Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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domingo, 19 de mayo de 2019

Estereotipos y prejuicios

Los estereotipos son creencias acerca de lo que se supone son características comunes de los miembros de un determinado grupo social. Es un principio psicológico fácil de comprobar la tendencia a considerar iguales (física o mentalmente) a las personas que pertenecen a grupos distintos del nuestro: por ejemplo, para un blanco occidental los asiáticos o los negros africanos parecen iguales entre sí, especialmente si convive poco con ellos. Lo mismo se puede decir de cualidades mentales o conductuales: si se dan casos de delincuencia entre la población perteneciente a una minoría, es fácil que el estereotipo funcione generalizando hacia todo el grupo los casos singulares que han llamado nuestra atención. Se puede entender el riesgo de profecías autocumplidas que implica la presencia de estos estereotipos: si los miembros de un grupo son mirados y tratados como delincuentes, es posible que terminen siéndolo realmente.
Si los estereotipos son creencias previas excesivamente simplificadas, los prejuicios son actitudes negativas dirigidas hacia los miembros de un grupo; si este grupo es minoritario o alejado del poder, los prejuicios desembocan fácilmente en discriminación o agresividad dirigida hacia el grupo. Diversas experiencias han demostrado lo fácil que es inducir prejuicios, discriminación y agresividad de una parte de una comunidad a otra. En los años 60, el psicólogo Muzafer Sherif dividió a los asistentes a un campamento de verano en dos equipos (águilas y serpientes): a la vez que se fomentaba el sentido de pertenencia a uno de los grupos crecía la hostilidad hacia el otro. El resultado fue una frecuencia cada vez mayor de insultos, robos y agresiones de un grupo hacia el otro. La situación sólo se superó cuando se propusieron tareas en las que necesariamente debían colaborar los dos equipos.
La experiencia del campamento de verano ha sido reproducida en diversas ocasiones, tanto con niños como con personas adultas. Si un profesor dice a sus alumnos de nueve años que está comprobado que los rubios son peores estudiantes y compañeros que los morenos, generará una discriminación contra los rubios; discriminación que se invertirá si al día siguiente dice que estaba equivocado, que en realidad los peores son los morenos (experiencia que llevó a cabo la maestra Jane Elliot, en 1992). Incluso dividiendo las clases de estudiantes universitarios en dos grupos al azar (por ejemplo, verdes y amarillos) y pidiendo después a cada alumno que valorase los ejercicios de sus compañeros, ha podido comprobarse que los alumnos "verdes" puntúan más alto a los "verdes" que a los "amarillos", y viceversa.
¿Cómo eliminar los prejuicios? Muchas veces se ha dado por supuesto que, como los prejuicios nacen del desconocimiento, basta la mera convivencia para fomentar el conocimiento mutuo y eliminar los prejuicios. Sin embargo, las mayores tasas de discriminación se dirigen siempre hacia grupos próximos de los que cabe suponer un conocimiento mayor que de otros alejados. No es, por tanto, suficiente el mero contacto, sino que deben darse las siguientes circunstancias:
  • Debe tratarse de un contacto entre iguales (el frecuente trato entre amos blancos y esclavos negros en el sur de Estados Unidos no eliminó, sino que fomentó la esclavitud; lo mismo puede decirse de las relaciones entre varones dominantes y mujeres sometidas).
  • Debe fomentarse la cooperación entre grupos en tareas que benefician a ambos, pero siempre que tales tareas tengan éxito, ya que en caso contrario cada grupo culpará al otro del fracaso.
  • En la medida de lo posible, deben minimizarse la competencia entre grupos y los agravios comparativos.
  • Por supuesto, es fundamental el papel de la escuela y los medios de comunicación.
  Prejuicios inducidos en el aula  
¿Hasta qué punto pueden inducirse actitudes de adhesión ciega a un grupo o a un líder y, en consecuencia, el rechazo de los diferentes?
En 1967, el profesor Ron Jones, que daba clases de historia en un instituto de California, intentó experimentar con sus alumnos cómo fue posible el nacionalsocialismo: impuso una estricta disciplina en su clase, reforzó el sentido de pertenencia al grupo excluyendo a los disidentes y creó un movimiento al que llamó "La tercera ola". En cinco días, el movimiento se extendió por todo el instituto y, temiendo sus posibles consecuencias, la dirección del centro obligó al profesor a suspender la experiencia. Sin embargo, esos cinco días bastaron para demostrar que el fascismo no estaba tan alejado de los jóvenes de esa generación y que la chispa del autoritarismo puede prender en cualquier momento.
Una película de Dennis Gansel de 2008, titulada precisamente La ola, recoge el experimento del profesor Ron Jones, con algunas licencias y trasladando la acción de Estados Unidos a la mismísima cuna del nazismo, Alemania.

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