La vida exige una interrelación continua con el entorno, por lo que la reactividad de los organismos supone una propiedad esencial. Dicha reactividad ha ido evolucionando, originando en el hombre una compleja sensibilidad y una posibilidad de actuar como respuesta a la información que tal sensibilidad produce.
La sensibilidad tiene idéntico carácter adaptativo que el resto de las funciones biológicas y psicológicas, permitiendo la operatividad sobre el entorno. Tal sensibilidad llega a adquirir en el hombre una serie de componentes que funcionan mancomundamente:
① Los aparatos receptores, especializados en registrar aquellas estimulaciones que más interesan para la supervivencia, traduciendo las excitaciones en impulsos bioeléctricos.
② Sistemas encargados de transmitir tales impulsos desde los receptores al sistema nervioso central (nervios sensitivos) o de tal estructura rectora a la periferia (nervios motores).
③ Aparatos encargados de recibir las informaciones, procesarlas y conservarlas para utilizarlas en el momento oportuno (sistema nervioso central).
④ El circuito se completa con unos aparatos efectores (músculos, glándulas de secreción), donde tienen lugar las respuestas enviadas desde el SNC, constituyéndose así los actos aconducturales y conductuales.
Las sensaciones suponen la fuente principal de nuestros conocimientos del mundo exterior y de nuestro cuerpo.
La conducta se inicia en el nivel sensomotriz (conducta instintiva, condicionamientos elementales, etc.); con anterioridad, cuando aún no existe sensibilidad y sólo hay irritabilidad, se dan exclusivamente respuestas motrices (contractilidad); ya en un nivel superior al sensomotriz tendríamos la actividad senso-sensorial (percepción).
La sensibilidad es pues una actividad informativa que responde a estímulos energéticos, consistiendo su papel en traducirlos a señales perceptuales, destacando cada organismo aquello que es más importante adaptativamente.
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