Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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domingo, 10 de junio de 2018

Inteligencia artificial

2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968). El ojo de HAL 9000 es uno de los máximos exponentes de inteligencia artificial en el mundo del cine.
Los progresos de la informática y la robótica han planteado el problema de la existencia de la "inteligencia artificial". Con esta expresión entendemos la capacidad de algunas máquinas de resolver problemas que, en el caso del hombre, requieren el uso de la inteligencia.
El matemático Alan Turing (1912-1954) propuso su célebre test para contestar a la pregunta "¿puede pensar una máquina?". Si una máquina es programada para que pueda mantener una conversación con una persona de forma que el interlocutor no note la diferencia entre lo que dice la máquina y lo que diría una persona real, hay que decir de la máquina lo mismo que diríamos del ser humano que se comporta exactamente igual: que mantiene una conducta inteligente, por tanto "piensa".
Quizás la ilustración cinematográfica más conocida del test de Turing sea el ordenador HAL 9000, de la película 2001: una odisea del espacio. HAL es presentado como un cerebro con ojos (cámaras de vídeo), capaz incluso de tomar decisiones distintas a aquellas para las que fue programado; por eso su desconexión (anulación progresiva de la memoria) aparece literalmente como una muerte. De esta forma, la pregunta "¿puede pensar una máquina?" se enlaza con esta otra: "¿puede morir una máquina?", es decir, "¿podemos considerar a la máquina como un verdadero sujeto?".
Se ha señalado muchas veces que el test de Turing contiene una petición de principio, es decir, una forma de razonamiento inválido (falacia) en la que, al presentar los datos del problema, ya presuponemos la conclusión que queremos demostrar: primero se define la inteligencia como un comportamiento (emitir respuestas ante estímulos), con lo cual ya la hemos convertido en un proceso programable; después, decimos que son inteligentes las máquinas programadas para ejecutar ese comportamiento.
John Searle contestó a Turing con su metáfora de la habitación china: imaginemos que una persona en una sala recibe mensajes en chino, idioma que no conoce, pero dispone de un libro de instrucciones donde se especifican todos los posibles mensajes que se pueden recibir y la respuesta (en caracteres chinos) que hay que dar a cada uno de ellos. La persona que escribe los mensajes en chino puede creer que el receptor entiende el chino, pero en realidad no es así. De la misma forma, una máquina no entiende lo que hace, simplemente ejecuta instrucciones o, en el mejor caso (y siempre ejecutando otras instrucciones de nivel superior), modifica las instrucciones que recibe. 

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