Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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lunes, 30 de julio de 2018

Ciudadanía y democracia

¿Puede ser considerado como hombre bueno el que acepta, con su pasividad y su silencio, una situación social injusta?
José Luis López Aranguren

1. ¿Qué se entiende por ciudadano?
Ciudadano es aquella persona que pertenece a una sociedad política en la que todos sus miembros se caracterizan por:
  • Poseer unos derechos fundamentales.
  • Asumir unas obligaciones y responsabilidades.
  • Tener una misma condición. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley; no hay ciudadanos de primera o de segunda clase.
  • Mantener unas relación adecuada con el entorno. Conservar y crear un entorno favorable para la comunicación, la participación y la convivencia.
El ciudadano es cualquier persona que es libre, que no es propiedad de nadie, ni como siervo, ni como súbdito o vasallo.
Asimismo, en nuestras sociedades la ciudadanía se entiende de manera univeral: implica a todos sus miembros, sin ningún tipo de limitación por motivo de raza, sexo, religión, clase social o cualquier otro.

Ciudadanía y política
La palabra política viene del griego (polis, ciudad; polités, ciudadano; politiká, aquello que hacen los ciudadanos) y resulta un concepto mucho más amplio que el de Estado (en griego, politeia). El Estado es sólo una parte de la política porque ésta engloba a todo el tejido social de una sociedad determinada, incluyendo las formas de Estado que se puedan suceder en ella.
Simón Royo Hernández

2. Ciudadanía y democracia
El concepto de ciudadanía se ha desarrollado junto a la lucha por la libertad y la igualdad de todos los hombres y mujeres sin excepción, es decir, junto a la lucha por la democracia. Por eso, democracia y ciudadanía están estrechamente enlazadas.
Las sociedades democráticas, cuyo objetivo es el bien común y el interés general, y no sólo el de unos pocos, han de dotarse de instituciones y de ciudadanos que cooperen en la consecución del mismo. En una verdadera democracia, es decir, en un gobierno de los ciudadanos, es necesario que todos sus miembros se responsabilicen y ayuden a la construcción de una sociedad justa.
En estas sociedades, el Estado tiene la responsabilidad de formar ciudadanos en una serie de valores, actitudes o disposiciones para la vida en común, evitando imponer una moral determinada o interesada. Así, la forma que adquiere la ciudadanía responde a la voluntad general democráticamente expresada. A su vez, los ciudadanos, con su actitud y exigencias, son la garantía de la existencia y mantenimiento de la democracia.

 
La formación del ciudadano
La propuesta de cultivar unas virtudes públicas no es otra cosa que el convencimiento de que debe darse una formación moral mínimamente común y apropiada para el funcionamiento de la democracia y la adquisición del sentido de la justicia y del respeto mutuo. Son valores que también podrían inculcarse a través del ordenamiento jurídico, pero que, sin duda, se transmiten mejor a través de una buena formación de la persona.
Aristóteles decía que la virtud consiste en "actuar conforme a la regla", la regla de la razón. Entendía, además, que las virtudes forman parte del alma sensitiva de la persona, que quedan, pues, incorporadas a la vida emocional y a los sentimientos. Efectivamente, enseñar la virtud o formar moralmente a la persona no puede consistir sólo en inculcar algo así como las reglas del razonamiento moral... sino también la voluntad y la habilidad para educar el sentimiento a fin de que los ciudadanos sientan orgullo por los comportamientos civiles y democráticos e irritación, vergüenza o culpa frente a los comportamientos que empañan la imagen de la democracia.
Victoria Camps, "El concepto de virtud pública", en Democracia y virtudes cívicas

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