Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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lunes, 8 de agosto de 2016

Formas de vivir y de realizar la esperanza

La esperanza: el sentido de una aventura abierta
La esperanza es paciencia, renuncia al apresuramiento, a la indiscreción ante lo que en el mundo puede originarse independientemente de mi acción posible... Concede crédito, da tiempo, da margen a la experiencia en curso. Es el sentido de la aventura abierta, trata la realidad como generosa, aunque esta realidad deba, aparentemente, contradecir mis deseos. Podemos negarnos a la esperanza como al amor. Es, pues, una virtud y no una consolación.
E. Mounier, Introducción a los existencialismos

1. Ante el mal humano y el bien de la libertad
En la aventura de nuestras vidas encontramos multitud de obstáculos que dificultan su realización. Hay veces en que estos obstáculos no sólo dificultan la realización de metas puntuales que nos proponemos, sino que dificultan la confianza básica que mantenemos en la vida. Son obstáculos en el proyecto de sentido que nos hemos ido forjando. Fenómenos como el dolor, la violencia, las guerras o las catástrofes naturales son obstáculos que nos impiden encontrarle un sentido a la vida. No nos explicamos cómo pueden sufrir tantos inocentes o cómo pueden morir tantas personas en un terremoto.
A la filosofía siempre le ha preocupado estos obstáculos porque son obstáculos en el camino humano hacia una felicidad plena. No son obstáculos de los que podamos prescindir fácilmente, como si fuesen obstáculos individuales u ocasionales, o como si encontrásemos fácilmente una explicación que nos consolara. Estos obstáculos a la felicidad son el problema del mal. Ante él nos encontramos tres grandes tipos de explicaciones:
  • Pesimismo de la razón: La razón humana es absolutamente impotente y no hay explicación racional posible. Al ser humano sólo le queda aceptar el problema y resignarse, es una prueba de que la vida carece de sentido. Filósofos como Schopenhauer, que entiende la vida como angustia, y Sartre, que la plantea como "pasión inútil", se aproximan a esta explicación.
  • Optimismo de la historia: La razón humana ha hecho frente a estos problemas a través de la ciencia, la técnica y la filosofía. La historia nos puede demostrar que este problema disminuye cuando aumenta la confianza en la ciencia, la técnica y la razón. Aunque los obstáculos sean incomprensibles para la vida individual de las personas, tienen un sentido en el conjunto de la historia. Filósofos como Leibniz o Hegel defenderían este planteamiento.
  • Optimismo de la libertad: La razón humana no es impotente ni es todopoderosa. Ante el mal no podemos permanecer impasibles y por ello es una obligación moral intervenir en la historia. Pero el sentido de la historia no se construye sin nuestra responsabilidad, como si nuestra libertad personal no tuviese ningún valor en el cómputo general del sentido de la historia. Es el optimismo moderado de Kant o Mounier; hay esperanza cuando confiamos en el bien de la libertad.
2. La esperanza histórica de los humanismos
Esta confianza en la libertad sitúa el sentido de la historia en manos de la acción humana. El ser humano no es una marioneta en manos de fuerzas ocultas que le manejan a su antojo poniéndole pruebas y obstáculos para que no sea feliz. Estas pruebas y obstáculos los ponemos, la mayoría de las veces, los propios seres humanos. En este sentido, la confianza en la libertad no puede ser una confianza ciega, sino la confianza en el difícil juego de la libertad humana en la historia.
Los distintos humanismos con lo que nos encontramos en la historia de la filosofía son reflexiones sobre este difícil juego de la libertad dentro de la historia. Por eso los distintos humanismos no son únicamente formas de pensar teóricamente la libertad, sino formas de vivirla y realizarla esperanzadamente.

3. Los itinerarios occidentales del sentido y la esperanza
Cuando la filosofía se ha planteado el problema del sentido no lo ha hecho únicamente como un problema teórico o especulativo. Lo mismo ha sucedido con la esperanza como promesa de sentido. Las respuestas que se han dado a estas preguntas no sólo condicionan los modos de pensar, sino los modos de vivir y actuar en la historia. Han sido creencias que han marcado unos itinerarios sin los que nos sería difícil entender la historia. Tres son los grandes itinerarios que nos propone este texto:

Desde el nacimiento de la civilización griega ha habido tres grandes respuestas a la pregunta sobre el sentido de la existencia.
La primera es la respuesta religiosa, sobre todo desde el predominio de los grandes monoteísmos. el judaismo, el cristianismo y el islam. Es una respuesta que sitúa la finalidad de la existencia en el más allá o en una verdad vinculada a la trascendencia y, por lo tanto, en el conjunto de tareas que es preciso cumplir y de leyes que hay que respetar para asegurar la salvación personal del alma inmortal, la cual tendrá una vida eterna en el más allá en función y proporción de los méritos que haya acumulado en esta vida.
La segunda vía es la que llamaré filosófica, en el sentido de la Antigüedad. Es la búsqueda de la sabiduría, de la paz interior; frutos de una visión que consiste precisamente en desprenderse de las pasiones y ambiciones superficiales y reservar la propia energía para ambiciones más elevadas, de orden intelectual, espiritual, estético, filosófico o moral, de suerte que las relaciones con el prójimo y el funcionamiento de la ciudad lleguen a ser algo lo más humano posible. Séneca o Montaigne ofrecieron preceptos para conquistar una especie de libertad interior, de desapego. Lo cual no impide disfrutar de los placeres de la existencia, y, sobre todo, del espíritu. Esta segunda vía filosófica fue abandonada globalmente a partir de los siglos XVII y XVIII.
La tercera se inicia cuando se pasa de la civilización de la creencia a la de la prueba. Desde el siglo XVIII esta tentativa arranca con la proliferación de utopías vinculadas a la reestructuración de la sociedad, es decir, a la noción de revolución, que hace su despegue  con la Revolución Francesa. Se da la convicción entre los actores de dicha revolución de estar autorizados, en nombre de su ideal superior, a liquidar por el terror a todos los que se opusieran. Se implantó entonces la idea de que la felicidad del hombre sólo podía alcanzarse mediante una transformación total de la sociedad. Había que crear una sociedad justa, y desde esta perspectiva, era vano tratar de elaborar una receta destinada a volver bueno y lúcido a cada ser humano por separado. Había que tratar la sociedad en bloque. Por consiguiente, la solución del sentido ya no era una cuestión personal.
J. F. Revel y M. Ricard, El monje y el filósofo (adaptado) 

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