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martes, 24 de agosto de 2021

Historia de la búsqueda de inteligencias alienígenas: Carl Sagan, Frank Drake, Jerry Ehman y Duncan Lorimer

A menudo se ha relacionado el encuentro con una civilización extraterrestre con el fenómeno ovni, esto es, con una toma de contacto con hipotéticos visitantes. Pero, ¿por qué no ir a su encuentro? En las décadas de los años 60 y 70 se dieron varios acontecimientos que han pasado a la historia de la búsqueda de inteligencias alienígenas. Todas ellas estuvieron protagonizadas por Carl Sagan y Frank Drake.

En 1960, cuando tenía treinta años, Frank Drake trabajaba en el radiotelescopio del observatorio de Green Bank, en Virginia Occidental. Ahora, Drake recuerda aquellos inicios:

Fue en esa época cuando se desarrolló la radioastronomía. Calculé que los telescopios que usábamos podrían detectar las radiotransmisiones de la Tierra a una distancia de diez años luz, de modo que era razonable tratar de buscar este tipo de señales de estrellas que estuvieran en ese rango de distancia, y convencí al director del observatorio para que me dejara hacerlo.
Este trabajo recibió una enorme difusión mediática, y a partir de ese momento mucha gente empezó a hacer lo mismo.

Drake comenzó en 1960 a registrar y analizar esas señales durante seis horas al día entre abril y julio de ese año. Fue una tarea metódica para la cual empleó unos medios que, desde la perspectiva actual, resultarían sumamente rudimentarios:

Frank Drake (n. 1930)
Con los instrumentos que tenía a mi disposición sólo podía examinar un canal. Hoy, los telescopios permiten escuchar miles de millones de ellos, y los equipos modernos son de mucho mayor tamaño. El radiotelescopio de Green Bank, por ejemplo, tiene unos 100 metros de diámetro. Además, existen varios proyectos para combinar ciertos de antenas y formar uno de un kilómetro cuadrado. El telescopio que empleé al principio tenía apenas 25 metros. En la actualidad, los equipos son mucho más rápidos y sensibles. Podemos detectar señales que se encuentran a miles de años luz de la Tierra.
La cuestión es que no sabemos a qué estrellas tenemos que apuntar, y, si desconocemos eso, al final tendremos que centrarnos en muchísimas de ellas. Asimismo, también debemos mirar en muchos canales de radio, pues tampoco sabemos cuál o cuáles de ellos podría estar usando una hipotética civilización extraterrestre. Por eso, necesitamos receptores de miles de millones de canales.

Tanta fue la repercusión de aquella primera búsqueda que realizó en 1960, que la Fundación Nacional de Ciencias de Estados Unidos le encargó que organizara una reunión en la que un grupo de expertos estudiaría si seguir ahondando en esa nueva vía de investigación.

Convoqué el encuentro para noviembre de 1961 en el observatorio de Green Bank y puse en conjunto a todos los especialistas en el mundo que conocía que estaban relacionados con este tema. Eran sólo doce personas.

Entre ellas, se encontraban tres premios nobel y un hombre que haría historia junto a Drake en las dos décadas siguientes: el ya mencionado Carl Sagan. Aquella cita fue bautizada como Conferencia SETI. Drake se convertiría más tarde en el fundador del proyecto del mismo nombre.

En el simposio, este astrónomo presentó la mítica ecuación que desde entonces lleva su apellido, una especie de punto de partida para tratar de determinar las probabilidades de que existan extraterrestres capaces de comunicarse.

Calculé que habría una posibilidad de cada mil de que un planeta de nuestra galaxia estuviera enviando señales, pero todos los hallazgos realizados en las última décadas han acentuado la idea de que podría haber muchas civilizaciones ahí fuera.
Hemos descubierto que existen planetas como la Tierra casi en cada estrella. Así, solo en la Vía Láctea habría muchas más de esas civilizaciones detectables de las que habíamos pensado en los años 60. Sin duda, hoy habría escrito una ecuación muy diferente.
Al final, el resultado de aquel primer encuentro de 1961 fue que era una buena idea dedicar recursos a la búsqueda de vida extraterrestre.

El 2 de marzo de 1972, la NASA lanzó al espacio la sonda Pioneer 10; y el 5 de abril de 1973, la Pioneer 11. El objetivo de ambas era viajar hasta los confines del Sistema Solar y, de paso, explorar el cinturón de asteroides, Saturno, Júpiter, Urano y Neptuno. Ambas naves llevaban una placa diseñada por un equipo de científicos coordinado por Sagan y Drake.

La citada placa, de oro y aluminio, contiene un mensaje sobre quiénes somos y la ubicación de nuestro planeta, de forma que si una de las Pioneer fuera interceptada por una cultura alienígena sabría su procedencia y algunos datos sobre la humanidad. La Pioneer 11 mantuvo el contacto con la Tierra hasta el 24 de noviembre de 1995, mientras que la última señal recibida de su hermana mayor sucedió el 23 de enero de 2003. Desde entonces, se alejan de la Tierra y vagan por el universo al albur de las corrientes cósmicas, como una de esas botellas que se lanzan al mar con un papel de socorro o con un último mensaje en su interior.

Un año más tarde, el 16 de noviembre de 1974, fue enviado al espacio el llamado mensaje Arecibo. Éste consistía en una señal de radio que contenía información sobre la humanidad. Se transmitió desde el radiotelescopio ubicado en dicha ciudad de Puerto Rico. La transmisión se dirigió hacia la constelación del cúmulo de Hércules o M13, a unos 25 000 años luz de nuestro planeta. Drake ideó igualmente el mensaje que portaba.

Lamentablemente, este telescopio, del que fui director algunos años y que en su día fue el mayor del mundo, con un disco de 300 metros, quedó irremisiblemente dañado en 2020 debido a un accidente. Es una muy mala notica, porque estaba sirviendo para hacer muy buenas investigaciones y, además, disponía de un potente equipo para enviar mensajes.

Las siguientes fechas clave en la búsqueda de inteligencia alienígena se sucedieron en el transcurso de apenas veinte días, en 1977, los que pasaron entre el lanzamiento de la sonda Voyager 2 ―el 20 de agosto de ese año― y el de la Voyager 1 ―el 5 de septiembre―. Fueron los nuevos intentos de la NASA de enviar un artefacto lo más lejos posible, al encuentro de una civilización alienígena. Para ello, ambas portan un peculiar disco dorado que contiene una selección de sonidos de la cultura humana ―incluye desde música de Bach y Mozart hasta saludos en numerosos idiomas y un discurso del entonces presidente estadounidense Jimmy Carter― y de la naturaleza de la Tierra ―grabaciones del viento, de tormentas y de animales―. El contenido del disco fue decidido por un comité de la NASA formado entre otros por Sagan y Drake.

La Voyager 1 alcanzó en 2012 el espacio interestelar, una región situada más allá de la heliopausa ―el límite, por así decirlo, de la influencia del astro rey y que marcaría la frontera del Sistema Solar―, a unos 18 000 millones de kilómetros de la Tierra.

Poco antes de que fueran enviadas al espacio, el 15 de agosto de 1977, el radiotelescopio de la Universidad Estatal de Ohio recibió una extraña señal procedente de la constelación de Sagitario. El astrónomo Jerry Ehman se percató de ello días más tarde. Mientras analizaba sus características en una hoja que contenía los datos impresos, marcó una serie de números y anotó en el margen Wow!

La señal Wow! era unas treinta veces más fuerte que el ruido ordinario del espacio profundo y fue la primera firme candidata a provenir de una civilización extraterrestre. Aunque desde entonces se han ofrecido diversas explicaciones para la misma ―se ha barajado que la originó un cometa―, ninguna se ha considerado concluyente. No obstante, entre los expertos la hipótesis más extendida es que, en realidad, provino de un fenómeno natural. En todo caso, no fue más que un mero parpadeo: se prolongó durante apenas 72 segundos.


Con el paso de los años, y a medida que se ha perfeccionado la tecnología para captar las señales del cosmos, tal cosa ha dejado de ser algo extraordinario. Hoy, las llamadas fast radio bursts ―en castellano, ráfagas rápidas de radio (RRR)―, son las que despiertan la curiosidad de los científicos. En un primer momento, algunos plantearon incluso que podrían ser el eco de la actividad de una lejana civilización alienígena. De hecho, el mediático astrofísico Abi Loev, catedrático de la Universidad de Harvard, mantiene que no habría que descartar tal posibilidad.

La primera RRR fue descubierta en 2007 por el astrónomo de la Universidad de Virginia Occidental Duncan Lorimer (n. 1969). La señal fue detectada por el radiotelescopio Parkes, en Australia. A menudo, las RRR son muy brillantes y tienen patrones fijos, algo sumamente llamativo. Lorimer admite que, al principio, se le pasó por la cabeza que quizás provinieran de una cultura alienígena.

Desde luego, no era algo disparatado, especialmente en aquellos momentos, cuando únicamente habíamos captado un episodio semejante, esto es, un solo pulso de radio.
Se podía elucubrar incluso la cantidad de energía que habría sido necesaria para emitir una señal semejante desde lo que podríamos considerar el jardín trasero de nuestra galaxia, y si para una civilización avanzada sería posible producirla.

Pero Lorimer, que ya llevaba un par de décadas dedicándose a la astronomía, se sentía, según sus propias palabras, más cómodo pensando que se debían a algún tipo de fenómeno celeste.

La señal fue captada mientras el equipo de Lorimer buscaba púlsares ―un tipo de estrella de neutrones― en las Nubes de Magallanes, unas galaxias satélites de la Vía Láctea. Lorimer indicaba:

Tenemos constancia de que en ellas existen unos veinte. El caso es que buena parte de ellos han sido descubiertos gracias al rastreo que se hizo durante la investigación en la que se halló la primera RRR.

Desde 2007 se han observado muchas más de esas ráfagas de radio, pero los científicos aún no saben fehacientemente qué las produce. Eso sí, la gran mayoría están convencidos de que su origen es natural.

Una vez más, todo es consecuencia del desarrollo de la radioastronomía, que no solo está llevando a los investigadores del SETI a ser cada vez más ambiciosos y avanzar en la búsqueda de otras civilizaciones en el universo, sino que está permitiendo captar fenómenos hasta ahora desconocidos, como las RRR. Dice Lorimer:

Los telescopios actuales son mucho mejores que los que había hacer quince o veinte años. Lo que más ha cambiado es la cantidad de cielo que pueden cubrir de una vez. Los que usábamos en 2001 apenas podían ver una pequeña fracción, más o menos como un área equivalente a la Luna llena. Ahora, nos podemos centrar en zona muchísimo más amplias.

Según comenta Lorimer, la detección de aquella primera RRR fue inesperada e impactante por distintas razones:

En primer lugar, porque fue increíblemente brillante. Saturó la electrónica del telescopio y hasta eliminó las interferencias que se estaban recibiendo. Resplandeció durante unos cinco milisegundos y luego desapareció. Además, cuando investigamos de qué parte del universo procedía comprobamos que su origen no eran las Nubes de Magallanes, donde nosotros rastreábamos, sino un punto ligeramente al sur del cielo, una zona bastante aleatoria del universo.

Con el tiempo, se empezaron a captar más RRR y las investigaciones empezaron a descartar la hipótesis extraterrestre.

La teoría más extendida es que proceden de magnetares, unas estrellas de neutrones que generan un intenso campo magnético y un brillo miles de millones de veces mayor que el del Sol. Asimismo, pueden producir pulsos de corta duración.

Según Lorimer, todo indica que existen al menos dos variedades de RRR: las que se repiten y las que no:

Hay diferencias notables entre ambas, y eso sugiere que no forman parte del mismo fenómeno, que ha de haber al menos dos tipos de fuentes que producen estas radiaciones.
La primera procedente de un enclave en la Vía Láctea se originó en una fuente situada a unos 30 000 años luz. El resto parece provenir de otras galaxias, a miles de millones de años luz. Algunas fueron emitidas antes incluso de que se hubiera formado la Tierra.

Con todo, el misterio que rodea a las ráfagas rápidas de radio está aún lejos de resolverse. De hecho, es muy probable que el empleo de radiotelescopios cada vez más potentes permita descubrir otro tipo de señales de las que a día de hoy desconocemos su existencia. Entretanto, el estudio de este tipo de fenómenos irá haciendo cada vez más completo nuestro conocimiento del universo. Aun así, lo que espera Drake y otros muchos investigadores embarcados en los diversos programas SETI es que algún día se demuestre que una de esas transmisiones fue emitida por una civilización extraterrestre.

En cualquier caso, la búsqueda continúa, porque la partida va en serio y los medios tecnológicos acompañan. A sus 91 años, Drake sigue dedicado a ello:

Semejante hallazgo tendría mucha más trascendencia que la llegada a la Luna o la de Colón a América. Contactar con una civilización extraterrestre es, sin duda, el mayor acontecimiento científico que podría suceder.
Estoy convencido de que las civilizaciones que encontrásemos serían amigables. No hay nada que ganar atacando a otra. Se encontrarían muy lejos y sería un gasto enorme de recursos y energía tratar de hacerlo.
Cualquier contacto con una cultura alienígena será pacífico y positivo, y, desde luego, será muy bueno para nosotros. Nos dará la oportunidad de aprender mucho de ella, quizá de intercambiar todo tipo de conocimientos. En realidad, imagino ese encuentro todos los días.

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