Cada ser humano es como los demás seres humanos, como algunos otros seres humanos y como ningún ser humano.
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jueves, 16 de junio de 2011

Tratado sobre la tolerancia


François Marie Arouet, Voltaire
París, 1694 - 1778 
Tratado sobre la tolerancia se publica en 1767, cinco años después de los hechos que Voltaire denuncia en este texto: todos los miembros de la familia Calas, protestantes, han sufrido brutalmente la intolerancia de los ciudadanos y los jueces de la católica ciudad de Toulouse.
Voltaire, historiador, filósofo y abogado católico, elabora un alegato de defensa hacia esta familia, y un tratado sobre la necesidad, por derecho natural, de la tolerancia como un valor de autoprotección para el ser humano.

El gran medio para disminuir el número de los maníacos, si alguno queda, es entregar esa enfermedad del espíritu al régimen de la razón, que ilustra lenta pero infaliblemente a los hombres. Esta razón es dulce, es humana, inspira la indulgencia, ahoga la discordia, afirma la virtud, vuelve digna de amor la obediencia a las leyes, más todavía de lo que las mantiene la fuerza.
(...)
El derecho natural es aquel que la naturaleza indica a todos los hombres. (...) El derecho humano no puede estar fundado en ningún caso más que sobre este derecho de naturaleza; y el gran principio, el principio universal de uno y otro, es, en toda la tierra: "No hagas lo que no querrías que te hiciesen".
(...)

Es interesante el capítulo en el que se centra en exponer cómo múltiples religiones coexistieron durante el Imperio Romano, y resulta pues cuestionable el que los primeros cristianos se convirtieran precisamente en mártires simplemente por seguir su fe, o incluso ni siquiera por enseñar y difundir sus creencias. Por tanto, más bien esos mártires que fueron ajusticiados por los romanos, lo serían por ser agitadores.

Es imposible creer que haya habido nunca una Inquisición contra los cristianos bajo los emperadores, es decir, que hayan ido a sus casas para interrogarlos por su creencia. Nunca se molestó sobre ese punto ni a judío, ni a sirio, ni a egipcios, ni a bardos, ni a druidas, ni a filósofos. Por tanto, mártires fueron aquellos que se alzaron contra los falsos dioses. No creer en ellos era cosa muy prudente, muy piadosa; pero, en última instancia, si, no contentos con adorar a un Dios en espíritu y en verdad, se rebelaron violentamente contra el culto recibido, por más absurdo que pudiese ser, forzoso es confesar que ellos mismos eran intolerantes.
(...)
Lo digo con horror pero con franqueza: ¡somos nosotros, cristianos, los que hemos sido persecutores, verdugos, asesinos! ¿Y de quién? De nuestros hermanos.
(...)
Cuanto más divina es la religión cristiana, menos corresponde al hombre imponerla; si Dios la hizo, Dios la sostendrá sin vos. Sabéis que la intolerancia no produce más que hipócritas o rebeldes: ¡qué funesta alternativa! ¿Querríais, por último, sostener mediante verdugos la religión de un Dios al que unos verdugos hicieron perecer, y que sólo predicó dulzura y paciencia?
(...)
Si queréis pareceros a Jesucristo, sed mártires, y no verdugos.
(...)
Cuando los hombres no tienen nociones sanas de la Divinidad, las ideas falsas las suplen, lo mismo que en tiempos de desgracia se trafica con moneda falsa cuando no se tiene la buena. (...) En todas partes donde hay una sociedad establecida se necesita una religión; las leyes velan sobre los crímenes conocidos, y la religión sobre los crímenes secretos.
(...)
La superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía, la hija muy loca de una madre muy cuerda.
(...)
La naturaleza dice a todos los hombres: os he hecho nacer a todos débiles e ignorantes, para vegetar unos minutos sobre la tierra y para abonarla con vuestros cadáveres. Puesto que sois débiles, socorreos; puesto que sois ignorantes, ilustraos y toleraos.

La edición que he leído ha sido publicada por el periódico "El Mundo" en 2011. Mauro Armiño recoge en su prólogo que, 24 años después de este "Tratado sobre la tolerancia" escrito por Voltaire, la convocatoria de los Estados Generales iniciaba el proceso de la Revolución Francesa, que en su Declaración de los derechos del hombre decreta la igualdad de todos los ciudadanos: "Ninguno puede ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas".

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