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jueves, 31 de mayo de 2018

Inteligencia emocional

Los engañosos "cocientes intelectuales"
En 2012, una investigación dirigida desde el Museo de Ciencias de Londres y la Universidad Western Ontario (Canadá) involucró a más de cien mil personas a través de internet, de las que se seleccionó una muestra para que resolvieran ciertas tareas intelectuales, similares a las que proponen los test de inteligencia más utilizados, al mismo tiempo que se captaban imágenes de sus cerebros activos por resonancia magnética funcional. Las conclusiones de esta investigación fueron, entre otras, que no existe una única inteligencia, sino al menos tres capacidades diferentes cada una de las cuales implica distintas áreas cerebrales: la memoria a corto plazo, el razonamiento y la habilidad lingüística.
Si esto es así, no puede darse una única cifra (el llamado "cociente intelectual") como medida de la inteligencia, pues al hacerlo estamos equiparando magnitudes incomparables entre sí.

Al menos desde los años 20 del siglo XX, algunos psicólogos han hecho notar que la inteligencia medida por los test y que se expresa por medio de un número al que llamamos "cociente intelectual" no es la única inteligencia poseída por los humanos, e incluso es dudoso que sea la más importante. El psicólogo americano Thorndike criticó los test de Stanford-Binet por estar dirigidos fundamentalmente a la medida de la inteligencia académica; él mismo distinguió una inteligencia abstracta (verbal), una inteligencia mecánica y una inteligencia social, que sirve para comprender a las personas y triunfar en las relaciones humanas. Es evidente que las tres inteligencias no van necesariamente unidas, como prueban los muchos casos de personas académicamente brillantes y con un CI altísimo que, sin embargo, demuestran gran torpeza en las tareas manuales o carecen de habilidades sociales.
En los años 80, autores como Robert Sternberg y Howard Gardner señalaron la existencia de formas de inteligencia cualitativamente diferentes. El primero distingue entre una inteligencia analítica, una inteligencia creativa y una inteligencia contextual o social (la que sirve para resolver las situaciones cotidianas nacidas de la interacción con otras personas). Por su parte, Gardner establece ocho inteligencias distintas, que todas las personas poseen pero que son relativamente autónomas entre sí: verbal, matemática, corporal, espacial, musical, naturalista, intrapersonal (comprender uno sus propios estados de ánimo, motivos e intenciones) e interpresonal (ser sensible a los estados de ánimo, motivos e intenciones de las demás personas).

Aunque la expresión y el mismo concepto ya habían sido utilizados antes, fue el psicólogo Daniel Goleman quien lanzó al mundo con indudable éxito la teoría de la inteligencia emocional, con un famoso libro que se convirtió en best-seller desde el momento mismo de publicarse, en 1995. Tras insistir en lo inadecuado de los test que miden el CI para predecir la trayectoria futura de las personas, Goleman propone una idea de inteligencia emocional que incluye cinco competencias básicas:
  • Conocimiento de las propias emociones
  • Control de las propias emociones
  • Capacidad de automotivarse
  • Reconocimiento de las emociones ajenas
  • Control de las relaciones con los demás.
Aunque en ese momento Goleman admitía que no existían aún instrumentos de medida adecuados (en los últimos años sí han aparecido algunos), propone la idea de un cociente emocional además del ya clásico cociente intelectual. Goleman razona que, así como los test destinados a la medida del CI no suelen acertar en las previsiones sobre el futuro de los sujetos, otro tipo de pruebas relacionadas con la inteligencia emocional son más eficaces. Por ejemplo, narra un experimento realizado en los años 60 con niños de 4 años a los que un adulto dejaba una golosina a su alcance al tiempo que le decía: "Ahora me iré de la habitación, si cuando vuelva no te has comido la golosina te daré otra más". Pues bien, años después se comprobó que los niños que habían resistido la tentación obtenían mejores resultados en la escuela y en la vida laboral que los que no habían sido capaces de esperar. Es casi seguro que los resultados de una medida del CI no habrían podido mostrar una correlación tan clara con la vida futura de esas mismas personas.
Podemos decir que el ejemplo del experimento anterior permite realizar una medición de la inteligencia, pues evitar comer una golosina para después poder comer dos implica valorar distintas posibilidades de acción y elegir la que mejor resuelve el problema planteado. Ahora bien, aparte de la capacidad puramente intelectual (la inteligencia abstracta) hay otras capacidades también implicadas, como el control de los propios impulsos. A esta inteligencia que, en lugar de separarse de las emociones, relaciones y otros aspectos de la vida personal (etimológicamente, abstracto significa "separado"), los tiene en cuenta al evaluar el problema y su solución, es a lo que se ha llamado inteligencia emocional.

  
En los últimos años se han propuesto distintas formas de medir la inteligencia emocional, pero la más aceptada es el llamado MSCEIT, siglas correspondientes a Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test. Elaborado en 2002 (la versión española es de 2011), el test consiste en realizar ocho tareas para medir cuatro aptitudes: percepción emocional (saber cómo se sienten las personas), facilitación emocional (conseguir el estado de ánimo adecuado para pensar correctamente), comprensión emocional (conocer las causas de las emociones) y manejo emocional (utilizar las emociones para conseguir metas). La media de estas cuatro puntuaciones proporciona la medida de la inteligencia emocional, lo que podríamos llamar el "cociente emocional". Se aplica a individuos a partir de 17 años.

  Críticas a las últimas teorías sobre la inteligencia   
Es evidente la gran repercusión que, sobre todo en el terreno educativo, han tenido los enfoques de Gardner y Goleman sobre la inteligencia. Ambos coinciden en señalar otras formas de inteligencia distintas a la abstracta, analítica o académica, de tal forma que, en vez de condenar a los alumnos con un CI bajo al fracaso escolar, se busque (partiendo del presupuesto de que "todo el mundo es bueno para algo") potenciar las capacidades en las que pueden obtener un mayor rendimiento. La mayor crítica a estas teorías es, aparte de la ausencia o escasez de instrumentos de medida aceptados por la comunidad científica, si las capacidades que consideran "intelectuales" pueden ser realmente incluidas dentro de un concepto de inteligencia que haga algo más que abarcar todo lo que las personas consideran valioso, desde la bondad de los sentimientos hasta la simpatía en el trato. 

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