la observación y del experimento. Para poder darnos cuenta de cómo ocurrió esto, tendremos que cruzar el Canal de la Mancha y tomar una muestra de las investigaciones que se realizaban en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en suelo alemán.

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